LINDA POR DENTRO

 

 

Lisa, mi hija de dos años, y yo íbamos caminando por la calle rumbo a casa, una mañana soleada, cuando dos ancianas se detuvieron frente a nosotras.

-¿Sabes que eres una chiquita muy linda? - le dijo una de ellas con una sonrisa.

Suspirando y poniéndose la mano sobre los labios, Lisa respondió con voz aburrida. -¡Sí, ya lo sé!

Un poco avergonzada por la aparente soberbia de mi hija, pedí disculpas a las dos señoras y seguimos caminando hacia casa. Durante todo el trayecto, traté de decidir cómo iba a manejar la situación.

Una vez en casa, me senté y puse a Lisa frente a mí. Cariñosamente le dije: -Lisa, cuando esas dos señoras te hablaron, se referían a lo hermosa que eres por fuera. Es verdad que eres linda por fuera. Así es como Dios te hizo. Pero una persona necesita ser linda por dentro también.

Como me miraba sin entender, proseguí: ¿Quieres saber cómo es linda por  dentro una persona? Ella asintió con aire solemne.

-De acuerdo. Ser linda por dentro es una elección que tú haces, querida.

Significa ser buena con tus padres, buena hermana de tu hermanito y buena amiga de los chicos con quienes juegas. Tienes que compartir tus juguetes con tus compañeritos. Tienes que ser atenta y cariñosa cuando alguien tiene algún problema o se lastima y necesita una amiga. Cuando haces todas esas cosas, eres linda por dentro. ¿Entiendes lo que te digo?

-Sí, mamita. Yo no sabía -me respondió.

Mientras la abrazaba, le dije que la amaba y que no quería que olvidara lo dicho. El tema no volvió a presentarse nunca más.

Casi dos años después, nos mudamos de la ciudad al campo e inscribimos a Lisa en un instituto preescolar. En su clase había una niñita llamada Jeanna, cuya madre había muerto.

El padre de la chica acababa de casarse con una mujer dinámica, cálida y espontánea. Era fácil advertir que ella y Jeanna tenían una linda relación afectiva.

Un día Lisa me preguntó si Jeanna podía venir a casa a jugar por la tarde, de manera que arreglé con su madrastra que al día siguiente traería a Jeanna a casa después del turno de la mañana.

Al día siguiente, cuando salíamos del estacionamiento, Jeanna dijo: -¿podemos ir a ver a mi mamá? Sabía que su madrastra estaba trabajando, de manera que respondí alegremente: -Claro que sí. ¿Sabes cómo llegar? Jeanna dijo que sí y, siguiendo sus indicaciones, pronto me encontré conduciendo por el camino de granza del cementerio.

Mi primer impulso fue de alarma, pues pensé en la posible reacción negativa de los padres de Jeanna cuando se enteraran de lo ocurrido. Sin embargo, era evidente que visitar la tumba de su madre era muy importante para ella, algo que necesitaba hacer, y confiaba en que yo la llevara allí. Negarme le habría enviado el mensaje de que era malo que quisiera ir.

Tranquila por fuera, como si todo el tiempo hubiera sabido que allí era a donde íbamos, le pregunté: -Jeanna, ¿sabes dónde queda la tumba de tu mamá? -Sé más o menos por dónde está me respondió.

Estacioné en la zona que me indicó y empezamos a buscar, hasta que encontramos una tumba con el nombre de su madre en un pequeño cartel.

Las dos chiquitas se sentaron a un costado de la tumba y yo al otro, y Jeanna empezó a contar cómo habían sido las cosas en su casa en los meses anteriores a la muerte de su madre, así como lo que había ocurrido el día en que había muerto. Habló un buen rato, y todo el tiempo, Lisa, con lágrimas corriéndole por las mejillas, la tenía abrazada y la palmeaba suavemente, diciendo en voz baja una y otra vez: -Oh, Jeanna, lo lamento tanto.

Lamento tanto que tu mamá se haya muerto.

Por fin, Jeanna me miró y dijo: -¿sabes? Sigo queriendo a mi mamá y también quiero a mi nueva mamá.

En el fondo, yo sabía que ése era el motivo por el cual había pedido ir allí. Sonriéndole, dije: -Eso es lo maravilloso del amor, Jeanna. Nunca tienes que sacárselo a una persona para dárselo a otra. Siempre hay más que suficiente para repartir.

Es como una especie de banda elástica que se estira para rodear a toda la gente que te importa.

Y proseguí: Está perfectamente bien que quieras a tus dos mamás. Estoy segura de que la verdadera está muy contenta de que tengas una nueva mamá que te quiera y te cuide a ti y a tus hermanas.

Ella me devolvió la sonrisa, al parecer satisfecha con mi respuesta.

Permanecimos sentadas en silencio unos minutos más y luego nos pusimos de pie, nos sacudimos la ropa y fuimos a casa. Las chicas jugaron muy contentas después del almuerzo, hasta que la madrastra de Jeanna vino a buscarla.

Brevemente, sin entrar en mayores detalles, le conté lo ocurrido esa tarde y por qué había manejado las cosas como lo hice. Para mi profundo alivio, fue muy comprensiva y valoró lo que había hecho.

Después de que se fueron, tomé a Lisa en mis brazos, me senté en la silla de la cocina, le di un beso en la mejilla y la abracé fuerte mientras decía: -Lisa, estoy muy orgullosa de ti.

Fuiste una amiga maravillosa para Jeanna, esta tarde. Sé que fue muy importante para ella que fueras tan comprensiva y que te preocuparas tanto y compartieras su tristeza.

Un par de hermosos ojos castaño oscuro me miraron con seriedad mientras mi hija agregaba: -Mamá, ¿fui linda por dentro?

 

Pamela J. de Roy