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¿Quién es el que está turbando a Israel?

 

 

 

 

 

           Durante años, desde mi infancia, desde que supe del problema referente a la gran polémica en cuanto a la doctrina del matrimonio, he oído de parte de muchos que no comparten nuestras conclusiones, una y otra vez la acusación: “Ustedes son los divisionistas y los destructores del hogar de estos hijos de Dios”. Para ese tiempo (y un tiempo después) me preguntaba si tenían la razón quienes así nos señalaban, si estábamos “separando lo que Dios unió”. Ese pensamiento me atormentaba con demasía, pues de ser así, estábamos llevando a muchos al celibato gnóstico y, ciertamente,  a nosotros mismos a la condenación; y sé que a muchos otros les ha pasado esta misma duda por la mente. Por lo que desde entonces no he hecho menos al respecto que indagar a fondo el asunto. He repasado la Biblia de aquí para allá y de allá para acá, ejemplo por ejemplo, caso por caso, comparando y reflexionando tocante a la manera en la que los siervos de Dios trataban con el pecado y también la reacción del pecador o de quienes trataron de justificar el pecado. Y este artículo es un breve vistazo de lo que he encontrado:

           Naturalmente, si hago una investigación acerca del pecado, lo primero que debo hacer es definirlo y buscar su origen. Pecado: “el pecado es infracción de la ley” (1 Jn. 3:4), ésta es la definición bíblica, la cual también es acompañada de una muy pintoresca descripción: “vuestros pecados han hecho división entre vosotros y vuestro Dios” (Is. 59:2) Infracción viene del vocablo griego anomía que literalmente significa “sin ley” y que es “actuar sin respetar la ley como si ésta no existiera, como si uno no estuviera sujeta a ella”.  Recordando el caso de los primeros transgresores (sí, Adán y Eva) me sorprende lo cierto que es lo que alguien ha dicho por ahí: “Las formas del pecado cambian, pero el hombre no cambia”. Es decir, que tal y como actuaron nuestros padres actuamos nosotros también cuando pecamos.

Cuando Dios se acercó al hombre para hacerlo reconocer su responsabilidad por lo sucedido y le pregunta: “¿Has comido del árbol que te ordené que no comieras?” (Gen. 3:11)  éste no lo hizo, no reconoció su maldad sino que recurrió al “desvío de la atención” culpando a su esposa ¡y luego al mismo Dios!: “La mujer que me diste”. La mujer hizo lo mismo al responder: “la serpiente me engañó y yo comí”(Gen. 3:13)  y bueno, se ha dicho que  ¡la serpiente no tuvo a quien más culpar! Ese es el hombre. Ese es nuestro retrato. Mas adelante en el relato bíblico, cuando Dios quiere que Caín mismo sea quien acepte su culpabilidad por el asesinato de su hermano éste le responde en una necia evasiva: “No sé ¿Soy yo acaso guardián de mi hermano?” (Gen. 4:9) ¡Que duras palabras dirige el ingrato Caín a Dios! ¡Que duras palabras dirigen nuestros hermanos hacia nosotros!

           Siempre ha sido tan difícil que el infractor acepte su responsabilidad. A nadie le gusta equivocarse ni mucho menos ser corregido. Se puede decir que por inercia reaccionamos justificándonos y culpando a otros o a las circunstancias, al clima, al estado político de la nación, a la entrometida suegra y así sucesivamente. Tenemos una larga lista de culpables y sin embargo, ¡sorpresa! ¡YO no estoy en mi lista!¡Nadie está en su propia lista! Figuran allí los nombres de todos aquellos que se nos ocurran pero se nos olvida que el pecado es algo que hacemos de nuestra libre voluntad, nadie nos obliga; PECAR ES UNA DECISIÓN DE CADA CUAL. Nadie debe culpar a otros más que a sí mismo por haber decidido mal. El profeta dijo: “vuestras iniquidades” han levantado un muro que obstruye la relación del hombre con su Dios. Y, ¿quién levantó ese muro? Lea los pronombres que usa Isaías en su demanda: “vuestras iniquidades... vuestros pecados... vuestras manos... vuestros dedos... vuestros labios... vuestra lengua...” Creo que ninguna noción avanzada de gramática se necesita para determinar quién es el culpable del pecado Y DE SUS CONSECUENCIAS: “...han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados le han hecho esconder su rostro de vosotros para no escucharos”. Es el hombre, cuando peca, el único culpable de su pecado y el único responsable de las consecuencias que éste le traiga. Somos usted y yo los responsables de lo que hagamos. Es nuestra decisión. Es nuestro destino también lo que estamos poniendo en juego. Dios se lo hizo ver a Adán, a Caín, a Saúl, a David, a Salomón, al pueblo de Israel y espero que a través de este mensaje también a ti  y a mí. 

           Quiero concluir citando ahora el caso de Acab (1 Re. 16:29-22:40). Uno de los reyes cuyo gobierno fue uno de los más grandes promotores del pecado en libertinaje e idolatría de esta nación. Un rey con una conciencia verdaderamente cauterizada y un corazón inclinado de continuo solamente al mal. Este es el esposo de la perversa Jezabel cuyos hechos son sus credenciales. Éstos dos habían pervertido aún más a Israel y sus historias son las más vergonzosas de la genealogía de este pueblo. El profeta que se las tuvo que ver con ellos fue el poderoso Elías. Éste luchó a “sangre y fuego” (¡literalmente!) por hacer volver al pueblo a Jehová pero sus esfuerzos fueron prácticamente en vano pues Acab “hizo más para provocar al Señor, Dios de Israel más que todos los reyes de Israel que fueron antes de él” (1 Re. 16:33) Era un anomos, un sin-ley. Tanto él como su mujer odiaban a Elías porque se les oponía y señalaba sus pecados; lo aborrecían porque él les profetizaba la verdad que no querían oír. A ellos les gustaba “disfrutar de la vida”, de la vida libertina donde el desenfreno y la disolución son las características de la conducta. A Elías, como a todo siervo de Dios, le indignaba grandemente esto y les hacía duro contrapeso. Llegaron a odiarlo tanto que habían ordenado una persecución para matarlo. Elías se les escapó y huyó. Pero en una ocasión el mismo Elías mandó buscarlo para confrontarlo frente a frente. Cuando el rey llegó donde Elías pronunció las palabras que sugirieron el título del presente tema: “Así que tú eres el hombre que ha traído todo este desastre a Israel– exclamó Acab en cuanto lo vio” (1 Re. 18:17 Biblia al Día). ¡Que ironía que el perverso Acab culpe al profeta de la sequía que estaba consumiendo la vida de Israel! Esa sequía había sido solicitada por Elías en oración pero a causa de los pecados de este malvado gobernante. Las consecuencias de su iniquidad trajeron un terrible mal sobre la nación. Por eso no era culpa de Elías, era culpa de ellos y ahora debían sufrir las consecuencias de su pecado. Elías le responde: “Tú eres el que ha traído este desastre porque tú y tu familia se han negado a obedecer a Jehová y han adorado a Baal” (1 Re. 18:18). Otra vez los pronombres establecen sin lugar a dudas quienes son los responsables: “tú... tu”.

           Es tan triste tener que decirle a alguien que debe separarse de su esposa e hijos (si tiene) para poder alcanzar salvación. Es algo por lo que ninguno de nosotros quisiera pasar ni desea que nadie lo haga. Es un dolor que no puede ser puesto en palabras.  Sin embargo, el pecado es una decisión personal. Es un paso que trae consecuencias. Acab estaba muy equivocado y algunos de nuestros hermanos también lo están. Aquí nadie es el “divisionista”, EL PECADO ES EL QUE DIVIDE. Aquí nadie es el que destruye la vida de nadie, EL PECADO ES EL QUE DESTRUYE EL ALMA Y LA VIDA DEL PECADOR. Por eso Jesús vino y murió en la cruz. Él más que nadie sabía lo que el pecado hace en el corazón del infractor y en el mundo entero. Si el asunto no fuera grave las palabras de invitación que siguen a los sermones evangelísticos serían un melodrama sin importancia. O las advertencias de Dios serían meras exageraciones. Pero cada matrimonio que tenga que disolverse, cada familia que tenga que separarse o cada congregación que tenga que ser apartada del resto, lo será como consecuencia del pecado. Así es el pecado, así es el diablo. El diablo es el que destruye no Dios ni su iglesia. El pecado es el que destruye. Dios es amor y por eso es justo; la justicia demanda responsabilidad del infractor y pago por la culpa. Cristo paga la deuda cuando el arrepentimiento (que es el cambio de mentalidad que resulta en un cambio de vida) tiene lugar en la vida del pecador. Lo que Dios no detiene por justicia son las consecuencias de nuestra maldad. Dios perdona al asesino, pero alguien ahora está muerto. Dios perdona al promiscuo sexual, pero el SIDA terminará con ese cuerpo. Dios perdona al narcotraficante, pero la vida de muchos ya está siendo destruida por la drogadicción. Dios perdona al adúltero, pero una segunda familia tiene que separarse o alguien tiene que quedarse digamos, no casado. Ni Adán ni Caín ni yo debemos echarle la culpa ni a Dios ni a sus siervos. La culpa es del culpable, las consecuencias del pecado son responsabilidad del pecador. Mi conciencia ha vuelto a la paz... ¡Acab es el que turba a Israel!

 

 

Rolando Rovira