Me acerco a estas páginas
conmovido al leer de nuevo estos textos, por la ternura y la misericordia del
Señor. ¡Cómo no darle gracias por todo el bien que nos ha hecho!. 
Era el año 1.968, hacia la
mitad del mes de junio, cuando Carmen, un sacerdote de Sevilla y yo, llegamos
a Roma, llamados por Dino Torregiani, fundador de los Siervos de la Iglesia.
El nos había escuchado las catequesis en Avila y había insistido para que
fuesemos a Roma. Fuimos con él a visitar al Arzobispo de Madrid, Monseñor
Casimiro Morcillo, quien nos dió una carta de recomendación para el Vicario
del Papa, Cardenal Angelo Dell'Acqua.
En Roma, el pobre Don
Dino, ya
anciano y tan santo, nos acompañó de párroco en párroco, sirviéndonos de
intérprete, en el intento de convencer a algunos de ellos sobre la necesidad
de abrir en las parroquias un camino postbautismal de evangelización para
tanta gente que se había alejado de la Iglesia. Pronto nos dimos cuenta de la
inutilidad de nuestro intento, por lo que decidimos irnos a vivir entre los
pobres, a la espera de que el Señor nos manifestase su voluntad, abriéndonos
una puerta. Encontramos en el Borghetto
Latino de Roma, zona llena de chabolas, un gallinero donde poder vivir,
gracias a una monja que trabajaba con los pobres y nos ayudó. Carmen encontró
un sitio en casa de una señora que la hospedó en una chabola cercana. Yo, y
algunos seminaristas de Avila que entre tanto se habían unido a nosotros,
comenzamos nuestra vida entre los pobres. Allí, gracias a un encuentro
de jóvenes de las parroquias de Roma que trabajaban con los habitantes de las
chabolas -que tuvo lugar en Nemi y al que fuí invitado para llevar el
contributo de mi experiencia-, conocí un grupo de la parroquia de los Mártires
Canadienses quienes, junto al presbítero sacramentino Don Guillermo Amadei,
realizaban una experiencia de tipo litúrgico. Después de haber explicado al
sacerdote y a los jóvenes la necesidad de abrir un camino de evangelización
formando pequeñas comunidades dentro de la parroquia, aceptaron que empezáramos,
invitando también a algunas parejas más adultas. Antes de empezar las catequesis
nos presentamos al Cardenal Dell'Acqua para pedirle el permiso de predicar en
su diócesis, como siempre hacíamos. Nos acompañaba un sacerdote de Bolonia,
Don Francisco Cuppini, que se había a nuestro equipo con el permiso de su
obispo. El Cardenal Vicario nos escuchó con atención y nos dió permiso para
empezar las catequesis, siempre que el párroco estuviera de acuerdo. Nos mandó
ir a hablar con el entonces Vicegerente Monseñor Ugo Poletti, que pronto
llegaría a ser el Cardenal Vicario, y que durante tantos años nos ha ayudado
y defendido de modo providencial. Después de todo esto nació, como por
milagro, la Primera Comunidad Neocatecumenal de Roma con cincuenta hermanos.
Al año siguiente dimos catequesis en las parroquias de Santa Francesca Cabrini, la Natividad y San Luis
Gonzaga, en Parioli. Entre tantos milagros y frutos
de conversión que veíamos, había también mucho sufrimiento: pero en medio
del sufrimiento gustábamos la inmensa sorpresa de sentir y ver obrar al Señor
en nuestro favor con signos y prodigios. Así, por ejemplo, cuando fuimos
convocados por la Congregación del Culto Divino y de los Sacramentos por la
perplejidad de un Obispo Auxiliar de Roma con motivo de los exorcismos que hacíamos
en el primer escrutinio. Nos encontramos frente a una comisión presidida por
el Secretario de la Congregación, acompañado de los expertos habían
trabajado en el Ordo Initiationis Christianae Adultorum (OICA). Cada uno de
ellos tenía delante el Ordo, ya impreso, pero que no se encontraba aún en
las librerías. Nos presentamos llenos de miedo, después de haber rezado
mucho a la Virgen y al Señor para que estuvieran a nuestro lado. Mientras nosotros explicábamos
que no hacíamos otra cosa sino poner a las personas frente a la primera parte
del Bautismo que ya habían recibido, y del que los exorcismos constituían
una parte importante, y tras haberles explicado cómo había nacido el Camino,
en qué consistía, etc..., ellos se quedaron estupefactos mirándose unos a
otros: era la realización práctica en las parroquias de lo que ellos habían
elaborado a lo largo de los años en el Ordo de Iniciación de los Adultos. He aquí como el Espíritu
Santo había suscitado ya persona y medios para su realización. Esto fue lo
que nos dijeron llenos de admiración y sorpresa. Tras un período de estudio de
las etapas y de los ritos del Camino Neocatecumenal, durante el cual enviaron
observadores a nuestras celebraciones, y dado que el capítulo IV del OICA
extendía el uso del Ordo también a los bautizados que no habían recibido
una catequesis suficiente, la congregación publicó un documento titulado
Reflexiones sobre el capítulo IV del OICA. En él se establecía qué ritos
del catecumenado de los adultos podían repetirse para revivir el bautismo y
cuáles no. Después de esto fuimos de nuevo convocados, leyendo delante de
nosotros este documento y nos expresaron su alegría y satisfacción por
nuestro trabajo que estábamos realizando en la Iglesia. Y nos dijeron que
publicarían en la revista oficial de la Congregación, Notitiae, una nota
laudatoria en latín para toda la Iglesia, para de este modo ayudarnos. La
nota empieza así: "Omnes reformationes in Ecclesia novos gignerunt
inceptus novasque promoverunt instituta, quae optata reformationis ad rem
deduxerunt. Ita evenit post concilium Tridentinum; nec aliter nuc fieri
poterat... Praeclarum exemplar huius renovationis invenitur in Communitatibus
neocatechumenalibus, quae ortum habuerunt Matriti...". Gracias a este hecho se
estableció, con la Congregación del Culto, un diálogo fecundo, que resultará
más tarde muy importante para la relación de Pablo VI con el Camino
Neocatecumenal. También el Cardenal Poletti
-que ya nos había puesto en contacto con el director del Centro Catequístico
de la Diócesis de Roma, Monseñor Julio Salimei, quien, impresionado por las
conversaciones y la acción del Señor en las parroquias, nos presentó una
gran ayuda, ante algunas dificultades surgidas, nos envió a hablar con el
Secretario de la Congregación para el clero, que era la congregación
responsable de la catequesis en la Iglesia. También en aquella ocasión teníamos
miedo, pero, con nuestra sorpresa, encontramos a Monseñor Maximino Romero, a
quien ya habíamos conocido cuando era Obispo de Avila, que nos había
sostenido y ayudado. Lo primero que hizo fue pedirnos los esquemas que usábamos
en las catequesis, para que la examinaran expertos en catequética. Le
explicamos que se trataba de páginas en ciclostilo que ni siquiera habían
sido corregidas porque no le dábamos mucha importancia. Eran simplemente
esquemas, puesto que no queríamos formar a los catequistas como repetidores
de textos escritos por otros, sino que los formábamos durante años de camino
en la vida y el testimonio cristiano; en segundo lugar les preparamos con una
tradición oral del anuncio del Kerigma y, finalmente, en el momento de dar
las catequesis, el equipo, del que formaba parte siempre un sacerdote,
actualizaba los esquemas. Por tanto no teníamos escritos oficiales. Las páginas
en ciclostilo eran tan solo indicaciones, esbozos, transcripción de una
predicación oral adaptada a la gente que escuchaba, para ayudarla a descubrir
la vida práctica y la liturgia de la Iglesia dentro de un camino de conversión. A pesar de todo, él nos la
pidió. También esto fue providencial: años más tarde, en efecto, algunos
sacerdotes de Canadá que se oponían a la renovación del Concilio y que habían
logrado hacerse con estas páginas ciclostiladas, encontraban herejías por
todas partes y pensaban que contenían directivas secretas, etc. No sabían
que la Congregación las había hecho estudiar, dándonos a conocer después
el parecer de los consultores que, gracias a Dios, era muy positivo desde el
punto de vista doctrinal. Para consuelo nuestro nos dieron a conocer la relación
de uno de los consultores de la misma Congregación. En conclusión decía:
"Pretendo ahora subrayar otro aspecto de estas catequesis, o mejor de
este Camino neocatecumenal". Como estudioso de la Historia
de la catequesis antigua he de decir que el intento de Kiko y Carmen de
actualizar el catecumenado es un intento logrado. La experiencia personal les
ha llevado a intuir lo que de profundamente válido contenía esta Institución
de la Iglesia de los tres primeros siglos, y les ha permitido traducirla en
una estructura. Estructura que, aunque no calca la antigua, asume sus
elementos más importantes y los inserta en un contexto nuevo: el de la
conversión de bautizados que, a pesar de serlo, no han hecho jamás una opción
personal de Fe. En este proceso, que requiere
su tiempo, a estos bautizados de las Comunidades Neocatecumenales se les ayuda
a hacer su opción global de Fe en un clima de comunidad. Se les ayuda a
hacerse disponibles a la acción del Espíritu Santo que les introduce en la
comprensión y aceptación del radicalismo evangélico, iniciándoles
gradualmente y de forma experimental, bien sea en la palabra de Dios, bien en
los sacramentos de la conversión cristiana -penitencia- o en la Eucaristía.
Yo encuentro muy positivo todo esto. Por ello concluyo este mi juicio
invitando a los responsables de la Sagrada Congregación del Clero a que den
ánimos a este movimiento, ayudándolo con compresión y con paterna
indulgencia a que permanezca siempre en la línea ya emprendida de servicio a
las comunidades parroquiales para su auténtica renovación". Podemos decir que son
verdaderas las palabras de San Pablo: "Todo contribuyente al bien de los
que aman a Dios". Cada vez que nos acusaban o nos calumniaban ante la
Santa Sede, al fin todo se transformaba en bien para nosotros. Más tarde tuvimos que hacer
frente a otras dificultades: algunos decían que esta comunidad no tenía ningún
compromiso social -corrían los años siguientes al 68 y todo estaba lleno de
comunidades de base politizadas-, y que querían repetir el Bautismo. La
Virgen María, la madre de Jesús, vino en nuestra ayuda. Apenas habíamos llegado y ya
Don Dino nos había conducido al Santuario de la Virgen de Pompeya para poner
a sus pies nuestra misión. Y las primeras palabras que pronunció Pablo VI
sobre el Camino Neocatecumenal las dijo el 8 de mayo de 1.974, fiesta de la
Virgen de Pompeya, o Virgen del Rosario: "¡Cuánta alegría y cuánta
esperanza nos dais con vuestra presencia y con vuestra actividad!... Este propósito,
que para vosotros es un modo consciente y auténtico de vivir la vocación
cristana, se traduce en un testimonio eficaz para los otros: ¡hacéis
apostolado porque sois lo que sois!... Vivir y promover este despertar es
considerado por vosotros como una forma de "después del bautismo",
que podrá renovar en las comunidades cristianas de hoy aquellos efectos de
madurez y profundización que en la Iglesia primitiva eran realizados en el
período de preparación al Bautismo. Vosotros lo hacéis después. El antes o
después yo diría, es secundario. Lo importante es que vosotros buscáis la
autenticidad, la plenitud, la coherencia, la sinceridad de la vida cristiana.
Y esto tiene un mérito grandísimo, repito, que nos consuela
enormemente...". De esta forma el Papa respondía
sin saberlo a aquellas acusaciones: "¡Hacéis apostolado sólo porque
sois lo que sois!" y "el antes o después del Bautismo, yo diría es
secundario". La fecha del 8 de mayo fue para nosotros un signo de que la
Virgen nos animaba y nos daba a entender su solicitud ante nuestros problemas.
De hecho desde aquel momento no nos volvieron a acusar de repetir el Bautismo. Así podríamos contar
innumerables hechos de cómo el Señor venía constantemente en nuestra ayuda.
Pero sobre todo uno fue para nosotros decisivo. En Madrid, con los pobres, a
los comienzos, cuando la policía quería derribar las barracas en la zona
donde se encontraba Carmen con una amiga, llamamos al Arzobispo para que
viniera en nuestra ayuda. Cuando Monseñor Casimiro Morcillo vino a las
barracas fue un verdadero milagro: conoció la pequeña comunidad de gitanos,
de vagabundos, de pobres; nos oyó rezar y se conmovió profundamente viendo
la obra que el Espíritu Santo estaba haciendo en aquella zona de trincheras
de la Iglesia. Después de haberle explicado
la necesidad de completar la catequesis de aquella gente con signos concretos
en una liturgia renovada, como yo estaba proponiendo el Concilio, con gran
asombro por nuestra parte, le dijo al párroco de la parroquia más cercana,
allí presente, que nos dejara la Iglesia -un barracón de madera en medio de
una plaza- para que la comunidad de las barracas pudiese celebrar allí la
Eucaristía una vez a la semana, permitiéndonos celebrarla con las dos
especies y usando el pan ázimo en lugar de las hostias, como nosotros lo habíamos
pedido. Igualmente, algunos años más
tarde, en Madrid, cuando la celebración de la Vigilia Pascual -que celebrábamos
durante toda la noche, redescubriendo la fuerza de aquella noche en la que
Cristo venció a la muerte- creaba problemas en algunas parroquias, discutimos
estos problemas con los párrocos en presencia del Arzobispo y de los Obispos
Auxiliares. Pensábamos que quizás el Arzobispo nos habría prohibido todo,
pero él empezó diciendo: "cómo quisiera que la Vigilia Pascual llegase
a ser el fulcro de la vida de mi diócesis; sin embargo veo con tristeza que
en la mayoría de las parroquias se reduce a una misa vespertina con sólo
tres lecturas y que termina antes de la puesta del sol. Si, gracias a
vosotros, la Vigilia Pascual recupera el esplendor y la fuerza que Dios ha
querido, y que la reforma litúrgica desea vivamente, bienvenidos. Os dejo
todas las Iglesias vacías de Madrid para que podáis celebrar toda la noche
hasta el alba, dando así ejemplo y testimonio". Estas líneas de introducción
son fundamentalmente una ocasión para bendecir a Dios, para agradecerle el
don del Espíritu Santo que ha querido fundar su Iglesia sobre Pedro y sus apóstoles.
Sin los Obispos y, sobre todo, sin Pedro, hoy no existiría el Camino
neocatecumenal. Juan Pablo II, el 3 de
setiembre de 1.979, nos invitó a la misa en Castelgandolfo a Carmen, al Padre
Mario -misionero comboniano que formaba parte de nuestro equipo desde hacía
algunos años- y a mí. Era la primera vez que lo veíamos.
Sabíamos que había acogido a la Comunidad en su Diócesis cuando era
Cardenal en Cracovia, y había defendido, frente a algunos párrocos, la
Eucaristía del sábado por la noche en Comunidad. Terminada la misa vino a
saludarnos, y yo le pedí que me permitiese hablar con él a solas. Me preguntó:
"¿Ahora mismo u otro día?". Le respondí: "Ahora". Me
invitó a seguirlo por un pasillo, me hizo entrar en una biblioteca, donde, lo
recuerdo, penetraba un fuerte sol. Se sentó detrás del escritorio, me invitó
a sentarme frente a él y a hablar. Con gran sufrimiento le conté cómo había
recibido de la Virgen María la inspiración de hacer pequeñas comunidades
como la Sagrada Familia de Nazaret, que viviesen en humildad, sencillez y
alabanza, y donde el otro es Cristo. Mi grandísima dificultad provenía de
pensar que él pudiese imaginar que tenía ante sí a un visionario, un
exaltado o algo parecido. Después de haberme escuchado, y tras algunos
minutos de silencio me dijo que durante la misa, pensando en nosotros, había
visto ante sí: "ateísmo - bautismo - catecumenado". Tuve la
sensación de que se refiriese a los países del Este, y me impresionó que
hubiese invertido el orden poniendo la palabra catecumenado después del
bautismo. ¡La verdad era que hubiera querido ponerme de rodillas dando
gracias al Señor!. Más tarde, cuando el Papa
comenzó a visitar las parroquias de Roma, visitas en las que siempre tenía
lugar un encuentro particular con las Comunidades Neocatecumenales, tuvimos
muchas veces ocasión de hablarle del Camino, sobre todo Carmen. Sus palabras, como puede leerse
en estas páginas, han sido siempre sorprendentes, generosas, siempre más allá
de lo que podíamos esperar: como cuando pedimos una audiencia para los
seminaristas procedentes de las comunidades del Camino, y él mismo quiso que
el encuentro tuviese lugar en la Capilla Sixtina. Apenas cabíamos allí
dentro, éramos unas 1.200 personas, pero quiso que fuera allí; quería
hablar de su elección como para en aquel lugar para sellar en los jóvenes
aspirantes al sacerdocio una experiencia tan fuerte del Espíritu Santo. Qué decir de cuando vino a
Porto San Giorgio el 30 de diciembre de 1.988, para celebrar la Eucaristía
con nosotros -habíamos recibido, desde hacía pocos días, de la Sagrada
Congregación del Culto Divino, la autorización para poder desplazar el rito
de la Paz antes de la Anáfora, y de comulgar con las dos especies todos los
domingos-, y fué él lleno de valentía el primero en celebrarla con esas
adaptaciones. Y lo mismo cuando envió cien familias, con muchísimos hijos, a
las zonas más pobres y descristianizadas de América Latina y de Europa, algo
que también suscitaba muchas críticas. Si nosotros pedíamos cinco, él
nos daba cien. Es su estilo. Parece que conozca antes que nosotros el
verdadero "enemigo" -el demonio- y nos defienda como un padre
defiende a su hijo, como el pastor defiende sus ovejas, sin miedo, arriesgándose.
Dando ejemplo como Obispo de Roma. Nosotros hemos sido siempre los
primeros en sorprendernos de sus afirmaciones sobre el Camino, de sus
alabanzas, de su poner de relieve aspectos nuevos también para nosotros. Cuando en noviembre de 1.980
vino a la Parroquia de los Santos Mártires Canadienses, la primera Parroquia
de Roma en la que habíamos iniciado el Camino Neocatecumenal, él allí
-delante de las once comunidades que ya se habían formado- habló
improvisando más de media hora. Y frente a las contínuas críticas acusándonos
de hacer un cristianismo de élite, separado de las otras realidades de la
Parroquia como si nos creyéramos los únicos, de nuevo el Papa fue todavía más
lejos, hablando de la terrible realidad de hoy, del enfrentamiento radical de
"Fe y anti-Fe, Iglesia y anti-Iglesia, Dios y anti-Dios", invitándonos
con fuerza a un cristianismo radical, animándonos. Y las cosas se han ido
desenvolviendo de esta manera no solamente con Juan Pablo II. Lo mismo sucedió
con Pablo VI, quien en la audiencia general del miércoles 12 de enero de
1.977, en la que estaban presentes más de quinientos párrocos que tienen el
Camino en sus Parroquias, junto a sesenta y siete Obispos que les acompañaban,
nos sorprendió al decir que dedicaba aquella alocución al Camino
Neocatecumenal, y la titulaba: "Después del Bautismo". Concluyó
diciendo: "mucha gente se polariza hacia estas comunidades
neocatecumenales porque ve que en ellas hay una sinceridad, una verdad, hay
algo vivo y auténtico, es Cristo viviendo en el mundo". Aquella alocución
es un breve tratado sistemático sobre la necesidad de volver a descubrir las
riquezas del Bautismo como base de la evangelización. Decía así: "He
aquí, pues, el restablecimiento de la palabra catecumenado que, ciertamente,
no quiere invadir ni disminuir la importancia de la vigente disciplina
bautismal, sino que la quiere aplicar con un método de evangelización
gradual e intensivo, que recuerda y renueva, en cierto modo, el catecumenado
de otros tiempos... Se proyecta así una catequesis posterior que no se recibió
en el Bautismo: la pastoral de adultos...". Jamás una crítica. Era como
si alguien le empujase a animarnos. El mismo, la primera vez que usó la
palabra "Neocatecumenado", levantando la vista del texto escrito, añadió:
"¡He aquí los frutos del Concilio!". Pero no podemos olvidar a Juan
Pablo I, al que encontramos personalmente cuando era Patriarca de Venecia, de
1.972, y que nos dió permiso para abrir el Camino en su Diócesis. En los
siguientes lo animó y lo siguió, presidiendo personalmente todas las etapas
y los escrutinios. Además erigió un Centro Neocatecumenal Diocesano,
poniendo a disposición del Camino la bellísima Iglesia de Santo Tomás.
Pero, sobre todo, permitió celebrar la Vigilia Pascual durante toda la noche,
confirmó en todo nuestra práctica frente a párrocos que habían suscitado
ciertas dificultades. Todavía resuena en nuestros oídos la alegría de sus
palabras en la homilía pronunciada a los hermanos de la Primera Comunidad
Neocatecumenal de la Parroquia de Santa María Formosa, que habían llegado a
la Iniciación a la Oración. Les animaba citando a los Padres: "Voy a
rezar, voy a luchar". Más del 50% de los que están
en las Comunidades eran alejados de la Iglesia, es decir, gente que por lo
general tenía prejuicios contra la Jerarquía, contra el Vaticano, contra el
Papa. Hoy es por todos conocido el amor que profesan a la Liturgia, al Papa, a
los Obispos, los hermanos del Camino Neocatecumenal. Estos hermanos han
experimentado las mentiras que constantemente siembra el demonio en la
sociedad, mentiras que solamente la experiencia de gestación que han tenido
en el Camino hacia el interior de la Iglesia ha podido borrar de su ánimo
para hacer nacer un amor profundo a la Iglesia y a la Virgen María. Años más tarde, el 9 de mayo
de 1.986, fuimos llamados por la Congregación de la Fe, que nos sometió a un
cuestionario sobre la hermenéutica, la pastoral, la doctrina. Después de
haber estudiado nuestras respuestas, fuimos convocados por el Cardenal
Ratzinger a una reunión. En ella nos dijeron que podíamos estar acompañados
de un teólogo. En aquel encuentro nos comunicaron que habían estudiado todo,
que se habían informado y querían ayudarnos. Nos propusieron unirnos a una
Congregación porque era necesario encontrar una solución jurídica. Nosotros
respondimos que la verdadera ayuda había sido un Breve del Santo Padre,
mientras se estudiaba más profundamente la cuestión jurídica. Como
resultado el Papa nombró a Monseñor Paul J. Cordes, Vicepresidente del
Concilium Pro Laicis, como encargado "ad personam" para ayudarnos y
actuar como vínculo de unión con las Congregaciones. Y como ya no se usaban
los Breves, aceptaron el hecho de que el Santo Padre nos diese, en todo caso,
un apoyo más oficial. Del mismo modo que a Israel, cuantas veces el oscuro
mar nos cerraba el paso, el Señor lo abría, ante nuestro asombro: éramos
espectadores gozosos de su gratuidad. Cuando más tarde vimos en
nuestras manos la Carta de Reconocimiento del Camino Neocatecumenal que Juan
Pablo II había escrito a Monseñor Cordes, no pude por menos de acordarme de
las palabras que me había dicho Pablo VI en la audiencia privada que concedió
a nuestro equipo el 12 de enero e 1.977, cuando mirándome fijamente -recuerdo
todavía sus ojos azules y penetrantes- y después de preguntar: "¿Quién
es Kiko?", me puso las manos sobre los hombros y dijo: "Sé humilde
y fiel a la Iglesia, y la Iglesia te será fiel". Me acuerdo que también
nos dió una medalla, y Carmen le dijo que en lugar de la medalla prefería
que le impusiese las manos. Pablo VI, en pie sobre el trono, sonriendo, aceptó,
y haciéndola arrodillarse delante de él, le impuso las manos. Es sorprendente hoy contemplar
cómo las palabras: "Se establezca el catecumenado de adultos", que
el Espíritu Santo ha inspirado en el Concilio -Sacrosanctum Concilium 64- las
hemos visto realizadas, por obra suya, durante estos casi treinta años, no en
una mesa de despacho, sino en una historia con hechos y con personas,
sostenidos y apoyados por los Obispos, y sobre todo por el Papa. Todo nos ha superado de tal
forma que no podríamos hacer otra cosa sino esperar, día tras día, el
discernir las huellas de Cristo que él mismo nos invitaba a seguir. En este
sentido hoy, al ver tantos Seminarios Redemptoris Mater para la nueva
evangelización, surgidos gracias al apoyo del Santo Padre para ayudar a las
diócesis que se encuentran en grandes dificultades, y ver los miles de
vocaciones que surgen de estas pequeñas comunidades, solamente podemos decir
con San Pedro después de la pesca milagrosa: "Apártate de mí, Señor,
porque soy un pecador". Kiko Argüello
y Carmen Hernández. |