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En
estas estaban, cuando suenan en la puerta del departamento unos toques
secos que a todos extrañan. Manolín se despierta y, aunque no se asusta,
se agarra a la falda de su hermana. Los demás se miran unos a otros
como preguntándose:
¿Quién será?... si es allegado ¿por qué no vino antes para comer?...
Si no lo es, ¿cómo pudo cruzar el jardín sin que le lográsemos ver?

Al fin, se levanta Martín que con paso firme se dirige a abrir; detrás
le sigue su retoño, y cuando el padre con una mano abre y el niño
va y le toma la otra, se dan de bruces con un emigrante que, con la
cabeza gacha y la voz temerosa, como puede, les confiesa que tiene
hambre, que en tres días, sólo pudo conseguir una sopa y algo de pan
con fiambre.
El niño, con sus ojos llenos de bondad y de interrogantes, apenas
puede dejar de mirarle... ¡Parece un cadáver con piel morena! y, cuando
alcanza a oír aquella voz que se le resiste a salir para decirle a
Martín: ¡Tengo hambre... deme algo de comer... tengo hambre!, el pequeño
se estremece, aprieta la mano del padre, luego la suelta y sale veloz
hacia su madre y, en tomándole a ésta las suyas, le indica que le
alcance de la cocina sus pistachos, sus almendras y sus chocolatinas.
Y mientras Martín le pide a su esposa que le traiga entre el pan algo
de chacina o de tortilla. El "guaje" llega con sus bolsas de la mano,
y muy decidido se las da al pedigüeño, para que las ponga en el liote
que lleva a modo de equipaje; al punto llega la madre con un bocadillo
y un paquete de galletas. El pobre hombre los mira, coge la comida,
le alborota el pelo a la criatura y se le caen unas lágrimas... ¡Gracias,
gracias y que Dios se lo pague!... y cabizbajo, muerto de vergüenza,
se marcha dándoles de nuevo las gracias.
La nieta deja de hablar con el abuelo, está emocionada, vio cómo el
hermano no pudo resistir el impulso de ayudar a quien lo necesitaba,
y cómo rápido pidió lo suyo, a sabiendas de que se quedaba sin nada.
¡Cómo cambian los tiempos!... ¡Cómo cambian las almas!... ¡Esas son
cosas... que desde la cuna se maman!
Mientras, el viejo entorna por un momento sus ojos para hablar en
silencio con el que todo lo puede; rezar no reza; apenas sabe, pero
esta vez, como todas, le pide que interceda, aunque también le recrimina
aquello que le conduele... ¡Hoy tampoco sé por qué me deberías de
hacer caso Señor, pero... pero te pido ayuda para el pobre; y si no
encuentra trabajo, deja que le salga bien el robo o el atraco; así
tendrá para aguantar unos días más... aunque luego tenga el pago que
se merezca!... Que le salga bien... ¡¡Que no sufra nadie!!... Él es
todavía un hombre joven y no se le puede pedir que duerma noche tras
noche en la calle... La ciudad es muy grande y parece mentira que
no haya un alma caritativa que le ofrezca en qué ocuparse... ¡Y su
familia!... ¿Tendrá cama en la que despertarse?... A un hombre así
no se le puede exigir que si quiere comer, en la cola de la beneficencia
se haya de poner.
¡Tiene derecho a vivir!... ¡Tiene derecho al trabajo!
¡Parece honrado, aunque lleve sus miserias debajo!, oh Señor, no se
entiende cómo toleras que los bienes del mundo -tu mundo, los bienes
tuyos, los que dejaste en manos de nosotros, los homo-desastre- no
lleguen a las manos de todos.
Señor, ya no se puede aguantar tanta injusticia. Tú no debes tolerar
que exista tanta desigualdad, porque los bienes... los más necesarios,
deben de llegar a todas las partes; y más, a quienes los necesitan
más. No... no es justo que los que no tienen siquiera lo indispensable
y lo han de buscar con unos medios considerados como "ilícitos" por
quienes detentan unos bolsillos suficientes, luego, ésos, los bien
abastecidos, les vengan a considerar como a unos delincuentes.
Señor, reparte hoy tu mundo un poco mejor. Si quieres... tú puedes.
Repártelo, aunque sepas, como también yo lo sé, que no todos sabrán
gastar tus dones de la misma manera; pero eso... eso tú lo sabes,
aquí no se puede evitar, porque eso... eso va en la forma en que cada
uno tiene de ser y de pensar.
Yo no sé Señor, cómo lo haces en el cielo. ¿También hay pobres allá?
¿Qué hacen en el cielo los que no saben, no pueden, o no quieren "bien"
tus dones administrar?
¿Por qué dijiste aquel día del "lejano" pasado "Bienaventurados los
pobres" si los pobres, siempre o casi siempre, sólo son unos auténticos
desgraciados?
De pronto, el nieto se le echa sobre sus rodillas y golpeándole en
el vientre, le viene a contar tiernamente que dio sus bombones de
cacao y leche fina a un hombre sucio y maloliente; que éste, llorando
los tomó, mientras su flequillo y cabeza frotó; que los dos se miraron
con dulzura y sin temor, y que su madre y padre, antes de cerrar la
puerta le dijeron ¡vaya usted con Dios!, a lo que él respondió: ¡le
conozco, hoy por fin le vi, pronto estaré con ÉL!
¡Milagro!... El abuelo lo mira con estupor; el niño le había relatado
todo lo acontecido, sin dudas ni chapurreos, utilizó...