SAN
GABRIEL - SEVILLA
A
don Agustín Viñuales
I
Un
bello niño de junco,
anchos
hombros, fino talle,
piel
de nocturna manzana,
boca
triste y ojos grandes,
nervio
de plata caliente,
ronda
la desierta calle.
Sus
zapatos de charol
rompen
las dalias del aire
con
los dos ritmos que cantan
breves
lutos celestiales.
En
la ribera del mar
no
hay palma que se le iguale,
ni
emperador coronado,
ni
lucero caminante.
Cuando
la cabeza inclina
sobre
su pecho de jaspe,
la
noche busca llanuras
porque
quiere arrodillarse.
Las
guitarras suenan solas
para
San Gabriel Arcángel,
domador
de palomillas
y
enemigo de los sauces.
-San
Gabriel: el niño llora
en
el vientre de su madre.
No
olvides que los gitanos
te
regalaron el traje.
II
Anunciación
de los Reyes,
bien
lunada y mal vestida,
abre
la puerta al lucero
que
por la calle venía.
El
Arcángel San Gabriel,
entre
azucena y sonrisa,
bisnieto
de la Giralda,
se
acercaba de visita.
En
su chaleco bordado
grillos
ocultos palpitan.
Las
estrellas de la noche
se
volvieron campanillas.
-San
Gabriel: Aquí me tienes
con
tres clavos de alegría.
Tu
fulgor abre jazmines
sobre
mi cara encendida.
-Dios
te salve, Anunciación.
Morena
de maravilla.
Tendrás
un niño más bello
que
los tallos de la brisa.
-¡Ay,
San Gabriel de mis ojos!
¡Gabrielillo
de mi vida!
Para
sentarte yo sueño
un
sillón de clavellinas.
-Dios
te salve, Anunciación,
bien
lunada y mal vestida.
Tu
niño tendrá en el pecho
un
lunar y tres heridas.
-¡Ay,
San Gabriel que reluces!
¡Gabrielillo
de mi vida!
En
el fondo de mis pechos
ya
nace la leche tibia.
-Dios
te salve, Anunciación.
Madre
de cien dinastías.
Áridos
lucen tus ojos,
paisajes
de caballista.
El
niño canta en el seno
de
Anunciación sorprendida.
Tres
balas de almendra verde
tiemblan
en su vocecita.
Ya
San Gabriel en el aire
por
una escala. subía.
Las
estrellas de la noche
se
volvieron siemprevivas.
Federico García Lorca