FIESTA
DE POETAS
Aquella
mañana de octubre, Marisa Pelufo mi profesora de lengua y literatura ingresó a
tercero comercial con su habitual encanto juvenil.
Entonces
descubrí que no era el único que sufría esa febril atracción por ella, y que
ya no era exclusivamente mía como lo había creído hasta ese momento. Éramos
treinta y dos vándalos apiñados en un salón diseñado para veinte, y el curso
más revoltoso de la escuela.
Sin
embargo manteníamos una excelente conducta durante las clases de literatura, lo
que motivó comentarios suspicaces en la sala de profesores, a tal punto que nos
compararon con los dulces y candorosos angelitos de estampitas religiosas.
Esas
circunstancias me obligaron a tomar la delantera. Al día siguiente, y para que
mi propósito no se enfriara, decidí escribirle una carta a la profe, declarándome
perdidamente enamorado de ella.
Para
conquistarla, y sabiendo la devoción que tenía por la poesía, busqué en un
libro que creí de Pablo Neruda, estos versos que cuidadosamente copié a mitad
de página: "Si al mecer las azules campanillas de tu balcón, crees que
suspirando pasa el viento murmurador, sabe que oculto entre las verdes hojas
suspiro yo".
Los
días que siguieron fueron interminables. Con impaciencia conté cada minuto que
faltaba para la próxima clase. Hasta que por fin llegó la hora, y
contrariamente a lo que yo aspiraba, Marisa entró al aula con la soltura
juvenil de siempre, y ordenó tomar una hoja:
–Ahora
voy a dictarles estas rimas de Bécquer... –dijo tomando una de las tantas
hojas que acomodó sobre su escritorio.
Para
mi sorpresa, vi que el papel que tenía en sus manos era nada menos que mi
carta, cuyas rimas comenzó a recitar mientras su mirada recorría toda la
clase. Mi sangre pareció congelarse, mientras un sudor frío corría por mis
costillas. "Está buscando al atrevido que la escribió" – pensé
simulando serenidad.
Cuando
nuestras vistas se encontraron, mi labio superior comenzó a temblar
nerviosamente.
Creo
que ella se dio cuenta, pero continuó la clase como si no hubiera pasado nada y
comenzó a dictar: "Si al mecer las azules campanillas..."
–Pero,
señorita, ¿no es Neruda? – interrumpí electrizado.
–No,
alumno –me respondió con toda naturalidad– es Bécquer... – y tomando
otro papel prosiguió: Neruda escribió así: "Mis palabras llovieron sobre
ti acariciándote, amé desde hace tiempo tu cuerpo de nácar soleado..."
Luego,
ante el asombro de todos, tomó una tercera hoja y dijo:
–Machado
también escribió versos tan bellos como estos: "Sentí tu mano en la mía,
tu mano de compañera, tu voz en mi oído..."
Y
después, tomando otra hoja y luego otra y otra más, prosiguió recitando a
García Lorca, Almafuerte, Quevedo, Hernández...
–Queridos
alumnos –dijo finalmente– gracias por sus trabajos. Ayer fue el día más
feliz de mi vida. Gracias por comprender mi locura poética... Espero que algún
día pueda decir de alguno de ustedes: "Ese gran poeta fue alumno mío".
El silencio de la clase fue total, sólo se oía el rumor del viento primaveral que se filtraba por la quebradura de un vidrio; "deben ser los poetas que están de fiesta", pensé.
José Brendan Wallace - Argentino