TERAPIA INTENSIVA
Lo
encontraron en su casa de Buenos Aires, caído en el suelo, desmayado,
respirando apenitas. Mario Benedetti había sufrido el más feroz ataque de asma
de toda su vida.
En
el Hospital Alemán, el oxígeno y las inyecciones lo devolvieron, poquito a
poco, al mundo, o a algún otro planeta más o menos parecido. Cuando alzaba los
párpados, veía muñequitos que bailaban, tomados de la mano, en la remota
pared, y entonces volvía a sumergirse en un silencio asueñado y ausente.
Estaba molido. Había sido aporreado por Joe Louis, Rocky Marciano y Cassius
Clay, todos a la vez, aunque él nunca les había hecho nada.
Escuchó
voces. Las voces iban y venían, se acercaban, se alejaban, y en alemán decían
algo así como mal, mal, lo veo muy mal; un caso difícil, difícil; quién sabe
si pasa de esta noche. Mario abrió un ojo y no vio muñequitos. Vio unas túnicas
blancas, al pie de su cama. Con voz de bandera arriada, preguntó:
—¿Tan
grave estoy?
Lo
preguntó en perfecto alemán. Y uno de los médicos se indignó:
—¿Y
usted por qué habla alemán, si se llama Benedetti?
El
ataque de risa lo curó del ataque de asma y le salvó la vida.
Eduardo
Galeano