|
Texto:
DE LA CRUELDAD Y LA CLEMENCIA;
Y SI ES MEJOR SERAMADO QUE TEMIDO, O SER TEMIDO QUE AMADO.
Paso a las otras cualidades ya cimentadas y declaro que todos los príncipes deben desear ser tenidos por clementes y no por crueles. Y, sin embargo, deben cuidarse de emplear mal esta clemencia, César Borgia era considerado cruel, pese a lo cual fue su crueldad la que impuso el orden en la Romaña, la que logró su unión y la que la volvió a la paz y a la fe. Que, si se examina bien, se verá que Borgia fue mucho más clemente que el pueblo florentino, que para evitar ser tachado de cruel, dejó destruir a Pistoya. Por lo tanto, un príncipe no debe preocuparse porque lo acusen de cruel, siempre y cuando su crueldad tenga por objeto el mantener unidos y fieles a los súbditos; porque con pocos castigos ejemplares será más clemente que aquellos que, por excesiva clemencia, dejan multiplicar los desórdenes, causas de matanzas y saqueos que perjudican a toda una población, mientras que las medidas extremas adoptadas por el príncipe sólo van en contra de uno. […]
Surge de esto una cuestión: si vale más ser amado que temido, o temido que amado. Nada mejor que ser ambas cosas a la vez; pero puesto que es difícil reunirlas y que siempre ha de faltar una, declaro que es más seguro ser temido que amado. Porque de la generalidad de los hombres se puede decir esto: que son ingratos, volubles, simuladores, cobardes ante el peligro y ávidos de lucro. Mientras les haces bien, son completamente tuyos: te ofrecen su sangre, sus bienes, su vida y sus hijos, pues –como antes expliqué– ninguna necesidad tienes de ello; pero cuando la necesidad se presenta se rebelan. Y el príncipe que ha descansado por entero en su palabra va a la ruina al no haber tomado otras providencias; porque las amistades que se adquieren con el dinero y no con la altura y nobleza de alma son amistades merecidas, pero de las cuales no se dispone, y llegada la oportunidad no se las puede utilizar. Y los hombres tienen menos cuidado en ofender a uno que se haga amar que a uno que se haga temer; porque el amor es un vínculo de gratitud que los hombres, perversos por naturaleza, rompen cada vez que pueden beneficiarse; pero el temor es miedo al castigo que no se pierde nunca. No obstante lo cual, el príncipe debe hacerse temer de modo que, si no se granjea el amor, evite el odio, pues no es imposible ser a la vez temido y no odiado; y para ello bastará que se abstenga de apoderarse de los bienes y de las mujeres de sus ciudadanos y súbditos, y que no proceda contra la vida de alguien sino cuando hay justificación conveniente y motivo manifiesto; pero sobre todo abstenerse de los bienes ajenos, porque los hombres olvidan antes la muerte del padre que la pérdida del patrimonio. Luego, nunca faltan excusas para despojar a los demás de sus bienes, y el que empieza a vivir de la rapiña siempre encuentra pretextos para apoderarse de lo ajeno, y, por el contrario, para quitar la vida, son más raros y desaparezcan con más rapidez.
_____________________________
“El Príncipe”. Nicolás Maquiavelo. Capitulo XVII.
|
|
Para saber
más: [actividad opcional]
[…] Veamos ahora cuál es el gran principio del llamado “realismo maquiavélico”.
Es propio de la 'prudencia política' que las acciones estén en consonancia con lo que se quiere obtener de ellas. Así, por ejemplo, si se quiere unir las voluntades humanas tan proclives a la dispersión, aunque para un Príncipe sea mejor, desde un punto de vista personal, ser amado por sus súbditos, si quiere verdaderamente lograr aquellos objetivos de unidad, será más realista hacer que lo teman y no lo amen, si hay que elegir entre ambas cosas.
Y a esta sentencia, “más vale ser temido que amado”, sigue inmediatamente el apoyo histórico:
“César Borgia era tenido por cruel; y, sin embargo, aquella crueldad suya había beneficiado a la Romania, la había unido, y le había traído la paz y la confianza". [El Príncipe. Cap. XVII, 5.]
De la misma manera, si un Príncipe conquista un Estado y lo quiere conservar:
“…debe obtener dos cosas: una, que se extinga la sangre del Príncipe antiguo; la otra, que, no se alteren ni las leyes ni los tributos que paga el pueblo conquistado.[Op. Cit. Cap. III. 51.]
Y siguen las ilustraciones históricas...
Lo que postula Maquiavelo es la existencia de una lógica interna en los hechos sociales, lógica autónoma, cuyo adecuado manejo práctico conduce al logro político. ¿Y cuál es el fin político por excelencia que propone Maquiavelo? Ya lo hemos dicho: devolver a Italia su unidad y su grandeza pasadas.
Ahora bien, tratándose de la unidad nacional, es decir, del supremo bien político, todos los medios conducentes a tal fin serán buenos. La teoría maquiavélica es que los medios toman la cualidad moral del fin:
“Es moral un acto cualquiera si, acusándolo el hecho, lo excuso el efecto. Y siendo bueno (el efecto), siempre loexcusará.” [Op. Cit. Cap.XXI, 20.]
Seguramente fue esta sentencia la que sirvió de base para acuñar esta otra más popular de 'el fin justifica los medios' que, aunque nunca salió de la pluma del Secretario, es una buena fórmula para resumir lo que es el 'maquiavelismo'.
Pero, antes de proseguir, habría que desechar la burda interpretación que identifica sin más el maquiavelismo con el engaño y la astucia que se emplean en las relaciones privadas. Porque, es en función del fin, reconocido como universal, como socialmente bueno, que los medios, en sí reprobables, pueden ser justificados moralmente. Esta es la teoría.
Por eso mismo, no es exacto que Maquiavelo rompa con todas las ataduras éticas; que su obra sea amoral. Es otro el sentido: el maquiavelismo postula una suerte de doble verdad ética: una, válida para el individuo; otra, para el Estado, que debe resguardar el bien social. Ambas verdades son independientes y, a veces, opuestas. Es lo que estaba ocurriendo, paralelamente, en el campo del conocimiento teorético: el renovado conflicto entre razón y fe –recordemos a Occam–, entre ciencia y teología.
Se trata, pues, de una separación entre la ética individual y la del Estado. Separación discutible todo lo que se quiera, pero esto no significa que Maquiavelo piense que el Estado deba ser completamente amoral, como sostienen algunos comentaristas. Todo lo contrario: la fórmula maquiavélica expresa una suerte de heroísmo ético: ¡cualquier cosa por el bien general! Yen las circunstancias históricas en que vive Maquiavelo este bien consiste en la unidad nacional en torno a la figura de un Príncipe virtuoso.
No obstante, el maquiavelismo no queda exento de un enjuiciamiento ético. Y éste es el problema que se suscita: si el Estado no reconoce ningún valor (ningún Bien) autónomo, él mismo se vuelve el supremo Bien, en cuanto genera absolutamente todos los valores y todas las normas de convivencia. Faltando un contenido ético-político, el Bien maquiavélico no consiste sino en la obtención del Poder y en su conservación. La unidad, como supremo Bien, no es sino un caso particular de esta consecuencia: la unidad verdadera, real, es la que resulta de un bien que al comunicarse, vuelve concordes las voluntades. La Unidad no es un bien en sí, sino la expresión de un bien común que perdura. Pero, si no existe ese bien común, si no hay un contenido ético-político que nos mantenga unidos, la unidad es sólo una fuerza externa a las voluntades y proporcional al poder represivo que se ejerce sobre ellas.
Así, después de haber forcejeado por desprendernos de las ataduras teológicas, llegamos casi a lo mismo: se crea al interior del mundo humano, un dualismo entre la voluntad omnipotente, divina, del Príncipe, que hace que las cosas sean buenas simplemente porque las hace, y las otras voluntades, cuya posibilidad se la juega por su cuenta el Príncipe, en vistas de un 'cálculo' político que sólo tiende a la conservación del Poder.
En resumen: la esencia final de todo maquiavelismo político –y no hay otro– consiste en hacer del que debería ser un instrumento y un medio del Bien: –del Poder–un fin absoluto. (El poder es el Bien).
___________________________
Humberto Giannini. “Breve historia de la filosofía”. Ed. Universitaria, 1987.- |