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Cierto anochecer, cuando hacia la plaza con desgana eché a andar, me asaltaron unas ganas locas de volverme, pero a pesar de que iba como un sonámbulo, pronto en mi mente se abrió una corriente de preguntas a las que me sentí incapaz de contestar. Entonces estaba cansado; entonces temí estar bloqueado; entonces temí ser un negado; pero ahora que lo veo todo con más calma, creo que fue una auto-cortina para no adelantarme a los hechos que el fatídico destino nos tenía a todos reservado.
Yo, en mi cortedad, no vi las respuestas pero no me dejaba de preguntar:
¿Por qué será que todos somos ambiciosos y defensores acérrimos de la propiedad, del lujo, del buen vestir, del comer y del beber, y no consentimos en repartir con los demás la supuesta y efímera comodidad?
¿Por qué esa unanimidad de criterios en lo vanal y no en lo que verdaderamente a todos nos ha de importar, como es la paz, la libertad y la tranquilidad?
¿Por qué la diferencia de caracteres nos lleva hacia la envidia y la uniformidad, en vez de abocarnos más bien hacia una sana heterogeneidad y a la pluralidad en libertad?
¿Por qué?... ¡Por qué ocurría eso y no lo otro, tanto en lo religioso como en lo material!
¿Por qué?... ¡Por qué ha de ser así, si las acciones de cada uno se nos vienen a plasmar en la diferencia de los hechos, y éstos en sí, sólo vienen a responder a las diferentes formas y maneras del sentir!
¿No se estará auto-engañando el espíritu?
¿O es que éste, que siempre guió nuestras conductas y nos hizo ver las cosas y percibir los sentidos -a cada uno- desde esa perspectiva ideal que se da fuera del conjunto de cuantos formamos una cierta colectividad, ahora viene y nos niega el consenso, en el cual unos deben de aflojar y de su pecunio dar, y los otros, otorgar y callar, para así seguir teniendo la fiesta en paz?
Yo, que de cuestiones políticas y sociales estaba un poco "pez" no pude por menos que discurrir que no hacía falta tener una visión global de la inquieta realidad, para saber en lo que todo aquello iba a terminar.
Si hablabas con un liberal, te decía que la libertad venía de la participación individual; el progreso venía del esfuerzo privado, y que todo debía de estar supeditado a ciertos topes que sólo podrían superar los propietarios y los mejor preparados.
Si la plática era con un republicano, no te desmentía nada del liberal -su primo hermano- pero te acababa por remachar que libertad en una república, es hacer participar a toda la ciudadanía de una forma completa, pues todo se ha de condensar en un punto único, y éste, es la defensa de lo liberal, pero desde luego, dándole un carácter más público.
Si el tropiezo era con un conservador, tener la cabeza y la paciencia dispuestas, era cuanto debías de pedirle a Dios, pues debías de aguantarle toda su perorata y sin apenas interrupción. Si empezaba explicándote que el Estado no debía de intervenir de una forma directa en la economía porque ésta ya se bastaba y se sobraba sola para regirse según los condicionamientos que el propio mercado le imponía, en seguida te añadía que el mercado no podía favorecer los privilegios de personas o grupos, ya que los recursos sociales se deberían de ir situando según a quien se los asignase el propio mercado, y por tanto, no había otra vía ni disyuntiva, que seguir sus pautas y dejarse ya de tanta monserga y de pedir la luna y la tan cacareada justicia distributiva... Y, si acaso a interrumpirle te atrevías, él en seguida conectaba con sus veleidades, y te soltaba que no anduvieras con más necedades, porque la autorregulación del...