EN NUESTRO VIGESIMO ANIVERSARIO DE CASADOS

  

 De "Chocolate caliente para el Alma de la Pareja"

  

Hay sólo una pregunta seria. Y es: ¿cómo hacer para que el amor perdure?

Tim Robbins

 

Sonrío cuando alguien define la bigamia diciendo que consiste en tener un cónyuge de más, y la monogamia diciendo que es la misma cosa. Al contrario, yo pienso en el matrimonio como en una aventura de comunicación que dura toda la vida. Por cierto, así fue con Marty mi marido.

Marty y yo hemos estado juntos más de veinte plenos y ricos años.

Él es – y lo digo con el afecto más profundo – sólo un hombre común, en un estilo que lo hace mantener los pies en la tierra. Por ejemplo, hace poco le dije que estaba pensando en empezar a pintar. Él me miró y, sin inmutarse, preguntó:

- ¿Al látex o al agua?

Ése es Marty.

Recuerdo que en los meses previos a nuestro vigésimo aniversario de casados, empecé a pensar en nuestro matrimonio y preguntarme si en verdad era todo lo que debía ser. Quiero aclarar que nada andaba mal. Pero parecía que ya no había ninguna “novedad” en nuestra relación. Recordé la antigua magia que representaba estar en una relación nueva... la emoción de conocer a alguien del que no se sabe nada, para ir descubriendo lentamente todos los detalles adorables de su personalidad, la alegría de descubrir lo que tenemos en común, la primera cita,  el primer contacto, el primer beso, el primer abrazo fuerte, el primer “todo”.

Una mañana, mi marido, ya desgastado, y yo nos habíamos levantado temprano y estábamos haciendo nuestra habitual caminata de unos seis kilómetros.

Aunque el pasaje era hermoso, mi mente se hallaba en otro lado. Pensaba en todas las cosas que parecían faltar después de veinte años de matrimonio;  me preguntaba si realmente no me estaría perdiendo cosas nuevas que debía experimentar. Acabamos de llegar al punto que marcaba los tres kilómetros en nuestra caminata, un lugar sombreado donde dos cedros creaban sobre nosotros un arco natural, privado y apartado. Cuando estábamos a punto de dar la vuelta, mi esposo se acercó, me tomó en sus brazos y me besó.

Estaba tan ocupada pensando en las “cosas nuevas” que me estaba perdiendo que su beso me tomó completamente por sorpresa.

Y allí, en medio de un beso caliente, pegajoso, sudoroso, falto de aliento a causa del ejercicio, de repente fui profundamente consciente de todos los dones acumulados durante los veinte años vividos junto a Marty. Nos habíamos confortado el uno al otro a través de la muerte de tres padres y dos hermanos. Habíamos visto a su hijo recibirse en la Universidad Tecnológica de Virginia. Habíamos acampado desde Nova Scotia hasta las Rocosas canadienses. Habíamos compartido canciones con mi familia, en Irlanda, un 4 de Julio, y habíamos realizado una caminata a lo largo de la bahía Anchorage, Alaska. Habíamos compartido grandes cantidades de papas, de amaneceres y de vida.

Ese especial nivel de compartir no lo tenía con ningún otro ser humano... Sólo con mi esposo. Y en ese preciso instante, sí estábamos compartiendo algo nuevo. Una caminata, una dulce, segura, confortable relación que brindaba nuevo amor cada día, y un beso que nunca se había dado antes y que nunca volvería a darse después. Ese momento era totalmente nuevo, como siempre lo sería cada momento.

Aquel día nuestro vigésimo aniversario adquirió un significado del todo diferente, un significado que ha permanecido conmigo todos los días desde ese entonces: Dentro de nuestros compromisos más antiguos pueden descubrirse las celebraciones más nuevas.

 

Maggie Bedrosian