APOLO Y DAFNE

 

 

Me he acostumbrado a amar la sorpresa.

 El hilo de una mirada estableciendo un puente silencioso

en medio de la algarabía de la gente.

Así los días dejan atrás el rencor indefenso

y su desamparo hiriente

entregándonos humor y cariño como prendas.

¿Pero cómo mantener esa dicha, y lograr que subsista,

si sólo eres fiel a las palabras

y el voluble carácter no logra llevar a su término

los deberes aceptados?

Ninguna responsabilidad, salvo el canto.

Toda la responsabilidad, porque canto.

Pido el mismo rigor del cual reniego

pero también es cierto

que el exceso de milagros se torna fácil

y al final sólo nos concede una fiesta atolondrada.

¿Pero cómo decirlo

si ensucié mi pensamiento con deseos débiles

y la prisa me vedó el intenso resplandor de lo que es obvio?

¿Si fui descuidado y falaz

recobrando con trampas

lo que la frivolidad había degradado?

Quería hablar apenas del bálsamo que alivia todo miedo

y del terror que solloza como un animal inerme

a las tres de la mañana. Es tan frágil todo lo nuestro

y tan complicadas las cuerdas que nos sostienen

que debo controlar en cada línea matiz y peso.

Sólo así conservaré la inocencia.

Por ello quería traer aquí tu mano

que marca en la mejilla su piedad inteligente.

Gracias a ella la compulsión se esfuma

y vuelve a correr el tiempo.

Escribir es rezar de modo diferente.

Las únicas noticias que valen la pena están en los poemas.

Todos los poetas son santos e irán al cielo.

Juan Gustavo Cobo – Colombia