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Anarquía

-5- 
Feliz Cumpleaños

  -  ¿Van a quedarse ahí escondidos o van a pasar? ¿Tengo que volver a invitarte para que puedas entrar? – dijo Kal mientras hacía girar la llave después de tres intentos de acertar a la cerradura – Aunque si no me trajiste regalo mejor que te quedes ahí.
-  En realidad, eso de que me tienen que invitar es fantasía. Vamos a pasar – respondió André desde la oscuridad de un rincón del pasillo – En cuanto cobre mi apuesta. 
  Kal no entendió a que apuesta se refería pero entró en su departamento y dejó la puerta abierta detrás suyo mientras buscaba vasos y sacaba una cerveza de la pequeña heladera. Como de costumbre, Marcela no estaba en casa y un cartel pegado en la puerta de la heladera se lo comunicaba. Se había cansado de insistir vanamente en que hiciera reposo durante el último mes de su embarazo como el médico le había aconsejado. Si no fuera porque confiaba plenamente en que la vecina en cuyo departamento pasaba el día la cuidaba incluso mas que él, cerraría con llave la puerta antes de irse para obligarla a quedarse. Decidió que ya no despegaría esos letreros, después de todo cada vez que llegaba había uno nuevo sujetado con un imán.  En el pasillo oyó unas risas casi inaudibles y luego finalmente vio entrar a André seguido por otro, de unos sesenta años. A pesar de tener el cabello gris casi por completo, era alto y mantenía un buen estado físico con apenas una leve barriga que curvaba hacia delante su ropa. Su rostro era sereno y su barba canosa contrastaba con sus ojos negros y profundos, parecía que conducían a un lejano abismo dentro de su mente, pero un leve brillo de emoción los iluminó mientras recorrían el rostro del joven que tenía enfrente, como si ver el rostro de Kal invocara viejos recuerdos, gratos y amargos al mismo tiempo. -  Te traje un regalo, no sé como adivinaste – dijo André mientras se acercaba a las sillas donde tuvieron su primera charla.
-  No adiviné, pero es mi cumpleaños y era tu obligación si querías que te dejara festejar conmigo – replicó Kal mirando con curiosidad al otro hombre – Por eso vengo medio borracho, estuve festejando en el bar con amigos.
-  Catorce de Noviembre, voy a recordarlo para el año que viene. Feliz cumpleaños entonces y acá está mi regalo. – señaló con un gesto a su acompañante mientras se sentaban – Te presento a Ricardo Gutierrez, nos conocimos en la Estancia. Me apostó que no ibas a poder vernos ahí escondidos. Incluso yo me sorprendo de que no sólo nos viste sino que hasta supiste quien era.
-  Feliz cumpleaños – Kal estrechó su mano y la sintió mas fuerte de lo que se veía – Realmente se parece poco al Vikingo – afirmó Ricardo tras estrechar la mano de Kal y dedicarle una mirada – Aunque es igual de perceptivo.
-  ¡Y además estuvo tomando alcohol!
– añadió André, casi orgulloso
-  ¿Vikingo? – los halagos parecían no entrar en los oídos de Kal, sobretodo cuando tenía curiosidad por algo.
-  Así llamaban a tu viejo en el ejército y obviamente también en la Estancia. ¿No recordás su tatuaje? ¿Las dos hachas vikingas? – explicó André y luego habló a su invitado – Conoce bastante poco sobre nuestra historia.
-  Es verdad, salí mas parecido a mi vieja – admitió – ¿Por qué "Vikingo"? – Kal volvió a interrogar porque su curiosidad no había sido saciada – Él era incluso mas morocho que yo.
-  ¡No era por la apariencia!
– Ricardo pareció deleitarse con viejos recuerdos – Era porque realmente disfrutaba mucho peleando.
-  Cuando vinieron a sacarnos, lo reconocí antes por la voz que por verlo. Mientras se abrían paso entre las defensas a los tiros, él cantaba casi a los gritos.
-  Diego también cantaba, todos lo hacíamos. Era inevitable, escucharlo era como un hechizo y a todos nos daban deseos de pelear.
-  Cantaba con furia, me hacía acordar a viejas historias – continuó André sonriendo, como en un ensueño – Historias que leía de chico sobre guerreros que peleaban como poseídos contra hordas de enemigos, sólo con su espada y su escudo.
-  ¿Cantaba algo en especial? – una vez mas Kal volvía a ser niño, oyendo historias del padre que estaba empezando a entender y admirar en vez de odiar.
-  Canciones muy viejas, incluso enn ese momento. Una de las tantas noches que pasamos sin dormir en nuestras celdas, me contó que se las había enseñado el padre desde niño.
-  ¿Te gustaría volver a verlo? – interrumpió Ricardo y la brusquedad de sus palabras paralizó a Kal.
-  Acordate que él no sabe nada de vos – le recriminó André – No conoce tus habilidades.
-  Es verdad, perdón – Ricardo parecía muy impaciente – Pero sentí que era muy importante para vos y no aguanté más. Después de todo por eso me buscaste ¿no? – André asintió lentamente con la cabeza, sus ojos perdidos en la distancia.
-  Prefiero que me expliques antes de preguntar alguna pelotudez – dijo Kal, ansioso.
-  Soy un Ilusionista – explicó Ricardo mostrando el tatuaje en su muñeca, naranja en su caso – Puedo hacer que la gente vea cosas que no existen en realidad. Depende mucho de su predisposición y fortaleza, pero puedo hacerlo.
-  No entiendo esa parte del todo.
-  Hacele la prueba – sugirió André – Otra apuesta. ¿Diez segundos?
-  Hecho, pero te advierto que le estas poniendo demasiadas fichas al pibe y lo sabés – aceptó Ricardo y luego explicó a Kal lo que iba a hacer – Voy a aparecer algo sobre la mesa, vos tenés que bloquear esa visión ¿Entendés?
-  Si, si – asintió Kal, aunque algo dubitativo – ¿Hay algún peligro?
-  Ninguno, salvo que te asustes tanto que corras contra la pared o peor, la ventana
– terció André con una sonrisa – Lo hace con cada persona que se entera de sus dones.
  Mientras André hablaba, Ricardo cerró sus ojos y un segundo después ante los ojos de Kal la mesa ardió en llamas. Sobresaltado, se paró de un salto, pero no tardó en concentrarse en que no era algo real. Cerró sus ojos pero, para su sorpresa, aún podía ver la mesa en llamas aunque no el resto de la habitación. Se relajó y desvió sus pensamientos de la mesa, logrando que las llamas se extinguieran de inmediato. Abrió nuevamente sus párpados y todo había regresado a la normalidad. -  Diecisiete segundos – dijo triunfante Ricardo – Aunque fue un gran esfuerzo.
-  Le falta el entrenamiento, sino lo hubiera logrado – se justificó André, mientras pagaba lo prometido
-  ¿Entrenamiento? – preguntó Kal volviendo a su silla.
-  ¿A que no adivinás quién fue el único que lo logró en menos de diez segundos? – interrogó Ricardo guardando el dinero en su pantalón
-  ¿Mi viejo?
-  Casi – respondió Ricardo – Él tardó justo diez y fue empate. Pero Diego lo hizo en ocho.
-  Pero los dos estaban entrenados para dominar sus dones.
– aclaró André – Este pibe vivió ajeno a todo hasta hace menos de dos semanas, cuando nos conocimos por casualidad.
-  Lo sé, lo sé
– admitió Ricardo – Y la verdad que es sorprendente la fuerza que tiene. En eso no hay dudas de que se parece al Vikingo.
-  Volvamos a como empezamos – dijo Kal – ¿Podés mostrarme a mi viejo?
-  Como poder, puedo
– replicó Ricardo – Si estás bien predispuesto y relajado, incluso puedo transferirte mis recuerdos. Aunque pasó hace mucho y lo mas probable es que veas imágenes algo borrosas e incompletas, además de que no puedo asegurar que mantengan una continuidad y sean completamente fieles. ¿Igualmente querés hacerlo?
-  Si, por supuesto
– Kal no dudó un segundo – Es mejor que nada.
-  Que pena que no puedas usar mis recuerdos – André sonaba muy melancólico – Está todo tan vivo acá – se tocó la sien con la yema de los dedos y luego volvió a explicar – Si querés ver algo en especial o no entendés algo, podés hablar.
  Ricardo dio algunos consejos a Kal para preparar su mente y se dispuso a comenzar. Se acomodaron en sus sillas, con sus espaldas relajadas sobre la tosca madera crujiente y extendieron sus brazos sobre la mesa, sujetándose mutuamente casi entre las muñecas y los codos. Kal cerró nuevamente sus párpados imitando a Ricardo y de a poco las imágenes fueron tomando forma en su mente. Borrosas e inconexas al principio, pero luego vio La Estancia a través de los ojos del Ilusionista.   Se encontró en el centro de un gran patio cuadrado a cielo abierto de unos diez metros en cada dirección, aunque cerrado por los cuatro costados por muros de tres metros coronados con cámaras de vigilancia y guardias fuertemente armados que recorrían el perímetro desde la altura con mirada atenta. No cabían dudas de que era de noche, pero a causa de los potentes focos que había en las alturas a Kal le era imposible ver alguna estrella. En el patio había pequeños grupos de prisioneros completamente vestidos de azul charlando o caminando que ocasionalmente desaparecían temporalmente o se volvían borrosos. Hacia él se acercó André, que lucía idéntico al que estaba sentado a su lado. De la nada aparecieron dos hombres a su lado que lo saludaban con alegría. Kal no tuvo dudas, era su padre aunque mucho más joven de lo que él lo recordaba. En ese momento, aparentaba tener aproximadamente su edad, de lo que dedujo que los recuerdos de Ricardo tuvieron lugar unos diez años antes de que él naciera. A su lado estaba otro joven de casi su misma edad en quién adivinó al mejor amigo de su padre y quien le diera su nombre. Fue recién entonces cuando se percató de que todos llevaban un delgado collar metálico. Estaba contemplando ese detalle sin descubrir de lo que se trataba cuando sus ojos se desviaron a la fuerza hacia un costado guiados por el generador de aquella ilusión. Un hombre de gran tamaño se acercaba a ellos, hablando a gritos e insultando. Los rostros de los tres hombres que tenía enfrente se volvieron serios mientras Diego intentaba calmarlo. En ese instante sus palabras se volvieron nítidas aunque hasta entonces habían sido tan sólo un ruido ininteligible. -  Calmate que te están mirando desde arriba – decía con calma Diego, con las palmas abiertas hacia delante.
-  Es por ustedes dos que nos tienen acá adentro – el hombre parecía fuera de sí – Es para fabricarlos a ustedes que nos cazaron y estudiaron durante todos estos años.
-  Nosotros también somos prisioneros acá y vos lo sabés – se defendía Osvaldo – Nadie nos pidió permiso para hacernos esto. Nos mintieron en el cuartel, no nos enteramos de lo que pasaba acá hasta que nos encerraron para estudiarnos a nosotros también también.
-  ¡Me cago en vos y en todo tu ejército de mierda! – exclamó el hombre, ya a menos de dos metros.
  Furioso, levantó su brazo derecho en dirección a ellos y en su mano comenzó a formarse una pequeña esfera luminosa que creció rápidamente de tamaño. En ese mismo instante se encendió una luz roja en su collar y cayó gritando de dolor al suelo. Se convulsionaba y seguía gritando, mientras Diego y Osvaldo primero y luego todos los prisioneros gritaban hacia los guardias en lo alto para que se detuvieran. Finalmente los gritos cesaron y el atacante se desplomó inconsciente. De una de las paredes se abrió una puerta que hasta ese entonces no había estado allí y un equipo táctico entró a la carrera con rifles de asalto. Con gritos y amenazas hicieron retroceder a todos y rodearon al caído para que dos hombres que parecían ser médicos lo cargaran en una camilla lo esposaran y se lo llevaran tan rápido como habían entrado. Kal vió nuevamente a su padre, con la angustia grabada en su rostro y deseó quedarse así, sólo mirándolo. Pero su rostro comenzó a desfigurarse hasta desaparecer y el patio junto con los demás prisioneros lo siguieron.   Kal abrió sus ojos y regresó a la realidad de su departamento. Notó que su rostro estaba húmedo con sus lágrimas y ambos lo contemplaban casi con ternura., -  ¿Qué le mostraste? – indagó André en susurros
-  El incidente con Raúl – respondió Ricardo
-  ¿No tenías un recuerdo mejor? – lo reprendió el vampiro – A pesar de que éramos presos, tuvimos buenos momentos con Diego y Osvaldo.
-  Sin dudas no es un recuerdo feliz – intervino Kal, ya repuesto – Pero me enseñó mucho sobre mi viejo. ¿Cuánto de cierto hay en lo que decía ese Raúl? Todos pensaban que era por culpa de ellos dos que estaban prisioneros ¿no?
-  Al principio si
– respondió Ricardo – Esto pasó cuando llevaban mas o menos un mes en la Estancia y todavía muchos sentían recelo por ambos. El Vikingo sabía que no era su responsabilidad, pero igualmente no podía evitar sentirse culpable. Fue por eso que volvió a pesar de que había logrado desaparecer para el IEMGen.
-  Pero no lo decían justamente por temor a que les pasara lo que le pasó a Raúl.
-  ¿Él murió ese día?
-  No, era muy fuerte y además les era útil
– replicó André – Su habilidad lo puso dentro de los que ellos consideraban mas peligrosos, pero a su vez de los mas valiosos.
-  El día de la fuga, lo v&iiacute; freír a varios soldados
– añadió Ricardo
-  Quiero ver ese día – reaccionó rápido Kal
-  No me parece bien – replicó André de inmediato y miró fijamente a Ricardo – No creo que esté listo para ver eso.
-  Y tampoco creo que yo esté listo para mostrártelo tampoco
– añadió Ricardo para silenciar a Kal que estaba por comenzar una protesta.
-  Al menos una parte – imploró Kal – Quiero volver a verlo como lo recuerdo, quiero verlo alegre y no angustiado por la culpa como me lo mostraste.
-  Supongo que puedo mostrarte un poco – accedió Ricardo aunque André se opuso – Nunca lo vi tan alegre como cuando abrió mi celda y me sacó el collar. 
  Kal volvió a extender sus brazos y Ricardo los estrecho aunque con algo de recelo. Esta vez se vio en un lugar cerrado, en una pequeña celda. Se oían disparos bastante cerca y ruido de pasos que se acercaban, se detenían y volvían a acercarse. Oyó una risa alegre a través de la puerta y alguien que le respondía a la distancia en una pausa de los disparos. La puerta se abrió y delante de sí vio a su padre, esta vez vestido con su uniforme de combate y un rifle automático colgado en bandolera en su espalda. -  Pasaba por acá y pensé en pasar a invitarte a un paseo ¿Querés venir? – preguntó desde donde estaba y rió.
-  No creo que los guardias me quieran dejar pero vamos a intentarlo – Kal oyó que respondía Ricardo mientras se abrazaban.
¿Guardias? - Osvaldo hizoo un gesto de desdén con la mano - Quedate tranquilo, ya quedan pocos de esos afuera
  Osvaldo introdujo una pequeña varilla en el collar de Ricardo y con sólo presionar un botón diminuto en su extremo lo abrió y arrojó a un lado. Luego le entregó a Ricardo un rifle que lo esperaba apoyado contra la pared junto a la puerta y le pidió que lo siga. Ricardo salió al pasillo y Kal pudo ver una fila de celdas a cada lado, todas ellas abiertas y con sus ocupantes esperando fuera, algunos de ellos armados seguramente con armas traídas por Diego y Osvaldo. Al final del pasillo, Diego demoraba a los guardias asomándose a través de la puerta hacia la derecha y lanzando ráfagas intermitentes que eran respondidas cada vez con menos intensidad. -  Che, Vikingo – le gritó mientras recargaba su fusil en menos de dos segundos – ¡Si no te apurás no te voy a dejar ninguno para vos, eh!
-  ¿Todos listos?
– preguntó Osvaldo, deslizando su arma por la correa hasta su posición – ¡Vamos a sacar a los demás! Todavía nos falta el pabellón Amarillo. Los demás nos esperan arriba. 
  Todos corrieron hacia la puerta y ahora se hizo visible lo que había del otro lado. Hacia delante el pasillo estaba tapizado con varios soldados muertos pero hacia la derecha el pasillo doblaba y las balas seguían respondiendo aunque no podían ver a quienes las disparaban.  -  Salimos de peores, Diego - le dijo palmándolo en la espalda    El Vikingo no dejaba de sonreír, contagiando de optimismo a todos. Guiñó un ojo a Ricardo, quitó los seguros a su arma y sus ojos se encendieron de placer con ese sonido. -  ¡Que empiece la carnicería! – gritó mostrando los dientes en una sonrisa que pretendia ser macabra antes de lanzarse a la carrera por el pasillo con Diego lo siguiéndolo con el mismo furor.    Desde el pasillo, el ruido de los disparos tapaba por instantes sus voces, pero Kal podía oír como ambos cantaban poseídos por el furor de la batalla y contagiaban  de valor a sus compañeros, que se unieron a la canción y corrieron detrás de ellos. Se concentró un poco y pudo distinguir las palabras con claridad, viendo cómo los hombres a su alrededor se unían a la canción y corrían detrás de ellos  -  Ya no creo en nada, ya no creo en ti, – Kal sintió que la sangre comenzaba a hervir en sus venas con cada estrofa – Ya no creo en nadie porque nadie cree en mi....    Kal se oyó a si mismo unir su voz a la de su padre, cantando con furia su canción. Pero al mismo tiempo que Ricardo corría a través de la puerta con su rifle delante de los ojos, los muros parecieron derretirse y todo se volvió oscuridad.
      -  Creo que no puedo mostrarte mucho mas por ahora – se disculpó Ricardo – Aunque pasó hace tantos años, todavía hay cosas que me duele recordar.
      -  Te entiendo – respondió Kal, aún excitado por la visión – ¿Esa era la canción de mi abuelo?
      -  Era una de ellas, si
      – respondió Ricardo – Según nos contó, tu abuelo le había dicho cuando se la enseñó que ellos también la usaban para darse valor en la batalla.
      -  Ah, ya sé de cual hablás
      – intervino André sonriente – Yo ya estaba acá en esos tiempos y fui testigo.
      -  Yo creía que acá no había habido guerras en el otro siglo – dijo casi disculpándose por su ignorancia Kal.
      - En realidad no hubo. La de las islas fue demasiado dispar como para que la llamemos guerra – se explicó André – Pero yo vi a hordas de adolescentes y jóvenes lanzar lluvias de piedras contra policías para defenderse de la represión cantando esa misma canción. Yo mismo peleé a su lado alguna vez, mas por deporte que por convicciones. Por lo que contaba, tu abuelo fue lo que se llamaba un metalero fundamentalista durante la década del ochenta en el veinte.
    • Por lo que llegué a escuchar, muchos habían perdido la cordura, unos cuantos por las drogas o el alcohol – rió Ricardo con nostalgia.
    • Había algunos, no voy a negarlo – respondió André – Pero ninguno le ganaba al loco de la espada – André unió su risa a la de su amigo que adhirió a lo que acababa de decir.
    • ¿Y ese quien es? – preguntó Kal, sintiéndose afuera de la charla.
    • Un tipo que nos cruzamos en el sur, al poco tiempo de la fuga – empezó a contar Ricardo – Venía vestido a la usanza del medioevo, incluso tenía una espada larga y un arco.
    • Al principio creímos que sería uno de esos fanáticos de Tolkien – continuó André mientras Ricardo refrescaba su garganta – Pero estaba sucio y débil, como si hubiera vagado por los bosques durante días. Tenía unos cuantos golpes y rasguños, pero ninguna herida grave. – En ese instante, André se interrumpió y pareció intentar recordar algo con mucho esfuerzo.
    • ¿Pasa algo? – preguntó Ricardo, después de algunos segundos de silencio
    • El tipo este, el loco de la espada... Dijo que se llamaba Eltarn, eso me acuerdo – no esperó a recibir el consentimiento de su amigo – Pero no me acuerdo de dónde dijo que venía y ahora creo que por accidente me di cuenta de algo.
    • Dijo que venía de Las Desoladas o algo asi – respondió Ricardo, no sin esfuerzo.
    • Según él no estábamos lejos de ahí ¿no? – volvió a preguntar André
    • Eso dijo, pero nunca escuché hablar de algún lugar con ese nombre, al menos no en este país.
    • ¿Cómo pudo haber llegado ahí? – interrogó Kal, sin decidir si debía creerles o pensar que estaban gastándole una broma
    • Nos contó una historia muy extraña – respondió Ricardo sonriente, casi descontando que se trataba de los delirios de un pobre hombre – Decía que en su país siempre habían tenido problemas con el clima, con poderosas ráfagas de viento y nevadas que hacían que cualquiera que intentara viajar lejos del valle donde vivían nunca regresara. Sin embargo desde hacía algunos años en algunos sectores eso había ido desapareciendo. Poco a poco las tormentas se esfumaron de algunos sectores aunque en otros seguían igual de fuertes que siempre. Fue por eso que finalmente se atrevió a explorar las montañas, pero una tormenta atrapó a su grupo y murieron casi todos. Nos dijo que la tormenta lo había levantado en el aire y arrojado lejos, hasta caer en un lago helado. No se golpeó demasiado en la caída, pero casi muere de hipotermia.
    • ¿No ves la conexión? – preguntó André – En ese momento no le dimos importancia, pero según Eltarn las tormentas empezaron a desaparecer a los pocos meses de El Caos.
    • El tipo estaba loco, André – su tono sonó casi a reproche – Andaba por el mundo con una espada convencido que venía de diez siglos antes y desde un lugar del que nadie oyó hablar. Lo que contaba se parecía mucho a los Andes, es verdad – admitió parcialmente Ricardo – Pero lo de las tormentas no encaja y además, todas las montañas se parecen bastante.
    • Estoy de acuerdo en casi todo – replicó André, sonriendo para sí con satisfacción – Salvo en el detalle de que yo volví a saber algo de Las Desoladas – Ricardo se limitó a mirarlo fijo, tratando de descifrar los pensamientos del vampiro.
    • ¿Dónde? – intervino Kal – ¿En algún libro de historia?
    • No, no – André replicó con lentitud – Más bien en un libro de ciencia. Cuando volví a La Estancia estuve curioseando en los archivos y encontré algunos fragmentos sobre un experimento con ese nombre. Lo poco que logré rescatar fue que llevaban años experimentando con tormentas artificiales, pero que ahora estaban usando esas máquinas para algo más grande.
    • ¿Decía para qué las usaban o se perdieron los archivos? – Ricardo se mostraba aún algo escéptico
    • No, no decía mucho mas. Principalmente porque no era un experimento específico de La Estancia, sino de otra agencia. Sin dudas tenía alguna relación con lo que nos hicieron a nosotros, porque recibían algunos reportes cada tanto. El resto estaba encriptado y no quise gastar mi tiempo en algo que no fuera específicamente sobre nuestro tema.
    • ¿Y que pasó con Eltarn? – volvió a preguntar Kal, divertido por la extraña historia – ¿Intentaron ayudarlo a encontrar su tierra?
    • No, él quiso irse solo a los dos días y nosotros no hicimos nada por acompañarlo. – respondió Ricardo, aún tratando de asimilar lo que acababa de enterarse – Después de todo sólo lo tomamos por un delirante.
    • Demasiado nos costó escribir nuestra propia historia como para además meternos a escribir las de otra gente... – añadió André, aún sonriente – Tal vez algún día volvamos a cruzarnos con él o con su gente, me gustaría enterarme que finalmente pudo volver.
    • Y tal vez todavía estemos a tiempo de escribir aunque sea unas páginas en su historia – respondió Kal, entre risas.

En ese momento volvieron a oírse pasos y voces en el pasillo. La puerta se abrió tras lo cual Marcela entró precedida por su abultado vientre y seguida de cerca por su amiga, que la ayudaba a moverse cargando parte de su peso sobre sus hombros. Ricardo se puso de pie de inmediato caballerosamente y tras presentarse le ofreció su silla. Algo avergonzado, André también se puso de pie para saludarla, pero Kal no se movió de donde estaba, recostado cómodamente en el respaldo de su desvencijada silla y con las piernas estiradas debajo de la mesa, sus pies sobresaliendo por el otro extremo. La vecina se despidió jovial y se marchó cerrando la puerta detrás de si, dejándolos solos una vez mas.

-  No sabía que ibas a festejar acá con tus amigos – le reprochó ella – Me hubiera arreglado un poco.
-  Realmente eso no habría hecho ninguna falta – respondió Ricardo, haciendo quedar mal a sus acompañantes con sus halagos.
-  Gracias – Marcela le dedicó una sonrisa dulce – Pero igualmente me hubiera gustado saber que venían así me quedaba. Es raro, porque a diego nunca le gustaron mucho sus cumpleaños. Dice que no es ningún mérito de él cumplir años sino que es algo inevitable, por eso no hay nada para festejar.
-  Bueno, en realidad pensaba así antes de empezar a trabajar con Domínguez – la corrigió – Desde que estoy con él, es todo un mérito llegar hasta
la noche.
- Ya vas a acostumbrarte a que pasen los cumpleaños – dijo André con una media sonrisa, dejando ajena al comentario a Marcela. – ¿Cuántos llevás?
-  Veintiséis. – respondió agregando otro poco de alcohol a su sangre – Todavía son pocos.
-  Veintiséis... – Ricardo hizo cuentas mentales – Fue a tu misma edad que tu viejo fue a la guerra.
-  Diego nunca me cuenta nada de su familia – interrumpió Marcela – ¿Usted conoció al padre?
-  Bueno, si
– admitió Ricardo, descubriendo por la mirada de Kal que había hablado de más – Yo también estuve en el Ejército. Pero eso fue hace mucho y mis historias de esa época no son las mas apropiadas para un cumpleaños – la arregló como pudo Ricardo. Y luego quiso cambiar de tema – ¿Cuánto llevan juntos ustedes?
-  Vivo acá desde mayo, después de que mataran a mi esposo
– el rostro de Marcela se ensombreció por un instante pero volvió a sonreír – Por suerte Diego se encargó de cuidarme.
-  Es lo menos que podía hacer
– Kal le restó importancia – Después de todo, el Polaco era casi mi hermano. 

  Ricardo y André se miraron por una fracción de segundo, pero fue suficiente para que Kal entendiera que una mirada habia bastado para que amos supieran que el otro estaba pensando lo mismo. Tuvo muchos deseos de preguntar, pero temía que fuera algo de la historia de la Estancia que prefería que Marcela no conociera por el momento. Si para él había sido difícil creerlo y aceptarlo a pesar de las pruebas que la habían dado, para ella sería casi imposible.  -  Me van a disculpar, pero estoy muy cansada – Marcela se puso de pie con esfuerzo después de media hora más de charla – Este pibe me pesa bastante, ya no veo la hora de que salga.    Una vez más Ricardo se puso de pie antes de que los otros dos reaccionaran y la ayudó dulcemente a llegar hasta la habitación después de que despidiera a Kal y André.   -  Este tipo siempre nos hace quedar mal – bromeó André lo suficientemente alto para que lo oyeran Ricardo y Marcela.
-  ¿Qué es lo que no quisieron decir hace un rato? – susurró Kal sin rodeos – Cuando dije que la cuidaba porque el Polaco era mi hermano ustedes se miraron – siguió hablando cuando vio que André simulaba no entenderlo
.
-  Es que se parece a tu historia – dijo después de dudar un instante – Cuando tu viejo murió, Diego fue a buscar a tu vieja para contarle lo que había pasado y ayudarlos a ustedes dos. Igual que vos y el Polaco, el Vikingo y Diego eran casi hermanos.
-  No es verdad
– negó Kal – Yo nunca conocí a Diego.
-  No, pero tu vieja si
– continuó relatando el vampiro – El dolor la nubló la mente, se enfureció con Diego y todos nosotros, echándonos la culpa de su muerte. Le aconsejamos a Diego que dejara pasar un tiempo, pero cuando al año volvió a buscarlos, se habían mudado y nadie en el barrio pudo ayudarlo a encontrarte.
-  Te creo bastante
– aceptó Kal sintiendo que la tristeza se mezclaba con el enojo dentro suyo – Ella nunca quiso hablarme de todo esto, simplemente me decía que había tenido que irse lejos. De grande estuve convencido de que nos había abandonado, seguramente por otra mujer. Pero es verdad que nos fuimos del barrio, en realidad nos desalojaron.
-  No la culpes
– intervino Ricardo mientras volvía a sentarse y había oído de lo que estaban hablando – Ella hizo lo que creía mejor para vos, no creía que una historia así fuera apropiada para un chico de tu edad.
-  Supongo que me hubiera contado si hubiera llegado a que cumpliera los veinte. Ella falleció cuando yo tenía quince – relató Kal ante los rostros confundidos de sus compañeros.
-  No sabíamos – dijo Ricardo muy serio.
-  Enfermó de un día para otro. Yo dejé la escuela y empecé a trabajar para poder pagarle a los doctores, pero no sirvió de nada. En menos de seis meses me quedé solo y en la calle. Por suerte me crucé con el Polaco, un pibe un poco más grande que yo que ya llevaba dos años viviendo así y me enseñó a sobrevivir.
   La noche fue larga, donde no faltó la cerveza ni las historias de cada uno, incluyendo el relato de Kal sobre la investigación y la venganza del asesinato de su mejor amigo. Hubieran seguido por horas, pero el amanecer se acercaba y André debía marcharse. Mientras Kal los acompañaba hasta la puerta, ambos prometieron mantenerse en contacto y se despidieron afectuosamente de su nuevo amigo, hijo de su viejo amigo.