EL
PREMIO NÓBEL
Tomado
de "Confieso que he vivido" Pablo Neruda (Chile, 1904-1973)
La
verdad es que todo escritor de este planeta llamado Tierra quiere alcanzar
alguna vez el Premio Nóbel, incluso los que no lo dicen y también los que lo
niegan.
En
América Latina, especialmente, los países tienen sus candidatos, planifican
sus campañas, diseñan su estrategia. Esta ha perdido a algunos que merecieron
recibirlo. Tal es el caso de Rómulo Gallegos. Su obra es grande y decorosa.
Pero Venezuela es el país del petróleo, es decir el país de la plata, y por
esa vía se propuso conseguírselo. Designó un embajador en Suecia que se fijó
como suprema meta la obtención del premio para Gallegos. Prodigaba las
invitaciones a comer; publicaba las obras de los académicos suecos en español,
en imprentas del propio Estocolmo, todo lo cual ha debido parecer excesivo a los
susceptibles y reservados académicos. Nunca se enteró Rómulo Gallegos de que
la inmoderada eficacia de un embajador venezolano fue, tal vez, la circunstancia
que lo privó de recibir un título literario que tanto merecía.
En
Paris me contaron en cierta ocasión una historia triste ribeteada de humor
cruel. En esta oportunidad se trataba de Paul Valéry. Su nombre se rumoreaba y
se imprimía en Francia como el más firme candidato al Premio Nóbel de aquel año.
La misma mañana en que se discutía el veredicto en Estocolmo, buscando
apaciguar el nerviosismo que le producía la inmediata noticia, Valéry salió
muy temprano de su casa de campo, acompañado de su bastón y su perro.
Volvió
de la excursión al mediodía, a la hora del almuerzo. Apenas abrió la puerta,
preguntó a la secretaria:--¿Hay alguna llamada telefónica?--Sí, señor. Hace
pocos minutos lo llamaron de Estocolmo.--¿Qué noticia le dieron? --dijo, ya
manifestando abiertamente su emoción.
--Era
una periodista sueca que quería saber su opinión sobre el movimiento
emancipador de las mujeres. El propio Valéry refería la anécdota con cierta
ironía. Y la verdad es que tan grande poeta, tan impecable escritor, jamás
obtuvo el valioso premio.
Por lo que a mí concierne, deben reconocerme que fui muy precavido. Desde que supe que mi nombre se mencionaba (y se mencionó no sé cuántas veces) como candidato, decidí no volver a Suecia, país que me atrajo desde muchacho, cuando con Tomás Lago, nos erigimos en discípulos auténticos de un pastor excomulgado y borrachín llamado Gosta Berling.
Además,
estaba aburrido de ser mencionado cada año, sin que las cosas fueran más
lejos. Ya me parecía irritante ver aparecer mi nombre en las competencias
anuales, como si yo fuera un caballo de carrera. Por otro lado los chilenos,
literarios o populares, se consideraban agredidos por la indiferencia de la
academia sueca. Era una situación que colindaba peligrosamente con lo ridículo.
Finalmente, como todo el mundo lo sabe, me dieron el Premio Nóbel, cuando yo me encontraba en Paris, en 1971, recién llegado a cumplir mis tareas de embajador de Chile.