La ruta de la modernización tiene, entre otras virtudes, la de la inevitable confrontación entre los que son valores tradicionales y los llamados emergentes, aunque estos últimos aún no hayan terminado de definirse con claridad. La aparición de contradicciones, producto de creaciones y rupturas, es inevitable. Y en este aspecto, las clases sociales y las élites políticas están obligadas a hacer uso de la ética con notable prudencia y creatividad, ante las amenazas y riesgos, como la doble moral, por ejemplo, que acechan implacable y cotidianamente.
Entre nosotros, la política de los últimos años giró no sólo en torno a nuestra historia, sino preferentemente a la práctica de normas en ejercicio de las élites políticas y liderazgos gremiales. Tal vez eso explique porqué no han sido precisamente la Democracia y a Justicia Social los valores que más han influido esos comportamientos.
De allí la proliferación de conductas verticales, y autocráticas en muchas de nuestras organizaciones corporativas, léase partidos políticos y sindicatos. Hoy día, la opción por la modernidad, y su inevitable carga social, como que se ve obligada a buscar en la tecnocracia una forma de prescindir de las élites políticas y los técnicos pasan a ocupar el espacio antaño reservado a las dirigencias, contribuyendo a reforzar esa suerte de dominación que ejercen los gobiernos autoritarios. Y por si esto fuera poco, el número de organizaciones comprendidas en el área de influencia del Estado aumenta peligrosa y progresivamente, cada una con su correspondiente cuota de poder, convirtiéndose en refuerzos importantes del autoritarismo, actores del aparato de dominación, élites autoritarias, gestores de una democracia restringida que señala sus propias reglas de juego, buscando legitimarse en liderazgos usurpados antes que conquistados.
La proximidad de las elecciones nacionales ya empezó a mostrar que hay nuevas prácticas, nuevos modelos, nuevas normas; en suma, la "socialización política" cuenta con nuevos agentes, porque la sociedad ha cambiado históricamente; todo lo cual obliga otros perfiles curriculares si se pretende acceder a rescatar liderazgos que hoy exigen otros moldes.
El debate público que se avecina será, a nuestro entender, un deslindo sobre los alcances de la técnica y de la política. No creemos que sean excluyentes, pero el pueblo reclama definir espacios con absoluta transparencia y establecer perfiles diferenciados que contribuyan al éxito de1 Estado en su labor social, educativa y burocrática, etc.
Los grupos sociales exigen que la relación entre gobernantes y gobernados no se convierta en un simple ritual ideológico, sino sea garantía de eficiente administración, de consolidar lo ganado por el país y de imperativo moral que legitime a quienes ejerzan el poder.
No más la socialización vista y ejercida como recurso de clientelismo político, sino como método democrático camino a la igualdad de oportunidades, a la búsqueda de nuevos escenarios de debate y de análisis previos a las decisiones políticas trascendentes. El dirigente será así verdadero portavoz de sus representados; se diferenciarán los espacios del tecnócrata y del político. Y las élites sabrán jerarquizarse social y políticamente.
El Estado fue siempre entre nosotros un adversario, antes que el actor central de la vida social y política. Las desigualdades económicas y sociales que seguimos sin entender, y el ejercicio restringido de la democracia, han provocado en nuestra sociedad, particularmente en los sectores populares, una sensación de desesperanza, de frustración, que demandará mucho esfuerzo poder superar.
Urge construir democracias al interior de las organizaciones, de los gobiernos locales y así llegar a fortalecer los procedimientos democráticos a nivel nacional.
Todos estamos de acuerdo con que la Democracia es un ideal colectivo.
El problema radica en los medios para alcanzarla.
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