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-¡Pobre
hombre... lo debió de pasar tan mal! -exclamó Daniel.
Figúrate, en los frentes, viendo morir a los jóvenes... así de repente;
y en las retaguardias, organizar enfermos y heridos a mansalva; y
a eso le debéis de añadir, que se lo llevaron contra su voluntad,
que él, contra sus paisanos no quería luchar y que nos dejó, a la
abuela y a mí, a la suerte de Dios y sin saber siquiera, cuándo nos
volvería a ver, ni las vicisitudes que correríamos las dos.
¡La de veces que por eso le he visto llorar!
¡La de veces que me ha contestado que no... que no le pasaba ná!
Y cuando me trajeron a vivir aquí...
¡Qué de alegría en él y en Babett!
¡Qué respeto y qué cariño en los dos por ellos, y por la madre que
me dio el ser!
Así, a lo vasto, como por entonces era todo...
¡Qué profundo debieron de sentir su amor!
¡Cuánto se hubieron de sacrificar para ahorrar y poder tener una seudo-casa,
donde poder morar!... y cuando nací yo...
¡Cuántos regates y artimañas para salir los tres adelante con dignidad...
con dignidad y sin tener que caer en los odios y sañas de aquellos
patronos-alimañas!
Y todo, para perderse luego en las manos de los salvadores de España.
Una vez me contó, que los vencedores habían sacado una ley formal
y escrita, por la cual, se expropiaron todos los bienes que ellos
llamaban marxistas; y que también funcionó otra tácita pero real,
por la que, a los no adictos, les expropiaban sin pagar. Nunca lo
supe, pero algo así debió de pasar, porque cuando la abuela murió,
ni él ni yo nos pudimos presentar a reclamar lo que con sus esfuerzos,
los dos fueron capaces de levantar.
-¿Quién se quedó con lo nuestro? -pregunta la hija sin poderse aguantar.
...Alguna conciencia rapaz -contesta la madre.
-¡Pues, a sus descendientes... que les aproveche, y a ella, que en
boticas se lo tenga que gastar.
¡Hija no seas así que Dios te va a castigar!
-¡Madre, te diré lo que dice tu padre!... Cómo quieres que no haya
guerras, desastres y masacres, si a Dios, lo tienen ocupado con cosas
de poca monta, las beatas, las mojas y los frailes.
-Lo que sí es lastimoso -terció Daniel- es que para una vez que se
vive, la mayoría en todas partes deba de estar postergada a la miseria
y a la pobreza, sin atisbos de consuelo, mientras que la minoría,
todo o casi todo deban de poseerlo, y ante esto, yo siempre me pregunto:
-¿Serán conscientes del daño que hacen?
-¿Se preocupan por saberlo?
-¿No sentirá esa gente hastío y soledad, al verse odiada y temida?
...¡Y ese mal-vivir interior!... ¿No es acaso, la mayor pobreza de
la vida?
¡Me congratula que hables así -le dice la suegra- porque eso significa
que pronto, congeniarás con el abuelo y con tu suegro Martín!
-¡Madre, pero eso es normal para alguien que mínimamente, sobre la
realidad, se ponga a observar!
¡Sí! Pero... ¿quiénes lo hacen en estas tierras de montaraces?
-¡Pues quien lo ha de hacer!... cualquiera que tenga inquietud por
saber -le contestó Daniel- que al tiempo puso de ejemplo al abuelo,
siempre preocupado por aprender y por difundir, cuando toda su cultura
se circunscribía a saber mal leer y peor escribir.