LAS
ESCONDIDILLAS
Y
ella seguía en mi closet. Escondida. Guardada para no verla; para imaginarme
que no existe.
Tres
meses ya lleva en mi closet. Y a veces por las noches mientras sueño, sus
olores nauseabundos me despiertan. Todo se ha vuelto tan ridículo.
Pero
hasta eso la situación ha mejorado. Antes era peor. Sus gritos eran peores que
los ronquidos de mi madre. Asustado: después de una pesadilla llegaba a su
cama; y para qué: para que sus ronquidos me desquiciaran. Claro que había un
monstruo, pero no bajo mi cama; estaba en su garganta. En fin, eso ya no
importa. No hay ronquidos ni gritos, todo es calma. Pero si hay olores, pensé
que me acostumbraría, pero es intolerable. ¡Hasta mi ropa huele a muerto!
Realmente fue una decisión tonta. Mis vecinos empiezan a sospechar, incluso mis
compañeros de trabajo. Ayer nada más; subí las escaleras ¿y para qué? Para
encontrar las puertas de mi departamento abiertas. Claro, la portera llamó a la
compañía de gas reportando una fuga, al menos eso dijo cuando me vio. Vieja
loca, qué sabe ella de fugas de gas.
En
fin, creo que mi decisión de esconderla no fue muy buena. La escondí para no
verla, para olvidarla; para olvidarme de que existe. Pero ahí sigue, escondida.
He planeado sacarla de mi casa, pero la gente se daría cuenta. ¡Ya me imagino
los chismes! Ja!, como si ellos no arrumbaran las cosas que olvidan; es más,
luego ni las meten al closet, a veces las tiran a la basura o a veces nada más
las avientan a un rincón.
En
fin, no sé que me imaginé cuando lo hice; yo que la quiero olvidar, y ella que
me obliga a recordarla.
Armando López