Pero, al parecer, las encuestas muestran que la fiesta no es de todos. Que las celebraciones no alcanzan a las mayorías, ni de aquí ni de allá, y que las caras serias se cuentan en mayor número que las sonrisas de satisfacción. ¿Es que la esperada Paz, tan reclamada y festejada, no estará dividiendo a nuestra sociedad y fracturando una opinión pública tan necesaria de unidad hoy más que nunca?
Somos una sociedad crónicamente desarticulada, que vive cotidianamente experiencias que contribuyen a aumentar esa desarticulación. La existencia, hoy nada visible, de partidos de derecha e izquierda, se impuso entre nosotros sin requerir reflexión filosófica sino simplemente como emoción de masa o como actitud política expontánea, sin llegar en ningún momento a tener ese sentido espiritual que es lo que finalmente invita al análisis y a la adhesión con convencimiento.
Las dirigencias políticas, carentes de una clara conciencia acerca de su responsabilidad, marcharon siempre sin rumbo y llevadas por el discurrir de los acontecimientos. Sólo sirvieron para perturbar nuestra vida política, con su conducta llena de ineficiencias, y para hacer más difícil como ahora el retorno a la institucionalización del país.
Se nos ha dicho que la Paz en nuestra frontera es ya una realidad inobjetable, y que debemos honrar la palabra empeñada aunque en ello se nos vaya parte de nuestras esperanzas. De acuerdo, la paz es uno de los valores cardinales del Derecho, pero recordemos que también sin paz no puede haber solución social a las demandas incansables de nuestra población. Es decir, ha llegado la hora de empezar a conquistar la paz al interior de nuestra Patria.
No ignoramos que existe un resentimiento colectivo importante que debemos atender. La salud del cuerpo social depende sociológicamente, en gran medida, de la capacidad para atender sus demandas de justicia. De nada vale que las cosas se resuelvan en el papel si no se resuelven también en los hechos. No debemos olvidar que asegurar el porvenir de la República solo se conseguirá si somos capaces de garantizar el porvenir de todos los peruanos.
Cuando se producen hechos políticos que dividen inevitablemente la opinión publica - léase elecciones, interpretación de Tratados o cesiones fronterizas - se corre el riesgo de caer en la tentación de formar bandos rivales, cada uno con su respectiva fuerza moral pero también con hambre de desquite y de reivindicación. Y si este hecho social sucediera, no hay poder personal ni normativo que pueda disolverlos, porque el pasa a integrar nuestra propia circunstancia y a regir todas nuestras futuras acciones.
Cuidado que necesitamos estar más unidos que nunca para respetar y hacer que nos respeten. La historia, nos dicen experiencias similares, no está precisamente a nuestro favor.
El hecho innegable es que son muchos los que cayeron, también los que lucharon a su modo, cada uno en su circunstancia. Debemos superar algunos sentimientos para no darle cabida al odio, a ese odio que incendia "templos y conventos ",pero que nos enseña que las soluciones por la violencia nunca han podido ser soluciones sociales duraderas.
Debemos buscar que unir a nuestros hombres por lo que tienen de común en tanto que hombres, y hacerles saber que sus reservas humanas son inagotables y que ellas emergen como valores superiores, donde la fe popular pone sus esperanzas.
Todo progreso efectivo, tanto en el campo del conocimiento como en el de la acción, exige el esfuerzo perseverante de uno o de varios hombres superiores. Saber interpretar los sentimientos colectivos no depende de verbalismos personales, sino de enfrentar los propios problemas sociales en juego, convencidos de que mientras ellos subsistan actuarán como un urticante que mantendrá viva la llama de la discordia.
El prestigio que alguna vez tuvo este Gobierno, se debilitó como consecuencia de sus múltiples errores. Hoy día hubiera sido más decisivo que nunca para orientar al pueblo y conjugar la voluntad de los sectores políticos en torno a un asunto, como el contencioso de la frontera norte, que cada día parecen ser mayores sus efectos como motivo de discrepancias y de desorientación en el desarrollo de los sucesos.
Nos hizo falta tener verdades como principio de acción, verdades que permitan razonar y sacar conclusiones, porque siempre fueron una fuerza constante en la historia humana.
Concluyamos diciendo que, en relación con el acuerdo fronterizo, nos hallamos ante la realidad de un hecho consumado. Que nos resta asumir sus consecuencias respetando lo que ofrecimos cumplir, nos guste o no nos guste. Lo cual no invalida que hagamos el balance sereno pero riguroso de lo actuado, para encontrar si las cosas las hicimos bien o las manejamos mal. Y si hubo errores, donde están y porque se cometieron. El derecho a ese inventario nadie nos lo puede negar, sobre todo si para hacerlo nos alientan sentimientos de paz y de unidad nacional.
Debemos escuchar a la opinión pública pero también a la opinión técnica, ambas deben unirse en un esfuerzo de autenticidad para lograr contenidos positivos comunes.
La opinión pública es indispensable para la Democracia, es expresión de libertad porque a través de ella se articulan miles de hombres en una realidad funcional que viene a ser la Sociedad. No hay Democracia sin opinión pública, y si a esta no le damos la participación que le incumbe en la vida del país, estaremos negando lo que ella es: la conciencia histórica que una colectividad tiene de sus propios problemas.
Creo que en pocas circunstancias como las actuales, hizo tanta falta
escucharla y por desgracia la ignoramos.