EL
PLACER DE EDITAR UN LIBRO
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Para hacer reír a nuestros amigos y hacer rabiar a nuestros enemigos Por Guido
de la Zerda*
¿Cómo leer el texto de Teresa Alem, sino no es para hacer reír a nuestros amigos y hacer rabiar a nuestros enemigos? Ciertamente no es un texto para leerlo dentro de las fórmulas de la academia universitaria, aunque paradojalmente escribamos y publiquemos en el campus para la buena y mala conciencia universitaria. “Según algunas teorías
críticas contemporáneas la única lectura fiable de
un texto es una mala lectura, la única existencia de un texto viene
dada por la cadena de respuestas que suscita y, como indicó maliciosamente
Todorov (citando a Lichtenberg a propósito de Boehme), un texto
es sólo un picnic en el que el autor lleva las palabras, y los lectores
el sentido.
De todos modos, la interpretación de un texto es un ejercicio que supone tomar alguna posición, no importa la de un envidioso, o un indiferente, al final es una hermeneútica. En todo caso parece estar claro que según Eco (1997) hay que hacer el esfuerzo por encontrar la naturaleza del texto, “iluminar de algún modo esa naturaleza”, mientras que otro pensador –no menos importante que el primero- llamado Richard Rorty (1991) nos apremia a olvidar la idea de descubrir Cómo es Realmente El Texto y, en cambio, a pensar en las diversas descripciones que, en función de nuestros diversos propósitos, nos resulta útil darle. Para ambas posiciones, es decir, para Eco y Rorty no interesa mucho el autor como tal, lo que interesa es en definitiva su escritura, la cadena de signos que construye y que el lector deconstruye. Foucault (1980) soñaba con que leyesen sus textos aunque sus lectores no se acordasen quién lo había escrito. Existe el riesgo de que la escritura supere el imago del autor, eso se da todo el tiempo. Cuenta Renato Prada, escritor boliviano, por ejemplo, que García Marquez, no hace honor a su majestuosa obra “Cien años de soledad”, -que entre otras cosas para Borges podían haber sido cincuenta-; porque, según Prada, el escritor colombiano tiene un carácter difícil que incluso fácilmente exige un “Oh Señor”. En cambio, Mario Vargas Llosa, -el cual parece representar a una derecha sin vuelta-, su trato con la gente es cortés, incluso puede ser amable. Lo vimos en Portales parecía una vedette educada. Hago esta introducción porque a pesar de las técnicas de interpretación de un texto, no he podido obviar a Teresa como autora del libro, porque se que su texto no lo escribió como producto de un cansino y aburrido trabajo de escritorio, -aunque presumo que ha usado una mesa- tampoco tiene los tecnicismos académicos con los cuales nosotros los tutores de tesis empalagamos a nuestros alumnos. El de Tere es un texto vital. Una forma de Rimbaud al revés. Como se sabe el poeta francés primero escribió y luego se marchó al África a vivir su poesía en medio del desierto. En cambio Tere, antes de escribir, vivió y se fundió con el paisaje de las montañas de Charazani, ahora nos ofrece la escritura evocativa de su mente y su cuerpo. Es el lenguaje coloquial del viajero, que se desparrama mientras baila y penetra la noche, se levanta para mostrarnos que hay otros mundos, que se mueven y contraponen, a los cuales estamos a veces atados, cuando en verdad somos más libres de lo que pensamos. La historia no es universal. La realidad no existe como un paisaje universal, sino aquello que comunmente la gente piensa que son universales, no son sino el resultado de algunos cambios históricos precisos (Cf. Foucault 1990). Las dudas de Tere tienen esa tónica. La interculturalidad, no se la puede enseñar ni tampoco sostener con la fuerza que impone la letra muerta de las leyes, ni veinte mil reformas educativas. La interculturalidad tampoco es cosa de buenas intenciones y agradables modales. La interculturalidad la debemos entender como una relación de poder, como una relación de fuerza que encuentra un curso singular y convergente. La interculturalidad para algunos y desde la globalización, por ejemplo, borra las diferencias, homogeneiza a la población y concilia la diversidad, sin modificar las exclusiones y acabar con las guerras. En otras palabras, la interculturalidad la podemos convertir, en una sociedad de control “al aire libre” y que reemplaza a las antiguas disciplinas que actuaban en el período de los sistemas cerrados (Deleuze 1996). O contrariamente podemos entender la interculturalidad como un intercambio de símbolos propios entre gente “que vive todos los días con esperanza, tensión, riesgo, desafío, juego y fiesta...”, como nos describe Tere. El mosaico de la diversidad ha permitido que se viviese inadvertidamente las relaciones de interculturalidad, y que no se puede imponer como política de Estado. Para Tere esta es una diversidad que incluye cuando dice: “la presencia de la diversidad en cualquier lugar de Bolivia, nos hace sentir orgullosos de esa persistencia silenciosa vivida por siglos, logrando mantener tantas maneras de estar y mirar la vida a pesar de la dominación, la discriminación y la negación”. De ahí que Tere no se mueva sólo bajo conceptos (nuevas maneras de pensar), ella combina con perceptos (nuevas maneras de ver y escuchar) y también con afecto (nuevas maneras de experimentar). Tal es la trinidad filosófica, que defendemos para que el movimiento tenga lugar (Ibid). Su texto como ella se desplazan no sólo sobre el mundo, sino desde el mundo. Cada subtítulo es una construcción por si sola, aunque tenga armonía de conjunto. El texto de Tere puedes leerlo de atrás adelante, del medio para atrás o adelante. Recordando “La Rayuela” del viejo Cortázar. La estructura del texto también fluye. Leyendo los subtítulos puedes construir un nuevo libro, tu libro: tomemos una muestra: “señas y sueños”, “el ayllu totalidad fundante”, “diversidad que incluye”, “lo propio y lo diverso”, “los otros también estamos”, “la obstinada permanencia del cosmos”. Estos subtítulos nos dicen que las relaciones humanas también son un flujo de ideas, de cosas que se transmiten, que quedan, donde el escuchar, el ver, el pensar y experimentar son una misma cosa. En esa fluidez vuelven con ella, -a su modo, claro está- Luis Rojas Aspiazu, Rodolfo Kusch, Rodolfo Mondolfo, para reafirmar una visión de cultura, no como ideología estática o cosificada, sino para defender un sentido, un flujo, un estado de duda. Avanzar desedipizándonos, incluso desedipizar la naturaleza y el paisaje, encontrar la libertar de nuestras imágenes, la independencia de nuestras metáforas. Una palabra nombra, pero no para convertirse en imágenes idénticas inmutables, ahí radicaría su pobreza, sino para fluir, y convertirse y reconvertirse permanentemente, para auto y reinventarse a sí misma. Un día somos para dejar de ser otro, no como un acto de ruptura mental, sino como un acto de no propiedad, de no estatismo, sino de vida que gira, de conversión energética. Somos como aquella idea de Jean Huston que recupera Tere, que dice: “Siempre he pensado en un mito como algo que nunca existió pero que siempre está sucediendo”. Por todo esto como definir y presentar el texto, como nombrarla a Tere, sabiendo de antemano que no deseo definirla porque temo volverla cosa, detenerla suspendida. Para evitar lo que temo, dejemos
que un párrafo de D.H. Lawrence (1981) me salve y evoque lo
que pienso de élla y también de su texto: “Colocar
a una mujer en un pedestal, por ejemplo, o al contrario volverla indigna
de toda importancia: convertirla en una ama de casa modelo, una madre o
esposa modelo, son simples medios para eludir cualquier contacto con ella.
Una mujer no representa algo, no es una personalidad distinta y definida...
Una mujer es una extraña y dulce vibración del aire que avanza,
inconsciente e ignorada, en busca de una vibración que le responda.
O bien es una vibración pesada, discordante y dura para el oído
que avanza hiriendo a todos los que se hallan a su alcance. Lo mismo
ocurre en el hombre”.
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