MADRIGAL
El
tallo de una rosa se ha encolerizado con las avispas
que
impedían que su cintura fuese y viniese con las mareas
cuando
estaba tan tranquila en las graderías de un templo
y
un marinero llamado por la palabra marea
se
ha unido la los clamores de alfileres sin sueño
y
le ha dado un fuerte pellizco al tallo de una rosa
lo
que no merecía lo que no alcanzaba en su sonrisa
en
su cítara en su respiración tornasolada
la
cólera de un marinero
mil
manos que se alzaban en el remedo de un beso
en
esta pirámide de besos
para
que en lo alto más despacio más pañuelo más señorita
una
rosa una rosa
que
no puede aislar ni unas cuantas avispas encolerizadas
que
la han vencido que se le han: pegado tenazmente a los flancos
y
ya son ramita entre dos recuerdos.
Desconchamiento
de lunas que no vienen
sus
escamas de otoño
pero
el niño que se ha quedado detenido frente a los encantamientos
de
un caballo blanco
se
apresura en su dulce memoria de lunares
a
evocar sus regalos para ingresar en la nieve
entre
dos recuerdos de aire pulsado entre dos conchas
que
recorren un hilo de sienes de sien a sien
como
entre dos recuerdos
un
dedo besado atormentado desnudado
una
muchedumbre de Perseos en lunados
que
esperan a los más crecidos cazadores de medianoche
porque
ha llegado el día que no se alcanza con media docena de cítaras
redondas
espinas siempre festón de nieve enhebrado
que
se adelantan con la crecida del aire
de
dos conchas entre dos recuerdos
entrecortados
silbidos en las graderías de un templo
hasta
el instante en que es la sangre de hoy
hojas
del recuerdo en las ventanas de las joyerías
ojos
que miran cómodamente la avispa mordiendo el tallo de una rosa
para
negártelo en el aire guante fronda lenta flauta
la
misma rosa que ha inclinado su frente para recoger tu pañuelo
y
esconderlo hasta que pasen los cazadores de medianoche.
José Lezama Lima