UN
DETALLE FEMENINO
En
una pequeña sala de reuniones en el palacio presidencial de un país de la península
árabe, tres hombres examinaban unos documentos en una mesa redonda. Era la sala
privada de los consejeros de Atif Khattar, el Jefe de Estado de la recientemente
establecida monarquía republicana. Fuera de los cuatro guardaespaldas que
vigilaban la entrada con metralleta en mano, nadie sabía que la sala estaba en
uso a las cuatro de la mañana, y pocos hubiesen imaginado el descubrimiento que
estaba siendo discutido. Atif en persona examinaba los documentos sin dejar de
mover la cabeza y fruncir el ceño.
El
general Gassan, jefe de la policía secreta, a quien se le atribuía ser autor
intelectual del atentado que acabara con la vida de Nabil El Hamamsy e hiriera a
varios franceses frente al Museo del Louvre, intercambiaba miradas graves con
Khattar. Con su reputación de hombre misterioso, ladino, y despiadado con sus
enemigos, hasta el propio Khattar le temía. Sentado entre ellos, un tipo alto y
delgado, de tez blanca y pelo café claro, al que conocían sólo bajo el nombre
de "Roberts". El gringo tomó su maletín negro, marcó la combinación
del cerrojo con el maletín en su falda, para que los otros no la observaran,
extrajo unas fotos y las puso sobre la mesa. Roberts, de mirada seca y pocas
palabras, disfrutaba por dentro del efecto que su material producía en los árabes.
Después de años de trabajar como oficial de inmigración en la oficina de Los
Ángeles, California, en el departamento de deportaciones, había por fin
logrado conseguirse un puesto en la CIA, que le parecía notablemente más
interesante. Cansado de deportar mexicanos y maltratar inmigrantes, durante años
buscó a través de contactos que la Central se interesara en él, lográndolo
finalmente por casualidad al identificar entre sus detenidos que esperaban
deportación a un terrorista que la Central buscaba. Ahora había sido enviado
al lugar con el resultado de una investigación clasificada altamente secreta.
Lo que ni Roberts ni Gassan sabían era que el mismo Atif Khattar había
iniciado la investigación, a través de viejos contactos en la CIA. Khattar sabía
de antemano el resultado, pero necesitaba montar la operación sin aparecer como
responsable, para poder lavarse las manos si el asunto llegaba a salir a luz.
Después de todo, al siniestro Gassan ya le atribuían varios asesinatos, uno más
no sorprendería a nadie.
A
pesar de todo, Atif apenas podía mirar las fotos. Un remordimiento le recorría
la espalda y le quemaba la boca del estómago al ver la cara de la joven mujer
que en más de una oportunidad hubiese sentado de niña en sus rodillas. Gassan
lo miraba con desprecio, interpretando su malestar como vacilación. Roberts se
moría de ganas de cruzar las piernas y mascarse unas gomas, pero su unidad lo
había entrenado en lo que se refiere a las costumbres locales, con énfasis en
lo que no se debe hacer. Atif dejó que Gassan examinara todo en silencio, y por
fin le dijo "tú eres el experto en estos asuntos, lo dejo en tus
manos".
E
inmediatamente después, mirando a Roberts, "de aquí en adelante tratará
con el general Gassan y su equipo, él sabrá lo que se hace y tomará las
decisiones del caso. Yo a usted no lo conozco". Roberts, a pesar de que
debió haber previsto el resultado de la reunión, se sintió un poco
sorprendido. Gassan lo tranquilizó, dándole cita para esa tarde en su cuartel.
Jorge Braña