SAN
MIGUEL - GRANADA
A
Diego Buigas de Dalmau
Se
ven desde las barandas,
por
el monte, monte, monte,
mulos
y sombras de mulos
cargados
de girasoles.
Sus
ojos en las umbrías
se
empañan de inmensa noche.
En
los recodos del aire
cruje
la aurora salobre.
Un
cielo de mulos blancos
cierra
sus ojos de azogue
dando
a la quieta penumbra
un
final de corazones,
y el
agua se pone fría
para
que nadie la toque.
Agua
loca y descubierta,
por
el monte, monte, monte.
San
Miguel, lleno de encajes
en
la alcoba de su torre,
enseña
sus bellos muslos
ceñidos
por los faroles.
Arcángel
domesticado
en
el gesto de las doce,
finge
una cólera dulce
de
plumas y ruiseñores.
San
Miguel canta en los vidrios;
efebo
de tres mil noches,
fragante
de agua colonia
y
lejano de las flores.
El
mar baila por la playa
un
poema de balcones.
Las
orillas de la luna
pierden
juncos, ganan voces. Vienen manolas comiendo semillas de girasoles,
los
culos grandes y ocultos como planetas de cobre. Vienen altos caballeros
y
damas de triste porte,
morenas
por la nostalgia
de
un ayer de ruiseñores.
Y el
obispo de Manila,
ciego
de azafrán y pobre,
dice
misa con dos filos
para
mujeres y hombres.
San
Miguel se queda quieto
en
la alcoba de su torre
con
las enaguas cuajadas
de
espejitos y entredoses.
San
Miguel, rey de los globos
y de
los números nones,
en
el primor berberisco
de
gritos y miradores.
Federico García Lorca