¿QUÉ
BELLO ES VIVIR?
Observaba
sin pasión el escaso, casi nulo, tráfico bajo sus pies. Nadie pasaría a esas
horas.
Nadie.
Faltaban unos minutos para el Año Nuevo y las calles se aparecían vacías, con
todo el mundo esperando delante de un plato con doce uvas, entre vasos vacíos y
botellas, con familiares, amigos o amantes. Por eso nadie pasaba y por eso nadie
la podía ver allí, agarrada a la barandilla, mirando hacia el asfalto y a un
solo paso del último salto. No estaba tensa, no estaba nerviosa. Sólo esperaba
a que llegaran las doce, por una especie de cuestión estética, para que la
historia fuera redonda, circular y perfecta. Esa misma perspectiva estética era
la que la hacía sentirse un poco descontenta con la fecha que había elegido.
El frío polar la estaba congelando y detestaba pensar que tal vez se le
entumecerían las manos, porque entonces podría resbalarse y caería al vacío
con cara de sorpresa y sin ninguna compostura. Debería haberse puesto guantes,
pensó. Pero le agradaba la idea de notar expresamente el momento en que sus
manos dejaran al metálico y efímero contacto que sostenía su vida en esos
instantes. Ahora no lo sentiría, porque con el frío no sentía absolutamente
nada. Debería haberse abrigado más, pero ¿para qué? ¿para no resfriarse? No
le hacía mucha gracia la idea de quedar colgada en el vacío porque el abrigo
se le hubiera enganchado con la barandilla. Sería tan ridículo. Empezarían a
pasar los coches, camino cada uno de una fiesta, buscando alcohol para nublar la
mente y pintar la vida con un poco de emoción y se encontrarían con ella
colgada del abrigo sobre la M-30, pataleando absurdamente. Desde luego esa sería
una anécdota que muchos de ellos contarían al llegar donde quiera que les
esperaran.
Se
sujetó un poco mejor para poder ver la hora. Las doce menos diez.
-
Joder, aquí no se mueve el tiempo.
-
Pues eso parece - oyó a sus espaldas.
El
sobresalto estuvo a punto de hacerla perder el equilibrio. Intentó girarse para
ver quién hablaba, temiendo que fuera un psicópata o algo parecido, como si
eso tuviera importancia a estas alturas. El caso es que al volverse estuvo a
punto de caer al vacío y sólo la salvó el brazo de un hombre ya mayor, que la
sorprendió con la fuerza de su contacto. Allí estaba con un viejo sujetándola
por la cintura, salvada por un instante de un suicidio prematuro, estúpida
situación donde las haya.
-Perdone
si la molesto, pero ¿qué hace aquí?
Había
algo en su tono de voz y en su aspecto que le recordaba a alguien. Era mayor,
pero no viejo, como los ángeles de las películas de los años cincuenta, que
aparecían en el momento oportuno para decirle al protagonista que debe rehacer
su vida y ser buena gente por siempre jamás. ¡Eso es! Se parecía al ángel de
"¡Qué bello es vivir!". ¡Lo que faltaba!
-
¿¡ Y a usted qué coño le importa!? Por si no es suficientemente obvio le diré
que no me apetece charlar. Y si me suelta un segundo continuaré con lo que
estaba haciendo, es decir, esperar a las doce para hacer un viaje de diez metros
hasta el suelo. Gracias por su interés y buenas noches -dijo indignada volviéndole
la espalda, al menos lo que la permitía su forzada postura.
Si
al buen samaritano le sorprendió el rapapolvo, lo disimuló admirablemente,
porque ni siquiera se tomó la molestia de parpadear o tragar saliva. En todo
caso tampoco la soltó.
Incómoda
por la especie de acoso sexual que parecía estar sufriendo en un momento que se
suponía debía ser tan íntimo, estaba a punto de hacérselo notar al caballero
cuando notó que había algo raro. No se había dado cuenta antes, pero había
un gran tumulto allá abajo. Un coche se había empotrado contra la valla y
estaba arrugado como un acordeón, otro le había embestido y toda la calzada se
veía absolutamente colapsada. Quién sabe cómo, acababa de tener lugar un
accidente múltiple y ella, en primer fila, ni siquiera había oído nada. Sin
embargo, el estruendo era terrible y el caos absoluto.
"Está
claro, me he vuelto loca"
Un
segundo después, agradeció que el desconocido aún la mantuviera sujeta por la
cintura, porque vio algo que no había visto antes. Unos metros por delante del
coche había un cuerpo tendido en una grotesca postura. Una cabeza de pelo
largo, una chaqueta fina, impensable para esta época del año, unos pantalones
negros iluminados por el único faro útil del coche accidentado. Un charco
oscuro se extendía bajo el cuerpo, una mancha que parecía tener la
consistencia pegajosa y densa del petróleo, pero que no lo era. Le subió a la
boca el amargo regusto del miedo y sintió ganas de gritar. El sudor la empapó
en un segundo, a pesar de lo ligero de su ropa.
Nunca
pensó que en un momento tan trascendental le fueran a fallar los nervios hasta
el punto de tener visiones, viejos que aparecen de la nada, aparatosos
accidentes que suceden en silencio... De repente todo el ruido del mundo estalló
en su cabeza... Las sirenas de las ambulancias, las bocinas de los coches, las
voces de la gente asomada a las ventanillas, los gritos de algún alguien... Los
destellos de luz daban a la escena un aire aún más macabro, sobre todo cuando
le volvieron la cara para el cuerpo tendido en la calle y...
Ahora
sí gritó. Y su grito perforó la noche como un estilete clavado en
mantequilla.
-
¿Qué ocurre? ¡Dios mío! ¡¡Dios mío!! Estoy loca ¿¡Estoy loca!?
Presa
de un ataque de histeria apenas notó como el desconocido la alzaba sin esfuerzo
y la depositaba en el lado seguro de la barandilla, si es que alguno lo era ya,
o si es que acaso importaba todavía. La abrazó fuerte, mientras su cuerpo
apenas la respondía, presa de violentas sacudidas.
-
Schssst... -intentó tranquilizarla.- No pasa nada...
Ella
alzó los ojos, mirándole sin verle en un estado alucinatorio.
-
¿Nada? ¡Estoy ahí abajo! ¡Y aquí arriba! O estoy loca... o estoy loca o no
me diga que no pasa nada, porque algo tiene que estar pasando.
La
explicación llegó lentamente a su cerebro. No sabía muy bien si el viejo era
el que se lo explicaba o si era una voz en su cabeza, no entendía nada, pero
tenía la certeza de que sabía lo que había sucedido. Era absurdo, era ilógico
y era imposible, sin embargo era cierto. Se había resbalado en realidad. Se había
resbalado y había caído al vacío sobre un coche que, en contra de todas las
normas sociales, se dirigía a alguna parte sin mostrar ningún respeto por las
doce campanadas. Se había caído y había provocado un accidente mortal. Un
grupo de coches había pasado en ese preciso momento y ella había caído sobre
uno de ellos, los demás colisionaron unos con otros colapsando toda la calzada
en un instante. Con el impacto su cuerpo había salido despedido varios metros y
ahí estaba en esos momentos, tapado con una tela metálica, entrando en una
ambulancia. Un policía levantó ligeramente la tela y sacudió ligeramente la
cabeza con expresión apenada.
-
Schssst. Sí, estás ahí abajo, pero no te preocupes...
-
Yo no... no... no quería... -dijo entre lágrimas e hipos - Yo no quería que
nadie saliera herido... yo no quería que pasara nada de esto... Seguro que le
he estropeado la noche a un montón de gente -añadió. Tal vez el hecho de que
un puñado de personas llegara tarde y con un ligero mal cuerpo a alguna fiesta
no debía de haberle importado en ese momento, pero su cerebro estaba demasiado
saturado para valorar una situación para la que no podía estar preparado.
-
Por eso estoy aquí y por eso vamos a arreglarlo. ¿Quieres?
-
Por favor, por favor... - suplicó escondiendo el rostro en las solapas de su
abrigo, como si así pudiera escapar de aquel macabro espectáculo.
De
repente el silencio. Estaba agarrada a la barandilla de un puente sobre la M-30.
No pasaban coches, no pasaba nadie, no pasaba nada. Miró el reloj. Las doce
menos diez. Con mucho cuidado pasó una pierna por encima de la barandilla para
ponerse en el lado seguro.
Ahí,
esperándola, estaba el viejo.
-
Bien hecho - dijo.
-
¿Y ahora?
-
Ahora iremos a mi hotel, te darás un baño y te tomarás algo caliente.
-
¿Y luego? ¿Tendré que contarte mis problemas? ¿Me echarás un sermón? ¿Aparecerá
Dios y me acogerá en su seno?
-
Lo dudo.
-
¿Entonces?
-
Entonces, tu abrirás las piernas y yo abriré la cartera y así pasaremos la
noche de fin de año. Si no te gusta el plan, siempre puedes volver aquí y
probar a tirarte otra vez.
Sinceramente
sorprendida sólo fue capaz de responder:
-
Pensé que eras un ángel, como el de "¡Qué bello es vivir!"
-
Pues no pienses, querida.
Se
encogió de hombros, resignada ya a aceptar la fatalidad de un destino que
aquella noche, aquella supuesta última noche, se había empeñado a poner patas
arriba todas las leyes de la lógica.
Segundos
después, la carretera se llenaba otra vez de coches. Otra vez el ruido, las
bocinas, las sirenas y el destello intermitente de las luces de las ambulancias.
Inma García - España