Anarquía
– 4 –
Asalto
Pasaron varios días sin que André diera señales de vida y Kal temió
haber perdido el único contacto que tenía con su pasado. Le habían quedado
muchas preguntas por hacer, sin contar las que sabía que le surgirían con las
nuevas historias. Fue con el tiempo que la historia del vampiro se asentó en la
mente de Kal y pudo analizar detalles que en ese momento había pasado por alto.
No tardó en relacionar sus misteriosos escalofríos y presentimientos con el
experimento. Si había hecho bien las cuentas, su padre había estado en La
Estancia antes de que Kal fuera concebido, lo que resultaba en que hubiera
recibido su ADN modificado y con él también sus habilidades especiales, al
menos en parte.
Finalmente, Kal decidió no pensar en ello hasta que regresara
André y concentrarse en seguir con su vida. Visitó regularmente a Domínguez,
pero las ofertas grandes prácticamente eran nulas, hasta que una madrugada lo
despertó el repique de la radio sobre su mesa de luz.
-
¿Qué pasa? – preguntó con la boca pastosa y aún dormido.
-
Hay problemas, venite ya mismo para mi oficina – respondió Domínguez.
Su voz sonaba tan preocupada que Kal no hizo ninguna pregunta y saltó de
la cama de inmediato. Marcela había escuchado la conversación desde su cama
pero, aunque estaba muy asustada y hubiera preferido que no se fuera, sólo se
limitó a desearle suerte cuando estaba a punto de irse. Kal llegó como pudo a
la oficina de Domínguez en su bicicleta, pedaleando por calles oscuras. Una vez
que llegó allí, fue directo a la oficina y al ingresar lo esperaban otros tres
hombres, todos igual de dormidos y confundidos que él. Se acercó a Zeta, el único
de los presentes que conocía, para intentar averiguar algo, pero antes de
preguntar nada Domínguez entró fumando a la oficina y ocupó su lugar.
-
Gracias por llegar tan rápido – su respiración era
entrecortada – Tenemos un trabajo grande y urgente para hacer – les
entregó dos carpetas y los hombres se apretaron para leer su contenido – Hace
cinco semanas, un chico de nueve años fue secuestrado con un grupo de hombres
bien armados. El padre del pibe es Araujo, deben conocerlo porque ya trabajó
con nosotros – su mirada se cruzó por un instante con la de Kal.
-
¿Fue hace cinco semanas y nos despertás en el medio de la noche tan
apurado? – se quejó uno de los hombres sin siquiera mirar la carpeta.
-
Al principio Araujo los tomó por delincuentes comunes y mandó a sus
hombres a rastrearlos, pero los mataron. Lo poco que logró enterarse de lo que
habían averiguado es que no eran principiantes y que la guita no era lo que más
les importaba.
-
Alguien que lo quiere sacar del medio y quedarse con su región
– dedujo acertadamente Zeta
-
Así parece. Araujo pagó buena guita con la idea de buscarlos cuando
el pibe estuviera seguro, pero ahora le piden todavía más y no quieren
largarlo. Él cree que lo van a matar aunque les dé todo lo que tiene, por eso
me llamó hace una semana. Con los pocos datos que pudo darme, empecé a
rastrearlos y ayer logré tener una idea bastante acotada de donde están. Mandé
a uno para hacer reconocimiento y confirmé mis sospechas, pero después de que
me informó que había encontrado al pibe, perdimos contacto por la radio.
-
¿Lo mataron? – preguntó Kal
-
No, pero Araujo recibió un mensaje diciendo que tenían prisionero a
su soldado para aumentar el precio del rescate o se lo devolvían en partes.
Parece que Araujo no les creyó que no sabían que no era uno de sus hombres. Yo
creo que piensan que no pudo avisar nada. Seguramente se deshizo de la radio a
tiempo o sino ya estaría muerto y se hubieran llevado al pibe a otro lado.
Tenemos que sacarlos a los dos de ahí esta misma noche. – la voz de Domínguez
se convirtió en apenas un hilo, su respiración era cada vez más agitada y no
despegaba los ojos del escritorio
-
¿A quien mandaste? – preguntó Kal.
Domínguez levantó los ojos y por lo desesperados que estaban
todos supieron que había enviado a su propio hijo a aquella misión. Nadie
preguntó cuanto ganarían por aquél trabajo, realmente no les importaba. Por
la naturaleza de la misión, Domínguez sacó una pequeña llave que colgaba de
su cuello y los llevó hasta el depósito donde estaba el equipo de radio. Abrió
una puerta, que Zeta sólo había cruzado en una ocasión y seguramente los demás
nunca lo habían hecho, porque los hizo entrar en su arsenal personal. Los
soldados contemplaban maravillados las armas y equipos allí guardados. Siempre
habían escuchado rumores sobre aquella habitación, pero la mayoría había
terminado por dar por cierto de que era tan sólo un mito.
Durante años, Domínguez había
recolectado toda clase de armas y tecnologías de uso militar anterior a la
guerra. Las conservaba prolijamente ordenadas en cajas de madera, sobre estanterías
e incluso sus favoritas estaban colgadas de las paredes a modo de exposición.
Había desde afilados cuchillos de combate relucientes hasta pesados
lanzacohetes antitanque. El escuadrón entero parecía un grupo de niños
sueltos en una juguetería y fue Dominquez el que los trajo de regreso a la
realidad recordándoles la misión urgente que tenían delante de sí.
Por voto unánime y contra su voluntad, Kal fue elegido como jefe
del escuadrón. Domínguez había convocado sólo a sus mejores hombres, pero la
leyenda que precedía a Kal hacía que los demás se sintieran novatos a su
lado, aunque la mayoría le llevaba varios años de ventaja en el negocio. Zeta,
el veterano con mayor experiencia, había tenido su bautismo de fuego en los
primeros años de la posguerra, cuando Kal ni siquiera había aprendido a
escribir y ahora ya arañaba la cuarta década sin mostrar deseos de retirarse
por varios años más. Se había criado entre mercenarios como con los que
estaba ahora, todos entrenados como su padre en el Grupo Halcón de la Policía
Bonaerense. Cuando se desmoronó la institución se encontraron sin trabajo y se
dedicaron a lo que mejor sabían hacer y fundaron una de las primeras agencias
de seguridad.
Guiados por el líder del escuadrón, cada uno de ellos eligió las armas
de su preferencia, mas que nada pistolas automáticas y rifles de asalto
livianos, todos con miras láser y supresores. Algunos de ellos se habían
inclinado en un principio hacia armas más pesadas, pero finalmente estuvieron
de acuerdo en que debían realizar un asalto de precisión quirúrgica para no
poner en riesgo a los rehenes.
Domínguez le entregó a cada uno una camisa tejida con hilos de
keblar, lo último en protección antibalas antes de la guerra. Tan resistente
como los antiguos chalecos usados por la policía, pero tan delgadas y flexibles
que permitían cubrir también los brazos casi sin entorpecer los movimientos, o
al menos eso fue lo que explicó mientras los repartía. Revolviendo entre las
cajas, el jefe también rescató algunas granadas y un equipo de visión
nocturna que seguía operando a pesar de los años. Kal aceptó el aparato pero
rechazó los explosivos.
Domínguez puso a su disposición su propio vehículo, una camioneta con
la parte de atrás descubierta y les dio las indicaciones para llegar al lugar,
no sin antes recomendarles una docena de veces que fueran cuidadosos.
Transitaron a toda velocidad por la vieja autopista hacia el noroeste, en
dirección a lo que alguna vez fuera un barrio cerrado en Pilar con grandes
descampados entre los edificios.
Kal ordenó detenerse bastante alejados para evitar ser oídos y
continuaron a pie casi por medio kilómetro, antes de detenerse frente a una de
las tantas casas y sentarse detrás de los arbustos que limitaban el terreno.
-
Es acá –afirmó Kal
-
¿Cómo sabés? – le discutió Zeta – Está oscuro como para
ver si el número es el que dijo Domínguez.
-
Porque tienen un guardia armado en la puerta, boludo – la respuesta
de Kal hizo que el resto del equipo tuviera que contener la risa.
-
Eso no dice nada – trató de defenderse Zeta – Hoy en día
cualquiera tiene un arma y no necesitan esconderlas.
Kal pidió a uno de sus hombres los binoculares de visión nocturna y
apuntó hacia la entrada.
-
Si te hace feliz, puedo ver el número y es el correcto –susurró
Kal sin quitar los ojos del aparato – Afuera hay uno solo, tiene una
escopeta y un treinta y ocho en la cintura.
-
¿Cuál es el plan, Diego? – preguntó Zeta, que no entendía
como podía identificar las armas con tanta facilidad a la distancia y de noche.
-
Primero deberíamos acercarnos para ver que pasa adentro. ¿Quién se
siente capacitado para eso?
-
Yo, señor – alguien se ofreció al instante, pero Kal no pudo
ver claramente su rostro en la oscuridad – Me especializo en
reconocimiento.
-
Hecho – aceptó Kal y le entregó los binoculares– ¿Está
el tirador del otro día?
-
No – respondió Zeta – Pero tenemos a Martín, uno igual de
bueno ¿Dónde lo querés?
-
En el perímetro, para cubrir al otro... - dudó por un instante -¿Cómo
te llamabas?
-
Me dicen Lechuza, señor – respondió en susurros
-
Espero que no sea porque traés mala suerte. - no podía evitar hacer
chistes cuando estaba tenso, especialmente malos.
-
Es porque dicen que de noche nadie me ve ni me oye, señor.
-
Muy bien. Lechuza se mete a ver que onda adentro y Martín lo cubre desde
acá. ¿Comprendido?
-
Si, señor –susurraron a coro.
-
Otra cosa – Kal los detuvo antes de que se pusieran en
movimiento – Dejen de llamarme “señor”, me pone de mal humor y seguro
que son más viejos que yo.
Los dos hombres se aprestaron a cumplir las indicaciones de inmediato. El
explorador no tardó demasiado en encontrar un agujero en el alambrado por donde
deslizarse y corrió amparado por las sombras hasta estar junto a la pared de la
casa. El resto del equipo lo aguardaba ansioso, mientras Kal no lo perdía de
vista ni un segundo con sus binoculares.
-
Tiene muy bien ganado el apodo – susurró Kal sin despegar los ojos
de él – Acaba de pasar a un metro del guardia sin que se entere.
-
Trabajé una vez con él – asintió Zeta – Es bastante bueno
cuerpo a cuerpo, pero dispara bastante mal.
-
Lo voy a tener en cuenta – respondió Kal. En ese instante Lechuza
se comunicó con él por la radio
-
No parece haber mucha gente adentro – afirmó – Al menos no en
la planta baja. El pibe del jefe está atado en el sótano, un hombre lo vigila.
Tengo una entrada limpia al interior por una ventana, marqué la pared con tiza
para que la ubiquen.
-
¿Y el hijo de Araujo? – preguntó Zeta.
-
No hay rastros – susurró casi como disculpándose – Debe de
estar arriba.
-
¿Podés encargarte del guardia de la puerta? – preguntó Kal
-
Como ordene, señor – asintió desde su escondite – No
pareciera haber nadie más vigilando hacia fuera.
-
Hacélo en silencio y escondelo – Kal confirmó la orden – Nosotros
vamos a entrar, unítenos en cuanto sea posible.
-
Comprendido.
El resto del equipo había oído la conversación en sus oudífonos y no
fue necesario dar ninguna orden. Zeta los guió en silencio hacia el mismo hueco
en el alambre. Kal se quedó donde estaba con los binoculares hasta confirmar
que Lechuza hubiera cumplido su misión. Desde la distancia, vio su silueta en
verde brillante acercándose casi de cuclillas por la espalda del desprevenido
guardia. Con un movimiento extremadamente veloz, el explorador apretó con
fuerza su boca con la mano izquierda mientras al mismo tiempo con su otra mano
le cortaba la garganta con su cuchillo de caza. Sin dejarlo caer, sujetó el
cuerpo por debajo de las axilas y lo arrastró fuera de la vista de Kal.
Satisfecho, siguió los pasos de Zeta y Martín, que ya estaban ingresando a
través de la ventana.
Adentro estaba tan oscuro como afuera, y quizás aún más.
Lechuza fue enviado al frente como explorador con el único artefacto de visión
nocturna que tenían. Los demás avanzaban en hilera algo alejados de él.
-
De nada sirve que el primero sea silencioso si tiene a una murga siguiéndolo
de cerca – se había justificado Kal cuando Zeta se mostró desconforme
– A él no van a escucharlo pero a nosotros si y es lo mismo.
Encontraron la escalera que bajaba al sótano y hacia allí descendieron
tras haber dejado un centinela junto a la puerta entornada. La habitación
convertida en celda no tenía más de tres metros de lado y la escalera recorría
uno de sus muros casi por completo. Como había visto desde el exterior,
un guardia dormía junto al muro opuesto bajo la ventana por la que habías
espiado antes de ingresar. Ariel Domínguez estaba atado y amordazado en el
centro de la habitación, dormido sobre una viejas frazadas. Lechuza sacó su puñal
de la funda y bajó lentamente, pero la escalera era muy vieja y los crujidos de
la madera bajo su peso lo delataron. El hombre se despertó y aún aturdido
estiró su mano hasta el interruptor de la lámpara junto al viejo sofá donde
dormía. Ariel se despertó también cuando el cuarto se iluminó y ambos vieron
al escuadrón en la escalera. El guardia se puso de pie torpemente pero antes de
que pudiera dar la voz de alarma o encontrar su arma un cuchillo zumbó a través
de la habitación y se hundió en su cuello. Temiendo que el ruido de la caída
atrajera al resto de la banda, Kal corrió y saltó por sobre Ariel para aferrar
el cuerpo del guardia. Deslizó su brazo izquierdo detrás de su cintura antes
de que se desplomara, con su cuchillo listo para rematarlo en la otra mano. Pero
el tiro de Lechuza lo mató al instante y no fue necesario.
Kal extrajo el puñal y
le limpió la sangre en la espalda de la remera del guardia, ya que el frente ya
estaba teñido de escarlata casi por completo. Una vez que Zeta hubo desatado al
muchacho, acomodó el cadáver en su lugar y lo cubrió con las frazadas, aunque
sabía que seguramente los demás correrían la misma suerte.
Durante toda la operación Lechuza se había dejado caer en el rincón de
ambos muros, frente a la escalera. Había flexionado las rodillas y con la
cabeza entre ellas mirando el suelo se tapaba los ojos con ambas manos.
-
No me saqué a tiempo el visor, jefe – se excusó sin levantar la cabeza
cuando sintió los bolcegos de Kal detenerse junto a él.
- ¿Podés ver? – le susurró Kal, maldiciendo para sus adentros
e inclinándose a su lado.
- Bastante poco, señor. La lámpara me encandiló y ahora me duelen
los ojos.
Kal
tuvo que reprimir su impulso furioso de dar un puñetazo a la pared. Hizo un
gesto para que apagaran la luz y extrajo su linterna. Ya en penumbras, Lechuza
intentó levantar la cabeza y abrir los ojos.
-
¿Ayuda? – preguntó Zeta acercándose
- Algo, pero todavía no veo más que foormas borrosas – en su voz se
notaba que estaba tan furioso como Kal
- ¿Estás herido Ariel?
- No, Kal – replicó el joven Domínguez – Me golpearon un
poco pero nada grave. ¿Tomo su lugar?
- Ni en pedo – Kal fue tajante, pero al instante se suavizó – Tu
viejo nos mandó a sacarte, si se entera que te sumé al grupo me mata.
-
¿Entonces que? – preguntó el muchacho, decepcionado y ansioso.
- Tengo otra misión para vos – la ansiedad del niño por ser
hombre lo convenció de que debía apoyarlo – Agarrá el arma de Lechuza y
sacalo de acá mientras nosotros subimos, la ventana del estar está abierta. Lo
vas a llevar a la camioneta y preparar todo para irnos. Yo te voy a avisar por
la radio para que prendas el motor si tenemos que salir rápido. ¿El pibe está
arriba?
- Sí, no escuché que se lo llevaran. Creo que hay dos tipos vigilándolo
– respondió, algo menos desilusionado.
- ¿Una banda tan chica era tan peeligrosa? – intervino Zeta
- Yo ví por lo menos a ocho –– se explicó Ariel – Pero hace
unas dos horas se fueron varios. Escuché a medias una conversación, pero no sé
a donde ni para qué.
- Bueno, mejor para nosotros – Zeta se alejó con una palmada en
el hombro de Kal y enfiló hacia la escalera.
Kal lo siguió enseguida, pero no estaba tan tranquilo como él. No le
parecía que fueran a cobrar un rescate, sobretodo si Araujo sabía que ellos
estaban ahí.
-
No me cierra la cuenta del tiempo –Zeta le susurró a Kal mientras
terminaban de recorrer la planta baja para asegurarse que no hubiera nadie.
- ¿De qué hablás? – respondióó Kal, deseoso de callarlo.
- Lechuza se encandiló cuando preendió la luz ¿no? – se preguntó
más que nada a si mismo y Kal asintió – Pero el tipo se paró después de
eso, porque yo lo vi. La cuenta me da que Lechuza llevaba ciego al menos dos
segundos antes de tirar el cuchillo.
- Es verdad – tuvo que admitiir Kal.
- Le acertó en la garganta de memmoria... – concluyó Zeta
estremeciéndose – Menos mal que está con nosotros y no en contra.
Mientras hablaban terminaron de recorrer la planta baja y Kal decidió darla por
limpia para pasar a la superior. Los tres se deslizaron hacia la escalera y
vigilaron que nadie bajara mientras Ariel y Lechuza abandonaban el sótano y
cruzaban detrás de ellos hacia el estar. Ariel iba al frente empuñando la
automática que Lechuza había cargado en su cintura, mientras que el otro
caminaba con cuidado detrás de él, con una mano sujetaba el cuello de Ariel y
con la otra tanteaba a la altura de sus rodillas para evitar patear algún
mueble. Cuando Ariel les informó que ya estaban afuera, Kal ordenó subir en
busca del niño.
Según las instrucciones de Kal, debían intentar mantener el secreto
todo lo posible, pero si eran descubiertos tenían autorización para disparar.
La escalera terminaba en un pasillo del que se accedía a un baño y tres
habitaciones. Una habitación a cada costado, enfrentadas y otra frente a ellos,
al final del pasillo. Las de los costados estaban cerradas con llave, mientras
que de la restante un fino hilo de luz se escapaba por la puerta apenas
entornada. Escucharon con atención y comunicándose con gestos estuvieron de
acuerdo en que reconocían dos voces dentro de esa habitación, que pertenecían
a los dos hombres de los que habló Ariel, mientras que el niño tenía que
estar en alguna de las habitaciones cerradas. Kal estaba a punto de intentar
abrir una de las puertas con una ganzúa cuando desde la otra habitación uno de
los hombres habló y los hizo cambiar de planes.
-
¡Che, se me pasó la hora! Tengo que ir a relevar al turco afuera.
- Es verdad – respondió otro – <Que raro que no te esté
gritando para que bajes, odia laburar fuera de su turno – se oyeron risas
y luego pasos hacia la puerta. – Andá yendo que mientras abro la persiana
y le aviso.
Sin dudar un segundo más, Kal avanzó dando zancadas olvidando el
silencio y pateó la puerta con fuerza. La puerta se abrió violentamente y con
un ruido sordo golpeó el rostro del guardia que se disponía a salir, arrojándolo
tambaleante hacia atrás hasta que tropezó con una silla y cayó al suelo
aturdido. Kal dio un paso al frente pero retrocedió justo a tiempo para evitar
tres disparos que hicieron saltar astillas de la puerta a la izquierda y
peligrosamente cerca de su cabeza. Desde el suelo, el otro hombre sacó un
revolver de su cintura y disparó hacia la puerta mientras se arrastraba para
cubrirse detrás de una cama. Zeta y Martín se turnaban para arrojar ráfagas
dentro de la habitación, mientras Kal se dirigió a la mas cercana de las
habitaciones y pateó la puerta hasta abrirla. Estuvo a punto de volar la
cerradura con una bala, pero un segundo antes sintió un escalofrío en la nuca
y vio al niño atado en una silla muy cerca de la puerta. Su presentimiento fue
acertado, al igual que su decisión para abrir la puerta. Si la bala hubiera
atravesado la puerta de seguro hubiera herido al niño.. Encendió la luz y se
apresuró a cortar las amarras que lo inmovilizaban. El ruido de las armas de
sus compañeros le impidió oír el ruido de la otra puerta abriéndose a su
espalda. Un tercer guardia, que había estado durmiendo allí y fue despertado
por el combate, salió aún algo confundido al pasillo empuñando una Uzzi hacia
Kal. Un nuevo escalofrío lo hizo levantar al niño y arrojarse hacia un costado
justo a tiempo para evitar la ráfaga que despedazó la silla y la ventana detrás
de ella. Kal asomó medio cuerpo por el vano para devolver el fuego, pero el
guardia ya había muerto bajo las balas de Martín. Un instante mas tarde
cesaron los disparos y Kal se reunió con ellos después de asegurarse que el niño
Araujo estaba bien, aunque aterrado.
-
Bajamos a uno, el otro se tiró por la ventana y escapó – informó
Zeta
En ese instante se escuchó un estampido en la distancia, fuera de la
casa. De inmediato Kal presionó el botón de su radio y habló nervioso.
-
¿Lechuza?
- Todo en orden, Kal. – respoondió Ariel orgulloso por el
transmisor – Se te escapó uno, pero lo agarré yo.
Aunque el niño parecía estar sano, prefirieron no correr riesgos y Martín
lo cargó en sus brazos hasta la camioneta, donde Ariel los esperaba sentado en
el techo. Mientras tanto, Kal y Zeta inspeccionaron la casa, especialmente el
cuarto de donde había salido el tercer hombre. Al parecer era el arsenal y no
dudaron en llevarse todo lo que pudieron cargar dentro de una manta como botín.
Estaban abocados a eso cuando Martín los llamó por la radio.
-
¿Qué pasa? – respondió Zeta
- Parece que Ariel se olvidó de ddecir que lo había agarrado vivo.
- ¿Vivo? – intervino Kal
- Vos me enseñaste que los muertoos no confiesan – replicó Ariel
arrebatándole el trasmisor – Le puse una bala en la pierna y pudo contarme
algo que te va a interesar. Sé a dónde se fue el resto de la banda.
- Estamos bajando – Kal no pudo evitar sentirse algo orgulloso
del muchacho – Cargalo en la camioneta y prendé el motor. Que Martín se
encargue de evitar que se desangre y de vigilarlo.
-
Comprendio, jefe – respondió y la radio quedó muda con un
chasquido.
El rugido de la vieja camioneta era lo único que rompía el silencio de
la noche guiada por Kal a la máxima velocidad que le permitía el motor. Sus
pasajeros viajaban aferrados a lo que pudieran o de otro modo saldrían
despedidos en cualquier curva, que el piloto tomaba sin siquiera reducir la
velocidad. Sabía muy bien adónde iba, aunque no estaba seguro de lo que haría
al llegar allí. En situaciones como ésa era en las que prefería no enterarse
de las cosas para no sentirse obligado a participar. Por lo que había logrado
averiguar Ariel, el resto de la banda había ido a asaltar uno de los galpones
de Araujo, donde se suponía que esa noche iban a entregar un cargamento. Kal
intentaba poner las piezas en su lugar pero aún quedaban puntos oscuros que no
lograba comprender. Por lo que había dicho el prisionero, sabían que Araujo
guardaría allí el dinero de esa venta por algunos días. Luego lo utilizarían
para pagar un cargamento importante que hasta que llegaría al puerto. Con cada
dato que asimilaba, más se iba convenciendo de que los verdaderos planes de la
banda era ocupar su lugar en el mercado. Aún estaba analizando todo esto cuando
en un destello de lucidez pegó un volantazo y clavó los frenos frente a la
oficina de Domínguez.
-
Encargate de proteger al chico y de vigilar al prisionero – ordenó Kal
a Ariel a su lado. Luego se asomó hacia atrás y señaló al herido – ¡Bájenlo!
¿Cómo está Lechuza?
- Mejor, Kal. – respondió Zeta – Creo que podemos llevarlo.
- Perfecto – respondió Kal volviendo a mirar al frente.
Incluso antes de que Ariel cerrara la puerta a su espalda, Kal ya pisaba
el acelerador a fondo y desaparecía a la vuelta de la esquina. Zeta había
cambiado de lugar y ahora estaba sentado a su lado aferrándose del tablero para
mantenerse en su lugar. Se moría de ganas de intentar persuadir a Kal de tomar
parte en aquel asunto, pero había sido derrotado tantas veces por su terquedad
que se reprimió y se contentó con no dejarlo ir solo.
-
¿Cuál es el plan? – preguntó finalmente.
- No hay plan – respondió Kal un segundo después de esquivar un
bache con un volantazo
- Genial. Son las misiones que mee gustan – respondió Zeta
sonriendo – Entramos a los tiros y listo ¿no?
- Primero vamos a ver que onda – lo frenó Kal – Pero creo
que vamos a terminar asi hagamos lo que hagamos.
Zeta avisó por señas a los otros dos detrás del vidrio para que
tuvieran sus armas listas y cargadas mientras hacía lo propio con las suyas y
las de Kal.
-
¿Cuánto le creíste a ese tipo?
- Bastante – respondió Kal sin ssacar la vista del camino – Yo
creo que al menos uno de esta banda trabaja o trabajó para Araujo pero se cansó
de obedecer órdenes y quiso quedarse con los clientes de su jefe
- Estoy de acuerdo – asintió Zeta – Conocían sus
movimientos y las fechas de los embarques, tienen que tener alguien adentro.
Unas pocas cuadras después, Kal redujo la velocidad hasta que estuvieron
en la esquina del galpón que buscaban. Todo estaba en silencio y desierto,
salvo por una tenue luz que escapaba por una de las ventanas. Los cuatro del
escuadrón se deslizaron por las sombras hasta estar junto al muro sur del
edificio, que ocupaba media manzana. Las puertas del frente estaban cerradas con
llave, pero lograron encontrar una de las laterales entornada. Las llaves
estaban aún puestas del lado de adentro, por lo que dedujeron que alguien había
escapado por allí muy apurado. Una vez mas, Lechuza fue enviado al frente para
asegurar la zona y luego lo siguieron los demás. El lugar parecía
completamente desierto, apenas unas pocas cajas y bolsas tiradas en el suelo
demostraban que había tenido actividad no hacía mucho, pero por lo demás
parecía abandonado. La luz que habían visto desde afuera provenía de una de
las oficinas del primer piso, hacia la que se encaminaron en silencio. Con mucho
esfuerzo subieron por la escalera metálica sin hacer ruido, hasta el pasillo
donde estaban las oficinas y que balconeaba sobre el sector de depósito por el
lado opuesto. Junto a la escalera, un cuerpo los esperaba
boca abajo con tres orificios de bala en la espalda. A menos de un metro,
estaban los casquillos.
-
Lo ejecutaron – susurró indignado mas que nada para si mismo Kal,
pero recibió la aprobación de sus compañeros con la misma sensación.
La puerta estaba abierta de par en par, lo que les había
permitido ver desde abajo a un joven de menos de veinte años cubierto en su
propia sangre, atado en una silla mientras un hombre lo interrogaba y golpeaba
con furia. Los otros dos hombres miraban la escena desde un rincón, con
evidente hastío en sus rostros. Sin ningún esfuerzo los cuatro pudieron oír
lo que decía, su voz reverberaba en el galpón vacío.
-
¡Dale, cantá pibe! – decía el golpeador – ¿Dónde está la
merca? ¿Quién se la llevó?
- ¡Ya dije que no sé nada! – sollozaba el adolescente – Me
pagaron para cargar unas cajas en el camión esta mañana, ¡Pero no sé que tenían
ni a dónde las llevaron! – su voz se convirtió en quejido cuando otro puñetazo
lo interrumpió.
- Se me está acabando la pacienciia, pibe – gritaba con furia el
golpeador – Si no hablás, te voy a cagar a piñas hasta que se haga de día,
aunque ya estés muerto.
Sin dudarlo, Kal sacó su arma y se decidió a interrumpirles
la diversión. Se arrodilló delante de Zeta y ordenó a Martín hacer lo mismo
a su lado con el rifle listo. Luego tomó los casquillos del suelo y los arrojó
por el borde de la pasarela uno por uno con un segundo de intervalo. La acústica
del lugar amplificó los ruidos, haciendo que ambos guardias salgan a la carrera
con sus dedos en el gatillo para ver lo que ocurría. A penas cruzaron la puerta
apuntaron sus pistolas hacia el escuadrón formado, pero estaban demasiado
ocupados sintiendo las balas que los atravesaban como para poder dispararles. El
brutal ataque los arrojó sobre sus espaldas, regándolo todo con su sangre. Kal
ordenó detenerse y luego avanzaron con paso rápido para hacerse cargo del
tercero antes de que tuviera tiempo de ejecutar al joven. Martín se paró junto
a la ventana mientras que Kal pasó debajo de ella para llegar a la puerta.
-
Supongo que los mandó Araujo, ¿no? – se oyó desde adentro – Ya
estoy con ustedes, compañeros.
Martín desde la ventana confirmó que estaba desarmado y con las manos en alto,
por lo que Kal ingresó a la oficina sin dejar de apuntarle.
-
¿Vos quién sos? – preguntó el hombre – Decile a Araujo que entre
porque ya tengo al traidor. – y señaló con un gesto al joven amordazado,
casi muerto. En ese instante Kal descubrió que en un rincón había otro
cuerpo. – Menos mal que llegaron porque esos dos habían venido a
rescatarlo y casi me matan.
- No hay problema – dijo Kal – <Yo lo termino por ellos.
- ¿De
que hablás? – el hombre se rió burlón – Dale, llamalo a Araujo que
me conoce. Esto le pasa por laburar con gente nueva, no conocen a los viejos - el
hombre pretendió sonar condescendiente.
- Él
no está acá. No te gastes en intentar convencerme, ya tengo al pibe y tomé
prisionero a uno de sus guardias. – con cada palabra de Kal la sonrisa se
fue borrando del rostro del hombre – Y si no alcanza con lo que ellos dos
puedan decir, te escuché cuando lo interrogabas al pibe este.
-
Entonces creo que vas a tener que dispararme. - replicó rendido - Pero
vos no le tirarías a un tipo desarmado ¿no?
-
Jefe, me aburro – Kal escuchó a su espalda. Con el rabillo del ojo
vio a Lechuza apoyado contra el marco de la puerta y limpiándose las uñas con
su cuchillo.
-
Cierto que no tiraste ahí afuera – Kal entendió al instante la
indirecta y devolvió su arma a la cartuchera. – Ponete a jugar, Lechuza
– accedió y salió de la oficina.
Con un movimiento rápido, Lechuza saltó sobre él y le asestó un puñetazo
directo a la mandíbula que casi lo derriba. Los otros dos también dejaron de
apuntarle y se recostaron contra la baranda de la pasarela para contemplar la
pelea, como si se tratara de la platea de un teatro.
-
Es divertido pegarle a un pibe atado ¿no? – lo incitaba – Intentá
pegarme a mí ahora, que no soy tan pibe ni estoy atado.
Por mas que levantara la guardia, los golpes de Lechuza no encontraban
obstáculos para llegar a su blanco. Aunque no usaba toda su fuerza y lo dejaba
respirar entre un golpe y el siguiente, en menos de cinco minutos el jefe de la
banda estaba sin aire, se tambaleaba mientras que en todo su cuerpo se veían
numerosos magullones y cortes.
-
Lechuza – lo interrumpió Kal – Está llegando Araujo y dice
que lo quiere vivo.
- ¡Que pena! – respondió él, mientras que su pie daba de lleno
en la cara del rival y lo ponía a girar como un trompo. – Pero así es
nuestro trabajo, siempre obedecer órdenes del que paga. – se resignó y
dio por terminada la pelea con un golpe preciso en el cuello que lo desmoronó
inconsciente.
Lo ataron en la misma silla donde había atado al muchacho, que ahora había
recuperado el sentido mientras Zeta lo atendía. Oyeron el ruido de motores que
se detenían frente a la puerta y al minuto estuvieron rodeados por Araujo y sus
guardaespaldas.
-
Es un gusto volver a verte, Kal – lo saludó el traficante con un
abrazo – Nosotros nos hacemos cargo desde ahora, quiero hablar un poco con
el señor. No tengan dudas de que Dominguez les va a hacer llegar su justa
recompensa de parte mía.
Los cuatro salieron del lugar sin decir una palabra y se subieron a la
camioneta aún en silencio. Kal condujo de regreso y pasaron frente al galpón
ahora custodiado por los guardias de Araujo. Apenas una cuadra después, se oyó
un único y solitario disparo que fue tragado de inmediato por el silencio de la
noche. Ninguno necesitó hacer ningún comentario y de hecho nadie volvió a
hablar hasta que llegaron.
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