ROMA,
20 agosto (ZENIT.org).- «Sois el corazón joven de la Iglesia, id
por todo el mundo y llevad la paz». Esta es la consigna que dejó
esta mañana Juan Pablo II a los más de dos millones de jóvenes
que participaron en la eucaristía final de estas históricas
Jornadas Mundiales de la Juventud, el mayor encuentro que ha vivido
la Ciudad Eterna en toda su historia.
Hasta Toronto La despedida del Papa de estos muchachos y muchachas entusiastas, a
pesar de haber pasado dos días sin dormir, y de haber caminado
decenas de kilómetros bajo un sol literalmente insoportable --más
de mil tuvieron que recibir atención médica-- no fue un «adiós»,
sino más bien un «hasta luego». Antes de despedirse les volvió a
dar cita para el verano del año 2002, donde el obispo de Roma
volverá a encontrarse con la juventud del mundo, pero en esa ocasión
en las latitudes canadienses de Toronto.
Apretados en la inmensa explanada de Tor Vergata, los más de dos
millones de «centinelas de la mañana» --como les había definido
en la noche anterior el Papa--, ofrecieron una acogida estupenda a
Juan Pablo II, después de una noche pasada por el suelo prácticamente
sin cerrar los ojos. Habían pasado las horas en la misma explanada,
cantando, hablando, rezando, jugando... Pero todavía eran capaces
de gritar. «¡Viva el Papa!» y de correr como locos detrás del «papamóvil».
Al inicio de la celebración, cuatro jóvenes trajeron una piedra
procedente de cuatro iglesias colocadas en los puntos cardinales de
la tierra. La piedra del norte, procedía de Churchill Hudson Bay;
la del sur de Punta Arena; la de occidente de Samoa Appia; y la del
Este de Taraua.
«¿También vosotros queréis marcharos?» La pregunta sobre la que
giró la homilía del Papa retomaba unas de las palabras mas duras
de Jesús en todo el evangelio: «¿También vosotros queréis
marcharos?». Cristo las pronunció después de que la muchedumbre
se escandalizara tras definirse así mismo como el «pan de la vida».
«La pregunta de Cristo sobrepasa los siglos y llega hasta nosotros,
nos interpela personalmente y nos pide una decisión --dijo el Papa
dirigiéndose al océano juvenil que tenía en frente--. ¿Cuál es
nuestra respuesta? Queridos jóvenes, si estamos aquí hoy es porque
nos vemos reflejados en la afirmación del apóstol Pedro: "Señor,
¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna"».
«En la pregunta de Pedro: "¿A quién vamos a acudir?"
está ya la respuesta sobre el camino que se debe recorrer --aclaró
el sucesor de Pedro--. Es el camino que lleva a Cristo. Y el divino
Maestro es accesible personalmente; en efecto, está presente sobre
el altar en la realidad de su cuerpo y de su sangre».
«Sí, queridos amigos, ¡Cristo nos ama y nos ama siempre! --gritó
el Papa arrancando aplausos-- Nos ama incluso cuando lo
decepcionamos, cuando no correspondemos a lo que espera de nosotros.
Él no nos cierra nunca los brazos de su misericordia».
Cristo es la necesidad que clama a gritos la sociedad actual,
constató Juan Pablo II y en especial «los jóvenes, tentados a
menudo por los espejismos de una vida fácil y cómoda, por la droga
y el hedonismo, que llevan después a la espiral de la desesperación,
del sin-sentido, de la violencia. Es urgente cambiar de rumbo y
dirigirse a Cristo, que es también el camino de la justicia, de la
solidaridad, del compromiso por una sociedad y un futuro dignos del
hombre».
«A Jesús no le gustan las medias tintas y no duda en apremiarnos
con la pregunta: "¿También vosotros queréis marcharos?"
--concluyó en la homilía el Papa--. Con Pedro, ante Cristo, Pan de
vida, también hoy nosotros queremos repetir: "Señor, ¿a quién
vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna"».
Mensaje final del Foro de los Jóvenes Al concluir la eucaristía,
se leyeron las conclusiones del Foro Internacional de Jóvenes, que
reunió a 400 representantes de todos los países y de los
movimientos y organizaciones católicas internacionales. En el
texto, los muchachos expresan su adhesión al mandato del Papa de
ser signo de contradicción y de vivir la fidelidad a su amigo, Jesús.
La celebración concluyó con la despedida del Papa antes de rezar
la oración mariana del «Angelus». Agradeció al cardenal James
Francis Stafford, presidente del Consejo Pontificio para los Laicos,
el enorme esfuerzo que ha realizado en la organización de este
encuentro y, tras definir a los jóvenes «mi alegría y corona»,
dio cita a todos, de nuevo, en Toronto.
La despedida Llegó de este modo el momento de las despedidas. Juan Pablo II,
conmovido con la participación de los jóvenes, dejó espacio a las
confidencias. «Sois el corazón joven de la Iglesia: id por todo el
mundo y llevad la paz. El Señor está vivo, el Señor ha
resucitado, camino con vosotros. Sed sus testigos entre vuestros
coetáneos en el alba del nuevo milenio».
En ese momento, comenzó la aventura del regreso de estos jóvenes a
sus casas. Ante todo, tuvieron que caminar unos diez kilómetros
bajo el tremendo sol de mediodía para poder llegar a Roma. Habían
pasado las noches de esa semana durmiendo por el suelo de escuelas,
parroquias, cuarteles. Después tendrían que afrontar largas horas de autobús, avión,
barco, tren... para poder regresar a sus países. El cansancio, sin
embargo, no había desdibujado su sonrisa. |