Wayne
Jackson
Este
estudio involucrará una consideración de la profecía de “las Setenta Semanas de
Daniel” que se encuentra en Dan. 9:24ss. Un correcto análisis de este texto
involucra: (1) El trasfondo histórico en el cual la declaración profética
surgió. (2) Los aspectos teológicos de la misión del Mesías. (3) La cronología
de la profecía. (4) El juicio que vendría sobre la nación por causa de su
rechazo del Mesías.
El Contexto Histórico
Debido a
la apostasía de Israel, Jeremías había predicho que los judíos serían cautivos
en Babilonia por setenta años (Jer. 25:12; 29:10). Las advertencias del profeta
probaron ser exactas. El período general del cautiverio babilónico fue de 70
años (Dan. 9:2; 2 Crón. 36:21; Zac. 1:12; 7:5).
En el
primer año de Darío (538 a. C.), Daniel, reflexionando acerca de la extensión
de tiempo predicha por las profecías de Jeremías, calculó que el período de la
cautividad estaba casi cumplido (9:1, 2). Entonces se acercó a Dios en oración.
El profeta confesó sus pecados y los de la nación. Pidió a Jehová que retirara
Su ira de Jerusalén y permitiera que el templo fuera reconstruido (9:16, 17).
El Señor envió un mensaje por medio del ángel Gabriel (9:24-27). La casa de
Dios sería reconstruida. Sin embargo, vendría una bendición mucho más
importante en la Persona del Ungido (Cristo), quien es más grande que el templo
(comp. Mat. 12:6). Esta profecía fue una consolación los abatidos hebreos en la
cautividad.
La Misión del Mesías
La
primera porción de la profecía expone el propósito primordial de la misión de
Cristo en la tierra. Primero, el Mesías trataría con el problema del pecado
humano. Él “terminaría la trasgresión” y pondría “fin al pecado” y efectuaría
“reconciliación por la iniquidad”. Este tema es desarrollado gloriosamente a
través de todo el Nuevo Testamento (véase Mat. 1:21; 20:28; 26:28; 1 Cor. 15:3;
2 Cor. 5:21; Gál. 1:4; Ef. 1:7; Col. 1:20; 1 Pe. 2:24; Apo. 1:5). Estos pasajes
no son más que una pequeña nuestra de las referencias a este exaltado tema.
Cristo
no puso un “fin al pecado” en el sentido de que la maldad fuera erradicada de
la tierra. En cambio, la obra del Salvador fue introducir un sistema que efectiva y permanentemente
proveyera una solución a la miseria del pecado humano. Este es uno de los temas
de Hebreos. La muerte de Jesús fue un evento de “una-sola-vez” (vea Heb. 9:26).
El Señor nunca será sacrificado de nuevo.
Daniel
dice que el Ungido se encargará de los problemas de la “trasgresión”, “el
pecado”, y la “iniquidad” —señalando así que el Señor es capaz de tratar con el
mal y todas sus horribles formas. Similarmente, Isaías (53) revela que el
Mesías se sacrificaría a Sí mismo por la “trasgresión” (5, 8, 12), el “pecado”
(10, 12), y la “iniquidad” (5, 6, 11). Es digno de mención que Isaías 53 se
cita frecuentemente en el Nuevo Testamento en conjunción con la obra expiatoria
del Señor en el tiempo de Su primera
venida. Ya que Daniel 9:24ss muy evidentemente tiene un énfasis idéntico, éste
también debe enfocarse en la obra del Salvador en la cruz, y no en la segunda venida de Cristo —como alegan
los premilenialistas.
Segundo,
en adición a Su obra redentora, Daniel muestra que el Mesías establecerá una
era de “justicia perdurable”. Obviamente esto es una referencia a la era del
evangelio. En el Nuevo Testamento, Pablo vigorosamente argumenta que el plan
del cielo para que se cuente al hombre como “justo” se dio a conocer “en este tiempo” (Ro. 3:21-26) por medio
del evangelio (Ro. 1:16, 17).
Tercero,
el mensaje del ángel afirmaba que, como resultado de la obra del Mesías, la
visión y la profecía serían “selladas”.
El término hebreo denota algo que es llevado a su “conclusión” o es finalizado
(William Gesenius, Hebrew-Chaldee Lexicon
to the Old Testament [Léxico Hebreo-Caldeo del Antiguo Testamento], p.
315). Debe enfatizarse que el principal contenido del Antiguo Testamento se
enfoca en proclamar la venida del Hijo de Dios. Pedro dijo que los profetas de
la antigüedad anunciaron de antemano “los
sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos”. Él afirmó
que este mensaje es anunciado ahora en el evangelio (1 Pe. 1:10-12). Aquí hay
un punto crucial. Con la venida del Salvador para efectuar la redención de la
humanidad, y con la terminación del registro del Nuevo Testamento que enfatiza
ese mensaje, la necesidad de “visión y
profecía” se haría obsoleta. Según esto, “la profecía” (y otros dones de
revelación) “cesarían” (véase 1 Cor. 13:8-13; Ef. 4:11-16). No hay “visiones”
sobrenaturales y “profecías” dadas por Dios en esta era.
Cuarto,
Daniel dijo que “el Santo de los santos” sería ungido. ¿Cuál es el significado
de esta expresión? Los premilenialistas dispensacionales interpretan esto como
la reconstrucción del templo judío durante el supuesto “milenio”. Sin embargo,
el concepto premilenial no es apoyado por los hechos.
Cualquier
punto de vista que uno adopte con respecto a esta fraseología, debe ser
consistente con los demás datos bíblicos. La expresión “el santo de los santos”
probablemente es una alusión a Cristo mismo, y el “ungimiento” una referencia a
la potenciación con el Espíritu Santo al Señor al comienzo de Su ministerio
(Mat. 3:16; Hch. 10:38). Considere los siguientes factores. (1) Aunque es
posible que la gramática puede reflejar una cosa o un lugar “muy santo” (en una
forma neutra), también admite un sentido masculino, “El Santísimo”. El contexto
inmediato apunta hacia el sentido masculino ya que “el príncipe ungido” se
menciona en el versículo 25. (2) El “ungimiento” obviamente pertenece al mismo
marco de tiempo que el de los eventos mencionados previamente, por eso se
asocia con la primera venida no con
la segunda. (3) Thompson ha observado
que el acto de ungir nunca ha sido asociado con el templo, el lugar “más santo”
del Antiguo Testamento. (4) El ungimiento fue practicado en el período del
Antiguo Testamento como un rito de inauguración y consagración para los oficios
de profeta (1 Re. 19:16), sacerdote (Ex. 28:41) y rey (1 Sam. 10:1). Es de gran
importancia que Cristo funcione en cada uno de estos roles (vea Hch. 3:20-23;
He. 3:1; Mat. 21:5). (5) El ungimiento de Jesús fue predicho en otras partes
del Antiguo Testamento (Isa. 61:1) y, de hecho, el mismo título, “Cristo”,
significa ungido.
Quinto,
el Ungido haría “un pacto firme con muchos” (27a). El significado parece ser
este: que el pacto del Mesías se mantendría firme, es decir, prevalecería aunque Él muriera. El
“pacto” como E. Young observó “es el pacto de la gracia en el cual el Mesías,
por Su vida y Su muerte, obtiene la redención para Su pueblo” (Edward J. Young,
“Daniel”, The New Bible Commentary
[El Nuevo Comentario de la Biblia], p. 268).
Sexto,
como resultado de la muerte del Mesías, cesarían “el sacrificio y la ofrenda de
cereal” (27a). Esta es una alusión a la terminación de los sacrificios judíos
como una consecuencia del sacrificio final de Jesús. Cuando el Señor murió, la
ley de Moisés fue “clavada en la cruz” (Col. 2:14). Esa “pared intermedia de
separación” fue abolida (Ef. 2:13-17), y el “primer pacto” fue reemplazado por
el “segundo” (He. 10:9, 10). Este era el “nuevo pacto” de la famosa profecía de
Jeremías (Jer. 31:31-34; comp. He. 8:7ss), y fue ratificado por la sangre de
Cristo mismo (Mat. 26:28).
La Cronología
El
elemento tiempo de esta profecía capacitaría a los hebreos para que supieran cuando moriría el Mesías prometido. La
cronología de este contexto involucra tres cosas: (a) un comienzo; (b) un
período de duración; (c) un momento de conclusión. El punto inicial debía coincidir con una orden de
“restaurar y reedificar Jerusalén”. La extensión
de tiempo entre el punto de inicio y
el evento concluyente se describe generalmente como “setenta semanas”. Estas
serían 70 semanas de 7 días cada una —un total de 490 días. Cada día debía
representar un año en la historia profética. Los eruditos más conservadores
sostienen que el simbolismo denota un período de aproximadamente 490 años[1].
Finalmente, el evento terminal sería
el “corte” (es decir, la muerte) del Ungido (26). [Nota: En realidad, la
cronología se divide en tres segmentos, el total del cual representa 486 ½
años. Esta sería la extensión entre el mandamiento para restaurar Jerusalén y
la muerte del Mesías].
Si uno
es capaz de determinar la fecha del punto de inicio de esta profecía, entonces se hace relativamente simple el factor
de añadir a ésta la duración especificada en el texto, concluyendo de esta
manera en el tiempo preciso cuando el Señor debía morir. Por lo tanto, vamos a
colocar nuestro enfoque en este asunto.
Hay tres
fechas posibles para el comienzo del calendario de las setenta semanas.
Primero, Zorobabel guió un grupo de hebreos fuera de la cautividad en el 536 a.
C. Sin embargo, este parece ser un punto improbable de inicio porque 486 años
desde el 536 a. C. finalizarían en el 50 a. C., lo cual estaba 80 años antes de la muerte de Jesús. Segundo,
Nehemías lideró un bando en el 444 a. C. ¿Es éste el punto de comienzo para
computar la profecía? Probablemente no, pues 486 años después del 444 a. C.
finalizan en el 42 d. C. —una docena de años después de la muerte de Cristo. Sin embargo, en el 457 a. C.,
Esdras también tomó una compañía para regresar a Jerusalén. ¿Funciona
matemáticamente esta fecha? Ciertamente. Si uno comienza en el 457 a. C. y
avanza 486 ½ años, resultaría el conteo dando el 30 d. C. — ¡el mismo año de la
crucifixión de Cristo! Este es el punto de vista más aceptado[2].
La
objeción más fuerte a este argumento es el reclamo de que Esdras no estaba
encargado de reconstruir la ciudad de
Jerusalén. Nosotros creemos que Gleason Archer ha respondido apropiadamente
esta inquietud. En “la mitad” de la septuagésima semana, es decir, después del
cumplimiento de los 486 ½ años, el Ungido debía ser “cortado”. Esta es una
referencia a la muerte de Jesús (comp. Isa. 53:8).
Pero,
¿por qué son las “setenta semanas” de la profecía de Daniel divididas en tres
segmentos —7 semanas, 62 semanas y la “mitad”? Había un propósito en esta
división: (1) La primera división de “siete semanas” (literalmente, 49 años)
cubre aquel período de tiempo en el cual la reconstrucción de Jerusalén estuvo
realmente en camino, después de que los hebreos regresaron a Palestina (25a).
Esta fue la respuesta a la oración de Daniel (9:16). Esa era de reconstrucción
fue de “tiempos angustiosos”. Los enemigos de los judíos les acosaban en los
primeros días (vea Esd. 4:1-6), y continuaron haciéndolo en el tiempo de Esdras
y Nehemías. Para una más amplia discusión de esta circunstancia, lea la obra de
Whitcomb[3].
(2) El segundo segmento de 62 semanas (434 años), cuando se añaden a los 49
anteriores, representan un total de 483 años. Cuando esta segunda parte se
computa desde el 457 a. C., ésta termina en la fecha del 26 d. C. Este fue el
año del bautismo de Jesús y el comienzo de Su ministerio público. (3) Finalmente,
la “mitad de la semana” (3 ½ años) reflejan el tiempo del ministerio de
predicación del Señor. Este segmento de la profecía concluye en el 30 d. C. —el
año de la muerte del Salvador.
Las Consecuencias
Ningún
revisionismo puede alterar el hecho de que el Señor Jesús fue muerto por los
judíos (Jn. 1:11). Esto no ampara ningún maltrato hacia el pueblo judío
moderno; sin embargo, debe reconocerse que Israel, como nación, sufrió una
seria consecuencia como resultado de su papel en la muerte del Mesías.
La
profecía de Daniel describe la invasión romana de Jerusalén y la destrucción
del templo judío. El profeta habló de un cierto “príncipe que vendrá”, y que
“destruiría la ciudad y el santuario” como una inundación (26b). Todo esto
estaba “determinado” (vea 26b, 27b) por Dios debido al rechazo de Su Hijo por
parte de los judíos d (Mat. 21:37-41; 22:1-7).[4]
La
interpretación de esta porción de la profecía está más allá de toda discusión.
Jesús, en Su discurso en el monte de los olivos acerca de la destrucción de
Jerusalén (Mat. 24:1-34), habló con respecto a la “abominación desoladora, de la que habló el profeta Daniel” (24:15).
El Señor estaba haciendo alusión a Dan. 9:27. La “abominación que causa
desolación” era el ejército romano, bajo su comandante Tito (“el príncipe”
26b), quien devastó Jerusalén en el 70 d. C. [Nota: El “príncipe” de 26a no es
el mismo “príncipe” ungido del
versículo 25a. El “príncipe” del versículo 26 viene después de que el príncipe ungido ha sido cortado.]
Los
hechos históricos son estos. En el 66 d. C., los judíos, quienes estaban bajo
el dominio romano, se rebelaron contra el imperio. Esto hundió a los hebreos en
varios años de sangriento conflicto con los romanos. Tito, hijo y sucesor del
famoso Vespasiano, derribó la ciudad de Jerusalén (después de unos cinco meses
de sitio) en el verano del 70 d. C. La ciudad santa fue quemada (comp. Mat.
22:7), y el “santuario” (templo) fue demolido. Cristo informó a los judíos que
la “casa” de los judíos sería dejada desierta (Mat. 23:38); en verdad, no quedó
ninguna piedra sobre otra (Mat. 24:2).
A este
evento se refirió como la “abominación desoladora” debido a que la ciudad de
David fue desolada por el ejército
romano; ésta era una fuerza abominable
debido a su naturaleza idolátrica. Aun lo judíos reconocieron que la
destrucción de su nación fue un cumplimiento de la profecía de Daniel. Josefo
dijo que “Daniel también escribió con
respecto al imperio romano, y que nuestro país debía ser desolado por ellos”
(Antigüedades, X.XI.7).
Conclusión
El
registro inspirado de Daniel con respecto a las “setenta semanas” es una
profunda demostración de la verdadera profecía. La cual predijo la venida del
Mesías y los detalles de la obra redentora que Él efectuaría. La profecía
indica con precisión el año exacto de la crucifixión de Jesús. Finalmente, la
misma revela la desastrosa consecuencia de rechazar al Hijo de Dios.
CRONOLOGÍA DE LAS SETENTA SEMANAS DE DANIEL
9
Preparada por: Rolando Rovira
457 a. C. ------| 408 a. C.
-------------------|26 d. C. ------------------| 33 ½ d. C. = 490 años.
7 (49) 62 (434) 1 (7)
Orden y Reconst. ¿? Bautismo Cruz Esteban
(muerte)
(29 ½ d. C.)
“mitad de la
semana”
[1] J. Barton Payne, The Enciclopedia of Biblical Prophecy, p. 383.
[2] J. B. Scout,
“Setenta Semanas”, Vol. Cinco, p.
364. Compare con Gleason L.
Archer, A Survey of Old Testament
Introduction, p. 387.
[3] John C. Whitcomb, Jr., “Nehemías”, The Wycliffe Bible
Commentary, p. 435.
[4] Young, citado previamente.