LAS
ALHAJAS DEL RECUERDO
La
Revuelta
Años
atrás, en un pequeño país de la península árabe, tan pequeño y aislado que
en otras regiones del mundo generalmente sólo los coleccionistas de estampillas
saben de su existencia, se produjo una pugna interna de poder que afectó para
siempre la vida del lugar.
Esta
tierra, que mejor que país podría caracterizarse como un principado, había
sido por generaciones gobernada por los descendientes de una familia en
particular, la familia El Hamamsy. Dentro de esta familia, habían habido reyes
sabios y generosos, así como otros déspotas y agresivos. Nunca había
gobernado una mujer, siendo el descendiente siempre un varón, el mayor. No se
había dado nunca el caso de que un rey no tuviera hijos varones, como le pasó
a Enrique VIII en Inglaterra. De haber sucedido, igual era poco claro que
hubiesen dejado gobernar a una mujer, porque la cultura definía de manera muy
formal los roles del hombre y la mujer en la sociedad.
A
medida que el siglo XX avanzaba, sin embargo, la presión por redefinir los
procesos de gobierno se iba haciendo cada vez más fuerte, y muchos pensaban que
ya no era época para monarquías. Otros valoraban la tradición por encima de
los conceptos avanzados, y defendían el reinado. La discusión no giraba, como
históricamente lo había hecho en otras partes del mundo y de la historia, en
torno a la economía y los medios de producción, por cuanto el país era pequeño
y contaba con una gran riqueza petrolera, suficiente para mantener a todos mucho
más arriba de la pobreza. Cada ciudadano recibía, por el sólo echo de haber
nacido allí, un pago mensual equivalente al doble del salario mínimo en
Estados Unidos. Los niños también percibían una entrada, aunque menor, lo que
permitía a las familias ahorrar, invertir, y tener casi siempre cuentas y
asuntos de negocios en el extranjero. El país mismo producía muy poco fuera
del petróleo, porque no tenía necesidad, importando prácticamente todo desde
el extranjero.
En
este país, o principado, había disputas internas entre las familias poderosas,
y entre los que querían acabar con el reinado de Mohammed El Hamamsy se
encontraba la poderosa familia Khattar (pronunciado "Jatar"),
encabezada por el magnate Atif Khattar, quien, escudado, como hábil político
que era, en la necesidad de modernizar el país, empezando por el sistema de
gobierno, apoyaba el descontento de los grupos más avanzados. Estudiantes,
profesionales, y algunos inmigrantes, pedían el fin de la monarquía. Muchos
inmigrantes, sin embargo, temían inmiscuirse en los asuntos internos del país
pues llegaban a aplicarse castigos atroces a los foráneos que lo hicieran con
poco tacto. Fresca en la memoria de todos estaba el caso de un adolescente de
Oklahoma que había hecho declaraciones a la prensa extranjera en contra del rey
y del sistema judicial, y que más tarde había sido descubierto pegando
panfletos en las escuelas. A pesar de los aparentes reclamos del Departamento de
Estado de Estados Unidos, que ni tan grande habían sido, por primar la
diplomacia sobre la necesidad de proteger al muchacho, acabaron cortándole el
pie derecho y la mano izquierda, y obligándolo a abandonar el país. Un primo
de Atif Khattar había sido uno de los jueces, por lo que la prensa extranjera,
haciendo muestra de gran inocencia, había llegado a creer que al joven de
Oklahoma lo podrían dejar libre, por la rivalidad de Atif con el gobierno del
lugar, sin darse cuenta que Atif en persona le había pedido a su primo que lo
condenara, pues lo menos que deseaba era la intromisión extranjera en los
asuntos internos del país, como tampoco le interesaba llegar verdaderamente a
una democracia. Lo que la familia Khattar realmente buscaba era sacar al rey del
poder para reemplazar la estructura de gobierno por una manejada por ellos, bajo
la apariencia de una modernización y democratización del país. Por si acaso,
Atif tenía bien infiltrado todos los movimientos que apoyaba, para no perder
control por ningún lado.
Fue
dentro de este clima político que una gran manifestación de estudiantes y
profesionales se lanzó a las calles para pedirle a Mohammed El Hamamsy que
dejara el gobierno y llamara a elecciones. Mohammed, que no era tonto, se daba
cuenta de que no tenía grandes opciones. Por un lado, si renunciaba la familia
Khattar se apoderaría del poder, y Atif tenía todas las características de un
déspota. Por otro, dispersar por la fuerza a los manifestantes aumentaría la
presión y el descontento contra su gobierno. Como al cabo de varios días no se
le ocurrió nada, la manifestación continuó, hundiéndose el país en un clima
de inestabilidad. La confrontación alcanzó su punto crítico cuando los
infiltrantes, por orden de Atif, provocaron a los guardias del palacio, quienes
en un momento de tensión cometieron la burrada de disparar, matando a cuatro
estudiantes. A las pocas horas un comando militar bien armado, encabezado por un
general que tenía negocios con la familia Khattar, llegó al palacio gritando
consignas en contra del rey, siendo recibido con gran alegría por el público,
obligó a la guardia a rendirse, tomó prisionero a Mohammed, y declaró que el
reinado se había acabado para siempre. Se produjo una gran fiesta colectiva,
expresada más que nada en bailes y rezos multitudinarios en la calle, que duró
casi una semana. Al quinto día fue ejecutado el rey, lo que a mucha gente le
pareció excesivo, dado que, después de todo, no había sido nunca un tirano.
Al sexto fueron ejecutados los consejeros reales y todos los oficiales leales a
la monarquía, lo que fue considerado definitivamente excesivo por muchas
personas, que comenzaron a pedir explicaciones. Al séptimo se le pidió a los
dirigentes profesionales y estudiantiles que se dispersaran, volvieran a sus
ocupaciones habituales, y se dejaran de pedir explicaciones, y al octavo fueron
aprisionados o ejecutados todos los que entre ellos no habían cumplido con el
pedido. La fiesta se había acabado.
Atif
apareció en televisión diciendo que él, en persona, hablaría con los
generales para apaciguarlos y hacer menos dolorosa la transición, y explicó a
la gente que no se podían construir los cimientos de una democracia con tanto
alboroto, por eso es que se habían tenido que tomar algunas medidas que, a
simple vista, parecían drásticas, pero que a la larga serían para mejor.
Mientras
tanto, Nabil El Hamamsy, el hijo de Mohammed, cursando su segundo año
universitario en Francia, seguía los eventos de su país con horror, y con la
ayuda de algunos ministros y embajadores del gobierno de su padre se preparaba
para montar un gran golpe de opinión pública. Muchos en el principado ya
clamaban que Nabil, siendo el descendiente de Mohammed, debía jugar un rol
importante en la reestructuración del nuevo gobierno, por motivos de
continuidad. Atif Khattar, creyendo poder controlarlo, lo invitó a entrar, pero
Nabil y sus consejeros, sospechando, exigieron garantías para hacerlo. La
negociación no era fácil, porque los generales que apoyaban a Khattar veían
la presencia de Nabil con malos ojos, como una potencial debilidad del nuevo régimen,
y aconsejaban el rechazo de casi todas las garantías. Como Nabil seguía
tratando de presionar a través de contactos diplomáticos y de la prensa
internacional, los generales decidieron liquidarlo, acribillándolo a balazos a
la salida del museo del Louvre, en pleno día, hiriendo a varios transeúntes y
a dos guardias franceses. Medida brutal, que atrajo la atención de la prensa
extranjera más que cualquier cosa que el mismo Nabil hubiese podido hacer. Los
generales creyeron poder deshacerse del propio Atif, a quien pusieron en arresto
domiciliario, y tomarse ellos el poder. El nuevo gobierno cerró las puertas al
extranjero, cortó temporalmente relaciones diplomáticas con el mundo entero, y
dispuso una serie de medidas draconianas, comunicadas a través de bandos
militares, en el típico estilo de los gorilas que brotaran como cáncer por el
mundo a fines de la década del sesenta y comienzos del setenta. "Derramar
sangre es a veces necesario en una democracia" declararon por televisión,
inspirados en las palabras de un general sudamericano con complejos napoleónicos.
Pero
el mundo ya había entrado en otra fase, y las dictaduras no eran tan bien
vistas como antes por las potencias occidentales, menos aún si el país tenía
petróleo. Las grandes corporaciones hablaban de "abrir mercados", de
privatización, de estabilidad, de sociedades globales. Hasta los más
conservadores comenzaban a poner en duda la política de la "zanahoria y el
garrote" que se impusiera durante casi un siglo desde Estados Unidos para
asegurar la conformidad de los países en vías de industrialización. El
incidente a la salida del Louvre, filmado por la cámara portable de un turista
japonés, aparecía una y otra vez en las pantallas de televisión occidentales.
Los partidos de oposición en todas partes clamaban que era el colmo que su
respectivo gobierno no hiciera nada, y pronto se empezó a hablar de un posible
bloqueo económico. En vista de la tormenta internacional que se avecinaba, los
generales decidieron rápidamente reintegrar a la familia Khattar al gobierno,
negociando con ellos el rol de cada cual en el poder, a cambio de ayuda diplomática
para rehacer poco a poco las relaciones externas, no fuera que a los bancos
occidentales se les ocurriera empezar a congelar fondos como medida de
descontento. Atif Khattar fue nombrado "Jefe de Estado", mientras se
trataba de redactar una constitución y establecer una especie de parlamento con
civiles y militares. A la larga, la estructura gubernamental se convirtió en
una especie de monarquía republicana, con Khattar a la cabeza, un invento local
que desconcertó hasta los políticos más eruditos.
El
regreso del grupo Khattar al poder, por ser civiles y reconocidos hombres de
negocios en esferas internacionales, calmó la desconfianza de los grandes
inversionistas. A las pocas semanas el gobierno ya había conseguido negociar
con los capitales norteamericanos y japoneses, que estuvieron de acuerdo en
criticar mesuradamente al nuevo gobierno frente a las cámaras de televisión,
para no echar a perder su imagen ante el público, pero apoyarlo en privado, a
cambio de suculentas inversiones comunes en las áreas de exploración y
transporte del petróleo. Las otras potencias rápidamente siguieron los mismos
pasos, y el país volvió paulatinamente al anonimato histórico de siempre.
Jorge
Braña