La Ironía de un
Profesor
Por Guido
de la Zerda*
El 2 de diciembre
de 1970, el filósofo dictó
su clase inaugural en el
College. Fue un acontecimiento:
el diario Le Monde envióa
uno de sus periodistas
más conocidos para
cubrir el hecho. En su crónica,
Jean Lacouture registró:
“Ante un público que está
esperando que lo encanten,
se presentó un personaje calvo,
de piel marfileña, de
aspecto budista y de mirada
mefistofélica, a quien
la seriedad del momento
no le impidió mostrar
su irreprimible ironía (Molina 2000)
Cuando Michel Foucault murió
en París de “absceso cerebral” en junio de 1984, Le Monde publicó
una necrología de Paul Veyne, distinguido historiador clásico
y colega de Foucault en el Collège de France, en que éste
declaraba que la obra de Foucault era "el acontecimiento de pensamiento
más importante de nuestro siglo". En todo caso, según
J.G. Merquior (1986) consideraba que Veyne exageraba en su afirmación.
De todos modos, la lengua inglesa conducida de la mano de Merquior sobre
el estudio de Foucault había de admitir que quizá éste
no fuese el mayor pensador de nuestra época, pero ciertamente fue
la figura central de la filosofía francesa después de Sartre.
Así, Foucault, resonará
en la caja de quienes lo denostaban o como cuenta Deleuze, de algunos rencorosos
que dicen que es el nuevo representante de una tecnología, de una
tecnocracia estructural. Otros dicen que es un simulador que no puede apoyarse
en ningún texto sagrado, que apenas cita a los grandes filósofos.
Otros, por el contrario, se dicen que algo nuevo, profundamente nuevo,
ha nacido en filosofía, y que esta obra tiene la belleza de lo que
rechaza: una mañana de fiesta. (cf. Deleuze, 1987: 27).
En cualquier caso, Deleuze
respondió que la calidad moral de los herederos de una cierta izquierda,
para quienes no se trata tanto de comprender al otro como de vigilarlo.
(Deleuze, 1987: 15). Por su parte, Foucault, responderá ante la
gendarmería intelectual desdeñando cualquier etiqueta: "Nunca
he sido freudiano, nunca he sido marxista y nunca he sido estructuralista"
(Merquior, 1986: 13). No soy un escritor, ni un filósofo, ni tampoco
una gran figura de la vida intelectual: soy un profesor...No quiero ser
un profeta y decir: "Por favor siéntense, lo que tengo que decir
es muy importante". He venido para discutir un trabajo en común
(Foucault, 1990: 141).
Foucault, de ese modo,
abre espacios de reflexión, de descentramientos que
obran como herramientas para desterrar los centros: “No hay corazón,
no hay corazón, sino un problema, es decir, una distribución
de puntos relevantes; ningún centro, pero siempre descentramientos,
series con, de una a otra, la claudicación de una presencia y una
ausencia -de un exceso y un defecto” (Foucault, 1981: 7).
Así, Foucault,
se negaría a participar en programas que dijeran que era lo que
iba a suceder; había roto con el partido comunista francés.
Creía, "que incluso con las mejores intenciones, estos programas
se convierten en una herramienta, en un instrumento de opresión.
Rousseau, un enamorado de la libertad, fue utilizado durante la revolución
francesa para construir un modelo social de opresión. A Marx le
hubiera horrorizado el estalinismo y el leninismo. Pensaba Foucault, que
su papel -y ésta es una palabra demasiado enfática- consiste
en enseñar a la gente que son mucho más libres de lo que
se sienten, que la gente acepta como verdad, como evidencia, algunos temas
que han sido construidos durante cierto momento de la historia, y que esa
pretendida evidencia puede ser criticada y destruida. Cambiar algo en el
espíritu de la gente, ése es el papel del intelectual (Foucault,
1990: 143). De este modo, para Foucault, el papel del intelectual no es
el de situarse "un poco en avance o un poco al margen" para decir la muda
verdad de todos; es ante todo luchar contra las formas de poder allí
donde éste es a la vez el objeto y el instrumento: en el orden del
"saber", de la "verdad", de la "conciencia", del "discurso" (Foucault,
1979: 79).
También, habría
que recordar aquella faceta de Foucault, donde se encuentran el archivista
y el filósofo, y donde Foucault se convierte en genealogista por
oposición al historiador que sueña por encontrar la veta
del origen de las cosas. El genealogista que apuntaba Nietzsche,
aquel que se ocupa de "escuchar la historia más que de alimentar
la fe en la metafísica" (Foucault, 1979: 10). Es aquel que renuncia
a reconstruir el origen de las cosas por temor a encontrarse con otra teogonía
que tanto desprecia. Foucault prefirió el genealogista Nietzscheiano
que no teme encontrarse en la puerta del hombre un mono -recordándonos
a Darwin. Es el genealogista que se opone a las solemnidades de la historia
por el origen y que se propone ver al hombre fuera de sus raíces.
Entonces, la genealogía no pretende remontar al tiempo para restablecer
la continuidad, todo lo contrario; Foucault inspirado en Nietzsche quiere
restablecer la discontinuidad de la historia: Una historia que no sería
escansión, sino devenir; que no sería juego de relaciones,
sino dinamismo interno; que no sería forma, sino esfuerzo incesante
de una conciencia recobrándose a sí misma y tratando de captarse
hasta lo más profundo de sus condiciones: una historia que sería
a
la vez larga paciencia interrumpida y vivacidad de un movimiento que acaba
por romper todos los límites.(Foucault, 1977: 21).
Así, Foucault
se opuso a estudiar los "ejemplos de la gran corriente de la historia";
por el contrario se sintió fascinado por estudiar figuras límites
de la sociedad: "Locos, leprosos, criminales, desviados, hermafroditas,
pensadores oscuros". Porque el consideraba que los procesos políticos
y sociales que estructuraron las sociedades europeas occidentales no son
demasiado claros, han sido olvidados o se han convertido en habituales.
Forman parte de nuestro paisaje más familiar, y no los vemos. Pero,
en su día, la mayoría de ellos escandalizaron a la gente.
Uno de mis objetivos -decía- es mostrar que muchas de las cosas
forman parte de su paisaje -la gente piensa que son universales- no son
sino el resultado de algunos cambios históricos muy precisos. Todos
mis análisis van en contra de la idea de necesidades universales
en la existencia humana (Foucault, 1990: 144).
Foucault, por definición,
es el pensador que afronta el peligro. Foucault es el ejemplo del peligro
de pensar hasta el canto que toca la locura y la muerte, de mostrar la
inhumanidad de las ciencias humanas.
A esto habría que añadir
el recorrido de Foucault sobre temas particularmente teóricos: 1)
¿cuáles son la relaciones que tenemos con la verdad a través
del conocimiento científico, con esos "juegos de verdad" que son
tan importantes en la civilización y en los cuales somos, a la vez,
sujeto y objeto?; 2) ¿cuáles son las relaciones que entablamos
los demás a través de esas extrañas estrategias y
relaciones de poder?; y 3) ¿cuáles son las relaciones entre
verdad, poder e individuo? (Foucault, 1990: 150).
Finalmente, en estas
notas, que remarcan el efecto Foucault -de manera incompleta, como no podía
ser de otro modo- a más de 16 años de su desaparición,
la moda estructuralista o "la conciencia inquieta del saber moderno" -como
quería el mismo Foucault- no descansa en paz todavía de aquella
estela del sujeto trascendental que él combatió a lo largo
de su obra, y que no termina por undirse en las arenas y el fango de una
humanidad sinrazón que todavía arrastramos como símbolos
pérdidos de nuestra época.
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