En las últimas tres décadas, se han tomado decisiones respecto al sistema universitario en el Perú, con la intención, más intuitivo que, otra cosa, de aplicar conceptos de carácter económico, y financiero al mundo del conocimiento y la cultura, particularmente a la Universidad. En ese mismo tiempo, el Estado Peruano ha ido capaz de generar políticas explícitas respecto a la Universidad y su rol en el desarrollo nacional. Políticas que deberían ser logradas, previo consenso, entre quienes son los actores obligados del acontecer nacional, llámense Gobierno, Parlamentario, clase política, intelectuales, medios de comunicación, empresa privada, etc. Creo que es el gran vacío que aún subsiste intocado, en lo que se ha dado en llamar: el nuevo rol del Estado en un proceso de modernización democrática, vacío que no es otra cosa que la poca relevancia que se le concede al análisis del nuevo papel del Estado en la creación, difusión y uso del conocimiento, en el fortalecimiento y desarrollo de la cultura.
La evidente recuperación nacional en los campos de la economía, de lo social, de lo jurídico, no alcanzó a la Universidad, la que continúa debatiéndose en una crisis académica y moral que exige esfuerzos y coope,ación del Estado y de la Sociedad.
Consecuencia, entre otras, de esta situación de abancono y desinterés, es el incremento y desmesurada multiplicación de universidades privadas, con proliferación de carreras que supera todo cálculo y con disminución de la calidad que se hace cada vez más perceptible.
Las preguntas sobre cuál es el rol del Estado en relación con la Educación Superior, la ciencia, la tecnología y la cultura, así como cual es el papel de las universidades en este escenario, permanecen todavía sin respuesta.
Comenzando porque el propio concepto de universidad se ha hecho difuso, inespecífico y hasta contrario. Han aparecido innumerables instituciones que, abusando del vocablo "Educación Superior", asumen obligaciones que históricamente han correspondido a la universidad. Pareciera que a la Universidad ya nada le es propio, que ya nada es capaz de definirla, que bien podría, desaparecer y seguramente se produciría un automático reacomodo entre los cientos de instituciones que pretenden hacer lo mismo.
Función principal de la universidad es hacer que la docencia, la investigación, la creación artístico y el desarrollo cultural, se integren y se potencien buscando producir, simultáneamente, educación superior, investigación científica y desarrollo cultural, todo ello procesado en conjunto en un espacio común, que permita la formación de personal de alto nivel, gracias a la información que se le entrega, como producto de la creación intelectual de la investigación académica, tan reclamados por un país que aspira a modernizarse.
En el Perú, no se ha logrado determinar cuál es el conjunto de indicadores que califican el desempeño del sistema universitario. Imposible hacerlo, si previamente no se cuenta con una definición socialmente compartida sobre qué es una universidad, cuál es el rol en el tejido socioeconómico, político y cultural del país y cuáles son los productos que de ella se esperan.
La proliferación de Universidades privadas e institutos afines, heterogeneizado, el sistema universitario en el país. Ello dificulta la calificación de la "clase de universidades" establecidas entre nosotros.
En el caso de las universidades estatales, por las que reclamamos un debate nacional, mantienen una original vinculación con el Estado. Éste determina sus estatutos, sus leyes, sus autoridades, su estructura controla sus recursos, etc., en todo lo cual participa el Gobierno, el Parlamento, la Contraloría General, la Fiscalía, etc. Esta relación, en algunos aspectos excesivamente perversa, distorsiona los objetivos propios de la universidad, olvida que la comunidad universitaria tiene responsabilidades que apuntan a la Nación en su conjunto. A diferencia de las universidades privadas que responden, casi siempre, a los intereses elitistas y económicos de sus propietarios.
También los fenómenos de segmentación socioeconómica, muy conocidos en los colegios, que ocasionan divisiones odiosas entre las diferentes clases sociales, se extienden; desde hace mucho tiempo, a la universidad llegándose al extremo de que en el mercado de la actividad profesional, y por similares razones, se prefiere a los graduados procedentes de las universidades privadas antes que a los que vienen de las estatales.
La aparición de algunas universidades privados muy eficientes, entre otras razones porque no tienen las limitaciones legales y administrativas de las estatales, ha provocado una profunda diferenciación entre el sistema universitario público y el privado. Las universidades estatales son instituciones masificadas, con ausencia casi absoluta de investigación científica, con instalaciones decrépitas y obsoletas, atendiendo a los sectores de la población de más bajos ingresos, con una oferta educacional de muy baja calidad y con el antecedente de haber sido, hasta hace poco tiempo, refugio de grupos contractuales y extremistas irracionales.
Todo esto, es consecuencia de un sistema universitario abandonado a su suerte. Sin políticas que se manifiesten en mecanismos financieros y jurídico administrativos orientadores. La presión malvada que ejerce el mercado, incremento carreras y matrículas sin control ni regulación adecuados, sacrificando la ética y la calidad del profesional y buscando sacar de la competencia a la universidad estatal, víctima de una percepción social errado, favoreciendo a la universidad privado, a la que se le otorga fácilmente el calificativo de "excelencia", sin contar con méritos para ello.
Las universidades públicas ven limitadas sus posibilidades de actuar como promotores de la cultura. Lo que tampoco pueden asumir los privadas, más interesadas en el crecimiento de matrículas y disciplinas rentables para el autofinanciamiento y promoviendo uno cultura universitaria de corto plazo accesible a sus propósitos mercantilistas.
En el Perú, el sistema universitario ha originado una sociedad partida en dos. Se percibe, por ambos lados, pobreza científica y cultural, con una comunidad desintegrada, donde se distinguen grandes sectores populares, víctimas de la discriminación cultura¡, que se manifiesta en el mercado de trabajo, sin lugar en el futuro tecnológico y cultural de nuestro país y sin posibilidades de alinearse en las demandas de personal calificado que reclaman las nuevas realidades sociales y los diferentes desafíos de gestión.
Ante esto, es necesario retomar lo que fue nuestra tradición
histórica y reconocer que las universidades estatales no son asimilables
al mundo de las privadas. Tienen objetivos y características que
las diferencian. La Universidad pública requiere apoyo para desarrollar
los ciencias y las artes, porque ello tiene mucho que ver con nuestro destino
como país, con nuestra competitividad tecnológica, con nuestra
integración como Nación, nuestra equidad social y nuestra
estabilidad política. No debemos permitir que a la Universidad se
le aísle de su entorno. Debemos rescatarla del remolino de la agitación
política y de todo aquello que le roba espacio a la actividad intelectual.
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