VIVIR,
AMAR Y APRENDER
Fragmento
Hoy
he venido a hablarles del amor. Suelo denominar estas conferencias “Amor en el
aula”. Son ustedes realmente muy audaces al permitirme venir a hablarles del
amor en el aula. Por lo general se me pide que lo disimule, o que al menos le
agregue algo. Por ejemplo, “El amo, coma, modificador del comportamiento”.
Entonces suena muy científico y nadie se asusta. Lo mismo ocurre cuando dicto
mi clase de amor en la universidad; todos los profesores se ríen y me preguntan
cuando me ven caminando por el campus: “¿Tienes
clase práctica el sábado?” Yo les contesto que no.
Deseo
relatarles brevemente cómo comencé con esta idea del amor en el aula. Hace
unos cinco años me entrevistó el decano de la Facultad de Educación. Se
trataba de un hombre muy formal sentado detrás de un enorme escritorio. Yo
acababa de dejar el puesto de director de educación especial en un amplio
distrito de California luego de decidir que no servía como administrador. Soy
maestro y quería volver al aula. Me senté, y él me pregunto: “Buscaglia, ¿qué
querría estar haciendo dentro de cinco años?”. En el acto y sin
vacilaciones, le respondí: “Me gustaría dictar un curso sobre el amor”. Se
produjo una pausa, un silencio como el de ustedes en ese instante.
Luego
él aclaró la garganta y agregó: “¿Y qué más?”
Dos
años más tarde me encontraba dictando ese curso. Tenía veinte alumnos. Hoy en
día tengo doscientos, y una lista de espera de seiscientos. La última vez que
inauguramos el curso hubo un lleno completo en los primero veinte minutos del
período de inscripción. Eso les demuestra el profundo entusiasmo que despierta
un curso sobre el amor.
Nunca
deja de sorprenderme el hecho de que cada vez que la Comisión de Política
Educativa se reúne para determinar los objetivos de la educación
norteamericana, él primero que fijan es siempre al autorrealización o
autoactualización. Sin embargo todavía espero encontrar una materia, desde la
escuela primaria hasta los cursos de postgrado,
que se ocupe de termas como: “¿Quién soy yo?”, “¿Para qué estoy
aquí?”, “¿Cuál es mi responsabilidad frente al hombre?” o, si lo
prefieren, “El Amor”. Que yo sepa, éste es el único establecimiento
educativo del país, y posiblemente del mundo, que ofrezca un curso denominado
“El Amor”, y yo soy el único profesor suficientemente loco como para
dictarlo.
Yo
no enseño en esta clase, sino que aprendo, Nos sentamos sobre una enorme
alfombra y conversamos durante dos horas. Generalmente continuamos hasta la
noche pero como mínimo permanecemos las dos horas formales, y compartimos
nuestros conocimientos partiendo de la premisa de que el amor se aprende. Psicólogos,
sociólogos y antropólogos nos han dicho durante años que el amor se aprende.
No es algo que suceda espontáneamente. Nosotros creemos que sí lo es, y de ahí
surgen tantas diferencias en el terreno de las relaciones humanas. Pero. ¿quién
enseña a amar? Un ejemplo sería la sociedad en que vivimos, y eso ciertamente
varía. Nuestros padres nos han enseñado a amar. Ellos son nuestros primeros
maestros, aunque no siempre los mejores. No podemos exigirles que sean
perfectos. Los hijos siempre crecen esperando que sus padres sean perfectos;
después se desilusionan y se enojan cuando se dan cuenta de que esos pobres
seres humanos no lo son. Tal vez lo más importante de llegar a la adultez sea
que cada uno de nosotros pueda ver a esas dos personas, que lo han criado, ese
hombre y esa mujer, como seres comunes y corrientes, con sus problemas, sus
conceptos erróneos, su ternura, su alegría, su pesar y sus lágrimas, y
aceptar que son sólo seres humanos. Y lo notable es que, si hemos aprendido el
amor de esas personas y de la soledad, podemos olvidarlo y volver a aprenderlo.
Por lo tanto, existen grandes esperanzas para todos nosotros, pero en algún
momento de la vida hay que aprender a amar. Creo que muchas de estas cosas están
en nuestro interior, y nada de lo que vaya yo a decirles serás
sorprendentemente novedoso. Lo que van a encontrar aquí es a alguien que tendrá
el coraje de enfrentarlos a todos ustedes y decir, para quizá liberar en el
interior de cada uno la siguiente afirmación: “Eso mismo siento yo, y ¿acaso
es tan malo sentir así’”
Leo Buscaglia