La IV dinastía finalizo sus días hacia el 2500a.C., algunos años después de la muerte de Miserino y tras un espléndido siglo lleno de hechos grandiosos. Se debió esto a la prematura muerte del sucesor de Miserino y a la falta de un heredero masculino, o tal vez al triunfo de una rebelión?. No hay manera de saberlo. Incluso la leyenda permanece silencioso.

No existen dudas de que había facciones. Egipto permaneció bajo un único poder durante cinco siglos antes de la cuarta dinastía, pero ello no había podido acabar completamente con las tradiciones separadas de las distintas ciudades ni con la rivalidad entre ellas. Esta rivalidad aumentaba en el ámbito de lo religioso, ya que cada ciudad poseía sus dioses particulares, como resto de los viejos días de la desunión. Un cambio dinástico significaba a menudo en el cambio del carácter del culto religioso, lo que a su ves podía inducir a los diferentes grupos de sacerdotes a intrigar con el fin de cambiar la dinastía al primer signo de debilidad del monarca reinante. 

Los reyes de la cuarta dinastía rendían culto a Horus, en particular, y lo consideraban el antepasado real. Y como el dios de la ciudad de Memfis era Ptah, creador del Universo según la tradición Menfita, y patrón de las artes y oficios, también se le hacia objeto de culto especial.

                                                                                         

                    Representación de piedra de Horus                                                              Imagen del Dios Ptah cubierto       

                                                                                                                                           por un manto de plumas.

Numerosas fueron las divinidades que se representaron la cabeza de un animal terrestre o volador, y cuerpo de hombre. La imaginación de aquellos escultores no les permitía crear formas abstractas o simplemente ingenuas, como las que surgieron siglos mas tarde en otras latitudes ya mas avanzadas.

No obstante, cincuenta Km. al norte de Memfis, estaba Onu, donde el dios-sol Ra gozaba de especial consideración. La ciudad permaneció fiel a Ra durante miles de años, por lo que los griegos, siglos mas tarde, la llamaron Heliópolis, esto es, la "ciudad del sol".

Los sacerdotes de Ra eran muy poderosos. Así, cuando la IV Dinastía se fue debilitando tras la muerte de Menkure, los sacerdotes de Ra aprovecharon el momento y de alguna manera lograron colocar a uno de ellos en el trono.

Comenzaba así la V Dinastía, que duró un siglo y medio, y fue sustituida por la VI dinastía hacia el 2340 a.C..

Bajo las dinastías V y VI, comenzó a decaer la construcción de pirámides. Ya no se erigieron mas monstruos, sino solo edificios pequeños. Es posible que los Egipcios se hubiesen cansado de lo demasiado grande, una vez que la novedad había pasado. Quizás se debió a que su construcción consumía una proporción excesiva del esfuerzo nacional y se había convertido en un claro factor de debilitamiento del país.

Continuaron floreciendo las artes, con todo, y en el campo militar los egipcios progresaron notablemente. El momento culminante de los éxitos militares se alcanzo bajo Pepi I, el tercer de la VI dinastía, nativo de Memfis. Pepi I dejo mas monumentos e inscripciones que cualquier monarca del Imperio Antiguo, y hay una pequeña pirámide en Saqqara que es suya.

Este Rey tenía un general llamado Uni, al que conocemos por una inscripción. De oscuro oficial de la corte paso a ser jefe de un ejercito. Logró rechazar hacia el noroeste a los nómadas del desierto, por cinco veces, conservar y reforzar la península del Sinaí, posesión egipcia rica en metales, e incluso fue capaz de penetrar en los territorios asiáticos al noroeste del Sinaí. Superviso también expediciones al sur de la primera catarata.

Es probable, no obstante, que las aventuras militares, junto a los efectos acumulados de la construcción de pirámides y templos, agotasen los recursos egipcios de esa época, y sirviese para profundizar el declive de la prosperidad del país. Entre otras cosas, a medida que el dominio y las obras del reino aumentaban, el rey se vio obligado a delegar su poder, al tiempo que crecía el poder de los funcionarios, generales y dirigentes provinciales. Y de modo proporcional, mientras que el poder de estos se hacía mayor, el del rey decrecía.