EL
ALMA DEL HUERTO
De “El cántaro fresco”
Nuestro
huerto es nuevo y pequeñito. Los árboles recién empiezan a dar frutos. El último
invierno un naranjito ostentó ocho esferas de oro vivo entre sus ramas tiernas.
Esta primavera en el manzano cuajaron hasta dos docenas de flores. Y con amor
hemos vigilado el desarrollo de las frutas, primero pequeñitas como avellanas,
luego esponjadas y tersas como senos de muchachas. Pintaban ya cuando los
gorriones descubrieron tal tesoro. Y hemos tenido que arrancarlas a medio
madurar, para evitar que esos golosos con alas malogren nuestra dulce cosecha. Y
ahí están, ocultas en mi viejo aparador de cedro. Cuando abro el antiguo
armario, un olor delicioso y suave llena el comedor. Es como si el alma del
huerto estuviera escondida en el vetusto mueble y se esparciera de pronto por la
habitación. Si el viento, extrañado de no encontrar ahora aromas frutales en
mi quinta, preguntara un día:
-¿Dónde
está el alma del huerto?
Mi
viejo armario podría decir abriendo un poquito su puerta maciza por la que
escaparía el olor a las manzanas:
-¡Aquí!
Juana de Ibarborou