SIN EMBARGO ME MUEVO
¡De
cuando en cuando soy feliz!,
opiné
delante de un sabio
que
me examinó sin pasión
y
me demostró mis errores.
Tal
vez no había salvación
para
mis dientes averiados,
uno
por uno se extraviaron
los
pelos de mi cabellera:
mejor
era no discutir
sobre
mi tráquea cavernosa:
en
cuanto al cauce coronario
estaba
lleno de advertencias
como
el hígado tenebroso
que
no me servia de escudo
o
este riñón conspirativo.
Y
con mi próstata melancólica
y
los caprichos de mi uretra
me
conducían sin apuro
a
un analítico final.
Mirando
frente a frente al sabio
sin
decidirme a sucumbir
le
mostré que podía ver,
palpar,
oír y padecer
en
otra ocasión favorable.
Y
que me dejara el placer
de
ser amado y de querer:
me
buscaría algún amor
por
un mes o por una semana
o
por un penúltimo día.
El
hombre sabio y desdeñoso
me
miró con la indiferencia
de
los camellos por la luna
y
decidió orgullosamente
olvidarse
de mi organismo.
Desde
entonces no estoy seguro
de
si yo debo obedecer
a
su decreto de morirme
o
si debo sentirme bien
como
mi cuerpo me aconseja.
Y
en esta duda yo no sé
si
dedicarme a meditar
o
alimentarme de claveles.
Pablo Neruda