NO HAY QUE PASAR

 

 

I

 

 No hay que pasar puentes de conchas de desprecios

de recomenzar la búsqueda de las vihuelas crecidas

o por más señas un brazo redoblante a castillo cerrado

a traspiés de araña que presagiaban los lotos

voy atravesando festones descolgados escamas destrenzadas

mandando en las planicies bajo arco de boca moribunda

y boquiabiertos presagios que mueven la corteza a desmayo

el agua a fresa nivelada y el latido a salto alto

por ahora silenciosos quilates del timbre y embates despertados

entre crisis de plateados placeres que chilla la pecera

y las escamas y la más aislada hebra que asciende

hasta confinar con la concha que ve sonar lo rubio

a impulsos de los ojos tirados contra la pared cariciosa

a rendijas de otoño por ahora no te creo crecida

ni olvidada intrusa rubí decaído en hilo por escamas furiosas.

 

II

 

Mi mano de mármol gris mis olvidos o mi sola alma

la navegación a medianoche hasta abrirse las tijeras

y destruirse la rosa para dar cinco campanadas

destruirse la rosa al pulsar el pájaro sin destruirse

ni hundirse si resbalan violines o perros al septentrión

o lo que ya cae en agua desluce su amargura

y la medialuna se entierra y el balcón escampa por primera vez

dime olvídame o deja de inclinar la torre y su sonrisa

y su plumón irisado acompasa el destilar del túmulo

por última vez el vidrio espolvorea las herraduras no las rosas

no las sortijas voladoras cuando el mármol descorre

cuando el mármol detiene una mirada fatal

o el inmoderado moribundo en azul, rubio oscuro

destruye el mármol o la mujer viajera colorea

sus estanques que se reafirme porque la torre muere y chorrea

o que franjas de mármol de cuchillo y mi alma mojada.

¿No sabes que las puertas abiertas voltean los perros lanudos mirando al septentrión?

 

José Lezama Lima