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El futuro también pasa por un gran plan racional de obras
públicas e infraestructuras, que sean capaces de dar al transporte
seguridad y agilidad, pues haciendo que sean más rápidas las transacciones,
se aumentará la riqueza y la redistribución, haciendo que la economía
florezca día tras día, de manera más ágil y mejor.
Me debéis de perdonar si alargué mi perorata, pero temí estallar si
no venía a las ondas para poder contarosla, en ella no hay invento,
ni trola, ni ánimo de engañar, pues sólo me mueve el afán de ayudaros
a despertar, de sacudiros de ese letargo tan lúgubre y amargo que
cuando menos, viene de siglos, y aún me quedo más corto que largo.

Ahora que ya os solté cuanto os quería decir, me voy tranquilo y en
paz, pues en mi ánimo ya sólo navega la esperanza de que, cuanto os
dije, lo sepáis bien interpretar; así es que nunca olvidéis que al
progreso sólo se llega con legalidad, con respeto, con tesón, con
esfuerzo, con productividad, y con redistribución y paz.
¡Válgame Dios!... ¡Qué jarro de agua fría sobre nuestras conciencias
cayó!
Aquella noche quedamos todos los oyentes boquiabiertos ante el tanto
peso de aquellos argumentos, y... tardamos bastante en reaccionar,
mas luego, cada uno... ¡En el auto de San Fernando!, a su casa se
fue marchando y sin tan siquiera rechistar.
Había que dormir un poco, porque como siempre, antes del alba que
es cuando el gallo acostumbra a cantar para anunciar las claras del
día, ya camino del tajo había que estar, si es que uno quería ganarse
otro día, el sempiterno mendrugo de pan.
¡Qué tiempos madre!
¡Qué trajines!
¡Qué efervescencias!
¡Qué cambios!
¡Qué trascamudeos en las vidas y en las conciencias!
Luego de contarnos cuanto recordó y de lo que de su propia cosecha
añadió, cada uno de nosotros, quedó solo con sus pensamientos y con
su reflexión.
Recuerdo que aquellos días fueron una época de mudanzas y de trastornos
para quien podía y también para quien como yo, apenas nada tenía.
Por aquellas fechas, el frío del invierno fue intenso, el calor del
verano tórrido, fuertes fueron las ventiscas en la primavera y en
el otoño; y en consecuencia, fueron pírricas las cosechas, y el ganado
dio pocos retoños.
El
resultado como era de esperar, venía ya rodado; se convirtieron en
difíciles hasta las cosas sencillas, afloraron aún más los odios,
se enconaron ya del todo las rencillas; los ricos y los terratenientes
sujetaron aún más corto a los caciques para que estos, no aflojaran
en manijeros ni intendentes, correas ni anillas, no fuera a ser que
el aparcero, el mulero o algún peón de las cuadrillas, difundiera
aquellas nuevas ideas socio-laborales subiéndose a cualquier pescante,
o repartiendo entre sus seudo-esclavos algunas octavillas.
¡Aquel fue un tiempo en el que se coartó hasta la esperanza!
Los jornaleros continuamente veían, cómo se le ponían excusas y trabas
a cuanto oían, y también, a cuantos haciendo gala de un inusitado
valor, se atrevían a hablarles a las masas para darles ánimos, para
convencerlas, para formarlas y para organizarlas, e incluso, para
ayudarles a entender, que había que llegar al poder, y también, a
saber protegerse de los ambiciosos y de los oportunistas, no fuese
a ocurrir, que cuando se quisieran dar cuenta, ya ni pudieran pensar
por su cuenta.
Tal situación tenía al final de cada jornada su encarnación, cuando
a la plaza del pueblo iba el mayoral o el contable-administrador,
o quizá hasta se atreviera a ir el señorito a buscar peones y gente
parada, que supieran manejar el palustre, la llana, el rastrillo o
las azadas, y se divertían espurgando para contratar al que más les
gustaba, de entre tantos cabezas de familias necesitadas.
¡Qué ignominia, jugar con el pan de una familia!
¡Qué buena machada, para luego ufanarse ante quien se la escuchaba!
¡Qué sistema, basado en la riqueza heredada... sin tener en cuenta
el mérito, ni el esfuerzo, ni la capacidad desarrollada!
¡Qué vergüenza! ¡Qué vergüenza de élites que se llamaban a sí mismas
cultivadas!
Cuando entraban a caballo... ¡elegantes de la cabeza a los pies!,
con la cabeza tocada con sombrero cordobés, con la bestia enjaezada,
con la silla de montar brillante y con las herraduras nuevas en las
patas del animal para que salieran chispas por delante de nuestros
mal calzados pies... o cuando se presentaban manejando su nueva tartana,
con la bocina vocingleando para que todos se apartaran y para que
nadie metiese la garrota entre aquellos radios que mantenían a las
frágiles ruedas en su posición redonda y al cacharro aquel de pie...
¡Era todo un espectáculo!... era digno de ver, cómo se desataba un
enjambre de sonrisas para si acaso agradar, y con esa sumisión, unida
al quitarse la gorra-visera o la boina capada cuando los miraba el
testaferro o el ricachón, en silencio pedir tener algún punto a su
favor, para... al día siguiente salir a dejarse por ellos la salud
y la piel, en el tajo bajo el sol.
Otros había, que mudos de gesto y de voz, sólo miraban al suelo para
no humillarse y para dejar intacto su ego y su honor...