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Y en eso, mi conciencia no pudo por menos que interpretar, que era el supremo que me volvía a llamar, y aunque por cansada y por vieja creía que podía recurrir, sin rechistar obedecí, y esa es la causa de que en este secadero esté ahora junto a ti, y sin embargo, y a pesar de que esa vez me fue muy bien, te contaré cuánto añoré lo que no tuve nunca cerca, en mi anterior vez, cuando entre el centro y el norte de Europa yo recalé. Allí la nieve caía durante ciertos días, la abundancia de agua regalaba prosperidad, riqueza, firmeza y semblanza y el sol consecuente con su eficacia no apretaba para no agostar pronto lo que los demás elementos lograban, y en ese intento de ayudar y de no romper, emergían los verdes y frondosos bosques por doquier y ésa era una delicia que en el sur después me costó mucho encontrar y que apenas en algún lugar conseguí ver.



Te comprendo, te comprendo bien, porque yo también por ese trance ya pasé, pero te diré, que el ser humano ya emergió desde el principio como un gran luchador y por ello su alma se sublima, aun cuando con ahínco su cuerpo se afirma en esa constante lucha que es el vivir y el sinvivir, y así sigue luchando como un jabato hasta su final, sin saber siquiera cuando éste le ha de llegar. ¡Sabes!, a veces lucha por no desfallecer, a veces lo hace por su situación mejorar, a veces por a otros fastidiar y a veces hasta por salvar su propia piel; y siempre desde que la vida es vida, lo hace y lo hará, por intentar recorrer el camino de sus propias vivencias sin llegar a intuir siquiera, que no hace más que seguir el camino que se elige cuando se está en esta sequedad, para así luego y día a día, ir adquiriendo la cultura, la sabiduría y la necesaria experiencia, ya que eso es lo único que se nos acumula vez tras vez en el registro secreto de nuestra propia conciencia.