Imitación de
Chuan Tse
Érase una vez un hombre que vivía sólo en el bosque, le
llamaban el Ermitaño de Huang-Ho, solitaria y ascética su existencia
transcurría entre tenues amaneceres amarillos y oscuros crepúsculos
violeta. El cazar extrañas y exóticas mariposas era el único placer del
que gozaba en sus ratos sombríos de ocio.
Un día vio ante sí, la más hermosa y radiante aparición que
sus apagados ojos jamás -hasta entonces- habían visto, era diabólicamente
bella como un errante cometa vagando sin sentido en el cosmos, ambiguo
eclipse irrumpiendo entre bloques intactos de fuego y, extendiendo
rápidamente sus redes de plata sobre la arrebatada y tierna figura, la
atrapó.
Más aquella no era una mariposa sino una
mujer.
Pasaron varias lunas y a pesar que en las largas noches
azules tocábale las más hermosas melodías de su caña de bambú y
entregábale los más hermosos frutos extraídos de los más virginales
árboles, ella se mostraba callada, pensativa, sumergida en sí misma y en
sus torres de marfil.
Acongojado al ver la vanedad de su esfuerzo por querer
alcanzar aquel pedazo de cielo, consumido por el hierro, acercó sus
trémulas manos hacia ella y en aquel momento desvaneciéndose en el aire
solo vio un intenso resplandor dorado y un replicar de alas sobre el
viento.
Desde aquel momento, el ermitaño, "El Ermitaño de Huang-Ho",
en cada mariposa que atrapaba creía poseer aquella mariposa que una vez
partió.
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