A ORILLAS DEL RIO PIEDRA II
A
veces nos invade una sensación de tristeza que no logramos controlar.
Percibimos que el instante mágico de aquel día pasó, y que nada hicimos.
Entonces la vida esconde su magia y su arte.
Tenemos
que escuchar al niño que fuimos un día, y que todavía existe dentro de
nosotros. Ese niño entiende de momentos mágicos. Podemos reprimir su llanto,
pero no podemos acallar su voz.
Ese
niño que fuimos un día continúa presente. Bienaventurados los pequeños,
porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Si
no nacemos de nuevo, si no volvemos a mirar la vida con la inocencia y el
entusiasmo de la infancia, no tiene sentido seguir viviendo.
Existen
muchas maneras de suicidarse. Los que tratan de matar el cuerpo ofenden la ley
de Dios. Los que tratan de matar el alma también ofenden la ley de Dios, aunque
su crimen sea menos visible a los ojos del hombre.
Prestemos
atención a lo que nos dice el niño que tenemos guardado en el pecho. No nos
avergoncemos por causa de él. No dejemos que sufra miedo, porque está solo y
casi nunca se le escucha.
Permitamos
que tome un poco las riendas de nuestra existencia. Ese niño sabe que un día
es diferente a otro.
Hagamos
que se vuelva a sentir amado. Hagamos que se sienta bien, aunque eso signifique
obrar de una manera a la que no estamos acostumbrados, aunque parezca estupidez
a los ojos de los demás.
Recuerden
que la sabiduría de los hombres es locura ante Dios. Si escuchamos al niño que
tenemos en el alma, nuestros ojos volverán a brillar.
Si
no perdemos el contacto con ese niño, no perderemos el contacto con la vida...
Paulo
Coelho