LOS HOMBRES CON LOS CUALES DIOS NADA PUEDE HACER
Romanos 1:24-25.
“Por lo cual también Dios lo entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre si sus propios cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén”
La palabra traducida concupiscencia (epithumia) es la clave de este pasaje: Aristóteles define ephitumia como un esfuerzo por alcanzar el placer. Los estoicos la definen como el esfuerzo por alcanzar el placer que desafía toda razón. Clemente de Alejandría la llamó una tendencia y esfuerzo irrazonable para alcanzar aquello con lo cual uno se gratifica a sí mismo. Epithumia es el deseo apasionado de los placeres prohibidos. Es el deseo que hace hacer a los hombres cosas infames y vergonzosas. Es la clase de insanía que hace hacer a los hombres aquellas cosas que no hubieran hecho si este deseo no les hubiese quitado su sentido del honor, prudencia y decencia. Es la señal del hombre que ha puesto su corazón en las cosas y placeres que puede dar este mundo y que ha olvidado completamente e al Creador del mundo. Este es el modo de vida del hombre que de tal manera se ha sumergido en el mundo que ha perdido totalmente el conocimiento de Dios.
Es terrible referirse a Dios como el que abandona a alguien. Y hay dos razones para esto: 1. Dios dio al hombre libre albedrío y respeta ese albedrío. En último análisis ni aun Dios puede inmiscuirse en esa libertad de albedrío. En Efesios 4:19 habla de los hombres que han abandonado la lascivia. Han rendida a ella toda su voluntad. Oseas 4:17 tiene esta terrible sentencia: “Efraín es dado a ídolos; déjalo”. Frente al hombre se ha colocado una libre opción. Tiene que ser así. Sin opción no puede haber bondad y sin opción no puede haber amor. Una bondad forzada no es verdadera bondad; un amor forzado no es de ninguna manera amor. Si los hombres deliberadamente dan la espalda a Dios, después que Dios ha enviado a su Hijo Jesucristo al mundo, ni aún él puede hacer nada acerca de esto. Cuando Pablo se refiere a Dios como el que abandona a los hombres en la inmundicia, la expresión abandona está desprovista de toda irritación furiosa. De hecho, ni siquiera su nota principal es de condenación y juicio. Su nota principal es de ansiosa y dolorosa pena, como la de un ser amoroso que ha hecho todo lo posible y no puede hacer ya más. Describe exactamente el sentimiento del padre que ve a su hijo dar la espalda al hogar e irse a un país lejano. Hay mucha más tristeza que ira en el corazón del hombre que experimenta semejante cosa. 2. Y en el término abandona hay más que esto ---hay juicio.
Es uno de los hechos inflexibles de la vida que el pecado engendra pecado. Cuanto más pecador es el hombre más fácil le resulta pecar. Puede comenzar pecando con cierto estremecimiento de conciencia por lo que está haciendo, y acabar pecando sin siquiera pensarlo. No es que Dios esté castigando al hombre, sino que él se echa sobre sí mismo el castigo. El se ha empeñado en ser tal que es esclavo del pecado. Los judíos lo sabían, y tenían grandes dichos acerca de ello. Por ejemplo: “Todo cumplimiento del deber es recompensado con otro; y toda trasgresión es castigada con otra”. “Quien quiera se esfuerce por conservarse puro recibe le poder para hacerlo; y a quien quiera que sea impuro se le abren las puertas del vicio”. “Quien levanta una protección en torno suyo está protegido, y quien se entrega es entregado”. Lo más terrible acerca del pecado es justamente este poder para engendrar pecado. La abrumadora responsabilidad del libre albedrío, es que puede ser utilizado de tal manera que resulta finalmente destruido y el hombre acaba siendo un esclavo del pecado, entregado al camino erróneo. Y el pecado es siempre una mentira, porque el pecador piensa que su pecado podrá hacerlo feliz, siendo que al fin arruina la vida, tanto para él como para otros, en este mundo y en el mundo venidero.
A manera de conclusión, no es entonces que Dios condena a los hombres al sufrimiento o al castigo sino es el hombre mismo quién decide por sí mismo qué camino ha de escoger. ¿No es pertinente entonces, dejar nuestro pecado, razonamiento, u otro pensamiento inoperante en aras de un Dios bueno y misericordioso? Ud. Tiene la decisión. ........ |