Colegio Washinton Center, La Florida.

Guía de autoaprendizaje de Filosofía.

Segundo Semestre. 1era Unidad, Clase N° 7

 

 

Aristóteles: La felicidad como fin último de la vida humana.

 

Introducción:
Una de las columnas vertebradoras de la ética occidental la encontramos, sin duda, en la obra de Aristóteles; uno de los principales filósofos de la Grecia clásica, nacido en el siglo IV a.C., discípulo de Platón, influyó en forma determinante en la historia del pensamiento especialmente en la edad media. Aristóteles sintetiza su ética en la obra "Ética a Nicómaco", denominada así en honor a su hijo Nicómaco. Son dos las interrogantes iniciales que trata de responder esta trabajo: qué es la "felicidad" y qué es la "virtud". Veamos un resumen del argumento que Aristóteles nos ofrece para responder estas preguntas.

Todo el pensamiento de Aristóteles está cruzado por el fenómeno del "movimiento". De esta manera comienza el argumento de El Filósofo: todo lo que se mueve lo hace hacia un fin que le pertenece y que persigue por naturaleza. Así por ejemplo, los animales se mueven para alimentarse ya que aspiran naturalmente a la nutrición y a la sobrevivencia. Ahora, este fin particular que las actividades persiguen es también su "bien". Dicho negativamente, nada busca el "mal". De esta manera, podemos definir primariamente el "bien" como "aquello hacia lo cual todas las cosas tienden". Todo lo que el ser humano hace lo hace precisamente porque, al menos, lo "estima" como bueno.

Las acciones humanas son múltiples y cada una de ellas tiene su fin (o bien) particular. El sentido común nos dice que la vida del hombre no es sólo la suma de infinitos fines particulares si no que todas las acciones humanas tienden a un único fin que se quiere por sí mismo sin esperar una utilidad que devenga de este fin último. Este fin al que aspiran todas las acciones del hombre es la felicidad. En efecto, todo lo que hacemos lo hacemos porque queremos ser felices.

Sabemos ya que la felicidad es el fin hacia el cual tienden todas las acciones del hombre y que constituyen también su bien propio. Pero, ¿en qué consiste esta felicidad?

Cuando hablamos del fin o el bien propio de algo nos referimos a su naturaleza, a su finalidad natural, a aquello para lo cual está naturalmente dispuesto. Esta finalidad última es también su perfección, el mayor bien al cual se aspira y que es la unificación de todos los bienes particulares. Así, decimos que un cuchillo es un "buen cuchillo" cuanto ejecuta correctamente su finalidad propia: cortar. La pregunta es, por tanto, ¿cuál es la finalidad propia del ser humano, su perfección, el mayor de los bienes al que aspira? La respuesta nos surge con claridad cuando comparamos la vida humana con los otros niveles de la vida en general. La finalidad propia de los vegetales es el crecimiento y la reproducción. Por otro lado la finalidad de los "animales inferiores" es la sensibilidad. A diferencia de estos últimos, el ser humano tiene la capacidad de "razonar" constituyendo esta su naturaleza propia. En efecto, el hombre es un ser racional o inteligente en el sentido que tiene la capacidad de "inteligir", de "leer" dentro de los hechos del mundo y comprenderlos mediante sus causas.

De lo anterior podemos inferir que si la felicidad es la realización de la finalidad propia de lo humano, es esta actividad el ejercicio constante de la razón.

Nos encontramos en este punto del argumento aristotélico con un concepto netamente ético: la virtud, segunda preocupación de la Ética a Nicómaco que acá adelantamos. Una virtud es, en general, la perfecta realización de la naturaleza propia de algo. Así decimos que un pianista es "virtuoso" cuando toca "bien" este instrumento. De la misma manera un hombre es virtuoso (en cuanto hace las cosas "bien") cuando ejerce su finalidad propia: razonar.

La felicidad es –concluye Aristóteles– una actividad del alma (del ser pensante) conforme a la virtud (a la capacidad de razonar)


 

Texto:

 

 

Selección de la “Ética a Nicómaco” de Aristóteles.

 

Decir que la felicidad es lo mejor parece ser algo unánimemente reconocido, pero, con todo, es deseable exponer aún con más claridad lo que es. Acaso se conseguiría esto, si se lograra captar la función del hombre. En efecto, como en el caso de un flautista, de un escultor y, de todo artesano, y en general de los que rea­lizan alguna función o actividad parece que lo bueno y el bien están en la función, así también ocurre, sin duda, en el caso del hombre, si hay alguna función que le es propia. ¿Acaso existen funciones y actividades propias del carpintero, del zapatero, pero ninguna del hom­bre, sino que éste es por naturaleza inactivo? ¿O no es mejor admitir que así como parece que hay alguna fun­ción propia del ojo y de la mano y del pie, y en general de cada uno de los miembros, así también pertenecería al hombre alguna función aparte de éstas? ¿Y cuál, pre­cisamente, será esta función? El vivir, en efecto, parece también común a las plantas, y aquí buscamos lo propio. Debemos, pues, dejar de lado la vida de nutrición y crecimiento. Seguiría después la sensitiva, pero parece que también ésta es común al caballo, al buey y a todos los animales; Resta, pues, cierta actividad propia del ente que tiene razón. Pero aquél, por una parte, obedece a la razón, y por otra, la posee y piensa. Y como esta vida racional tiene dos significados, hay que tomarla en sentido activo, pues parece que primordialmente se dice en esta acepción. Si, entonces, la función propia del hombre es una actividad del alma según la razón, (1098a) o que implica la razón, y si, por otra parte, deci­mos que esta función es específicamente propia del hom­bre y del hombre bueno, como el tocar la cítara es propio de un citarista y de un buen citarista, y así en todo añadiéndose a la obra la excelencia queda la virtud (pues es propio de un citarista tocar la cítara y del buen cita­rista tocarla bien), siendo esto así, decimos que la función del hombre es una cierta vida, y ésta es una activi­dad del alma y unas acciones razonables, y la del hom­bre bueno estas mismas cosas bien y hermosamente, y cada uno se realiza bien según su propia virtud; y si esto es así, resulta que el bien del hombre es una actividad del alma de acuerdo con la virtud, y si las virtudes son varias, de acuerdo con la mejor y más per­fecta, y además en una vida entera. Porque una go­londrina no hace verano, ni un solo día, y así tampoco ni un solo día ni un instante [bastan] para hacer venturoso y feliz.

 

Actividad:
Responde, con tus propias palabras y basándote en el texto, las siguientes preguntas: 

  1. ¿Qué relación existiría, según Aristóteles, entre fin y felicidad?
  2. ¿Por qué se sostiene que existiría un fin último de la vida humana?
  3. ¿En que consistiría, según el texto, la naturaleza propia del ser humano?

 

 

Conclusiones:

  • Todo fin natural es sinónimo de bien.
  • La felicidad es alcanzar el fin natural de la vida humana.
  • La finalidad propia de la vida humana es una actividad conforme a la razón.
  • Sólo el hombre virtuoso (el que razona correctamente) es feliz.

 

 

 

Para saber más: [actividad opcional]

Lee el libro de Dominique Lapierre “La ciudad de la alegría” (o ve la película del mismo nombre del director Roland Joffe, 1992) y reflexiona sobre lo que cotidianamente entendemos por felicidad en comparación con la definición que nos ofrece Aristóteles.