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-Perdona
abuelo, no es que yo quiera excusar a unos o a otros, sólo digo que
en la política, cuando algún partido o grupo se siente derrotado en
sus tesis o defenestrado en sus analíticas, a menudo recurre al motín
callejero o a fomentar el alboroto -replicó la nieta.
¡No, flor de mi corazón... no!
En aquella ocasión quedó claro, que si el pobre no teme a la muerte
más que a la vida o al destierro, el rico altivo e impertinente, jamás
podrá acumular su capital si no es a costa del sudor de la gente,
y por eso es, que una vez este conseguido, busca y busca de forma
impenitente, hasta que encuentra a un falsario que como testaferro
se le ofrece, para camuflar o evadir el capital que con cientos de
artimañas logró amasar, y cuando no ve salida, antes de perder lo
que tiene -o al menos eso cree o teme él- se encrespa y va y azuza
a los estómagos agradecidos junto a los poderes fácticos que a la
sombra del dinero y del poder han nacido y crecido, y ya, sin importarle
ni su Dios, ni su Patria, ni la Ley, se pone a conspirar y a desestabilizar,
cuando no lo deja todo en manos de otro país extranjero o involucra
a este otro en el juego, con tal de asegurar sus privilegios y su
capital.
Antes de mi época no sé cómo era, pero durante ella y después, ya
por todos se supo que el dinero no conocía fronteras. Y si tampoco
reconoce a ningún Dios ni a ninguna religión... ¿cómo iba a ser que
el nuestro entendiese de la Patria, de la familia o de los sentimientos?
y en esa postura... Me quieres decir nieta mía... ¿por qué iba a tener
apellido o consideración por la tierra en la que el poseedor había
nacido?
-Llevas razón padre -dijo la madre.
-Sí... pero... y la ley madre.
-¿Porque supongo que tú sabes lo que es la ley? -le preguntó la hija.