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¡Trabajar mucho, dormir poco y callar!... o de lo contrario,
asumir las pautas del "charnego" aprender rápidamente el catalán,
o buscarse un pariente-fiador que haciendo de abogado del diablo -pobre
diablo diría yo- te sacase pronto del Castillo de Monjüit; pues transcurridas
las cuarenta y ocho horas primeras, en aquella prisión-prevención,
a todo emigrante, o individuo carente de la requerida documentación,
lo empaquetaban como si fuera un animal cualquiera, y en un vagón,
porque ni siquiera había coches de tercera, de nuevo se veía metido
en el "borreguero" devuelto y sin facturar, camino de la región, de
donde se suponía que salió.

¡Es curioso!... pero esa misma canción no la repetía la burguesía
catalana con el mucho dinero que para inversión, de las tierras de
esos desgraciados, día a día y como un maná les llegó. Ni tampoco
hubo noticia, de que nadie moviese un dedo para que las empresas,
fundiciones, montajes o telares, se instalasen allí donde por ser
más pobres los pueblos, más se necesitasen; y ese, ese era el equilibrio
que el nuevo régimen vencedor instauraba, para que las regiones díscolas
no le protestasen, al tiempo que con promesas y amenazas, a los demás
lugares, la boca tapaba.
En el centro, en el foro, los que arribaban, en chabolas sostenidas
por cuatro palos y cuatro chapas de viejos bidones y de latas se instalaban;
y así, viviendo a lo "calé" el tiempo pasaban, hasta que un buen día,
ante la afluencia de tantos desdichados como poblaban los arrabales
de la Ventilla, del Carmen, de Vallecas, del Pozo del Tío Raimundo
y de Moratalaz, a un iluminado sabiondo que con la "chusma" quería
terminar no se le pudo por menos que ocurrir y por "mor" de su cargo
aprobar y decretar -ignorando de pleno la virtud principal de esa
ciudad que es la hospitalidad- que toda insalubre construcción se
debía de derribar y que sólo aquellas que tuvieran ¡como Dios manda!,
de tejas su techumbre... en pie deberían de quedar; y hete aquí, que
de la noche a la mañana, se vino a desatar una nueva forma de batalla
campal, entre la policía represora vestida de gris, y los usufructuarios
de aquella especie de chozas-cuchitril que por el día veían sus paredes
y sus enseres fenecer, para por la noche y entre todos, suelos, machones
y tejados, según Las normas poner.
De esta manera, noche tras noche, se fue regenerando la anarquía constructora
en la ciudad, hasta acabar en un bodrio especulativo tal, que ya ninguna
autoridad, ni política, ni del oficio, sería capaz de controlar.
Sin embargo, y a pesar de ser tratados como alimañas, aquellas gentes
que, huyendo de los andrajos y del arado en cada una de las afueras
de las ciudades se instalaron, poco a poco y sufriendo el desprecio
y la humillación, con mil y un sufrimientos, su cabeza y su familia,
a flote sacaron.
Otra cosa fue, que sólo hubiese un mísero plato único, ¡por los años
de los años!, para comer, y el que éste, por el ayuno más riguroso,
a veces se hubiera de permutar, si es que era preciso comprar ropa
para vestir o sandalias para calzar.
La cultura y la educación, ante este estrecho panorama, siempre fueron
quedando relegadas para mejor ocasión, y de ahí que se perdieran muchos
cerebros y genios que hubiesen podido ayudar al levantamiento general
del país.
No obstante, esa era la política cultural que siempre le interesó
al capital; pues quería tener a su disposición un ejército de parados,
mal preparados y lo suficientemente desesperados, como para que se
peleasen entre ellos mismos por un puesto barato en el cual trabajar,
y eso bien que lo vinieron a entender las cúpulas de los gobernantes
de aquel general. Y mientras que el noble, el nuevo rico, el afecto
y el burgués mantenían su casa grande y limpia, llena de buenos platos
y de mejor comida, con los más exquisitos vinos para beber y las más
guapas criadas para darles gusto a él y, para que se afanaran en el
planchado de los primorosos bordados insertados en el impecable mantel,
el pueblo llano las pasaba...