CANCIÓN
DEL ESPOSO SOLDADO
He
poblado tu vientre de amor y sementera,
he
prolongado el eco de sangre a que respondo
y
espero sobre el surco como el arado espera:
he
llegado hasta el fondo.
Morena
de altas torres, alta luz y ojos altos,
esposa
de mi piel, gran trago de mi vida,
tus
pechos locos crecen hacia mí dando saltos
de
cierva concebida.
Ya
me parece que eres un cristal delicado,
temo
que te rompas al más leve tropiezo,
y
a reforzar tus venas con mi piel de soldado
fuera
como el cerezo.
Espejo
de mi carne, sustento de mis alas,
te
doy vida en la muerte que me dan y no tomo.
Mujer,
mujer, te quiero cercado por las balas,
ansiado
por el plomo.
Sobre
los ataúdes feroces en acecho,
sobre
los mismo muertos sin remedio y sin fosa
te
quiero, y te quisiera besar con todo el pecho
hasta
en el polvo, esposa.
Cuando
junto a los campos de combate te piensa
mi
frente que no enfría ni aplaca tu figura,
te
acercas hacia mí como una boca inmensa
de
hambrienta dentadura.
Escríbeme
a la lucha, siénteme en la trinchera:
aquí
con el fusil tu nombre evoco y fijo,
y
defiendo tu vientre de pobre que me espera,
y
defiendo tu hijo.
Nacerá
nuestro hijo con el puño cerrado,
envuelto
en un clamor de victoria y guitarras,
y
dejaré a tu puerta mi vida de soldado
sin
colmillos ni garras.
Es
preciso matar para seguir viviendo.
Un
día iré a la sombra de tu pelo lejano,
y
dormiré en la sábana de almidón y de estruendo
cosida
por tu mano.
Tus
piernas implacables al parto van derecho,
y
tu implacable boca de labios indomables,
y
ante mi soledad de explosiones y brechas
recorres
un camino de besos implacables.
Para
el hijo será la paz que estoy forjando.
Y
al fin en un océano de irremediables huesos
tu
corazón y el mío naufragarán, quedando
una
mujer y un hombre gastados por los besos.
Miguel Hernández