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 UTILIDADES

Intervención de Kiko Argüello
en el " Meeting por la amistad entre los pueblos"
del movimiento Comunión y Liberación
Rimini el 22 de agosto de 1996

El Neocatecumenado
Presentación por Kiko y Carmen
Las Comunidades Neocatecumenales
Nace entre los pobres
Documento de los párrocos y responsables de las primeras parroquias de Roma. (1972)
Un camino para redescubrir el Bautismo
Encuentro del Papa con los Movimientos Eclesiales y las Nuevas Comunidades
Parroquias para el III Milenio San Bartolomé in Tuto
Parroquias para el III Milenio San Leone Vescovo
Kiko en el sínodo de Obispos de Europa
Comentario sobre el Sínodo europeo por Kiko Argüello
Meeting por la amistad entre los pueblos
Carta de Kiko Argüello a Juan Pablo II
Los inicios del Camino en Italia
El icono de la Sagrada Familia de Nazaret

Seminarios Redemptoris Mater
Seminarios Diocesanos Misioneros "Redemptoris Mater"
Seminario Redemptoris Mater de Castellón - España I
Decreto de erección canónica Redemptoris Mater de Castellón

Misión Familias
Convicencia en Porto San Giorgio
Plegaria de envio de las Familias
Puebla (Mexico)
Caracas (Venezuela)
Japón
Perú
Uruguay

La Eucaristía
Nota de la Congregación del Culto Divino

Domus Galilaeae
Centro Internacional Monte de las Bienaventuranzas

Convivencia de Obispos en Nueva York
Carta de Invitación
Introducción de Kiko
Telegrama del Santo Padre
la teologia de la belleza
Homilia del Cardena O´connor
Carta de los Obispos al Santo Padre
Fotos

Experiencias
Testimonio de Kiko Argüello
Testimonio de Carmen Hernández
Desde Hong Kong
Un sacerdote entrega su vida
Un Cardenal
Testimonio de un preso

 

 

Empezaré diciendo algo de mí, de mi historia y de mi formación. Soy español, nacido en León, de una familia católica; soy el hijo primogénito de cuatro hermanos varones y he vivido toda mi vida en Madrid. Estudié en la  escuela de Bellas Artes de Madrid, y de profesión soy pintor. Carmen Hernández, el padre Mario Bezzi y yo, somos responsables a nivel mundial del Camino Neocatecumenal, hoy difundido en casi más de cien naciones: nunca habría podido pensar o imaginar lo que Dios ha llegado a hacer con mi vida.

El Camino Neocatecumenal como Comunión y Liberación, tienen en este momento una tarea muy importante. El Papa en 1985, en el sínodo de los Obispos europeos haciendo un análisis de la situación europea caracterizada por la secularización, la descristianización y la crisis de valores cristianos, dijo que el Espíritu Santo ya está dando una respuesta, respuesta que lleva a los Obispos a dejar los esquemas atrofiados para abrirse a estas nuevas realidades que el Espíritu Santo está suscitando para ayudar a la Iglesia frente a los desafíos del tercer milenio.

Yo que soy un pobretón, incapaz de hablar, estoy aquí sólo porque soy un instrumento en las manos de Dios. Cuándo Dios se aparece en el monte Sinaí al pueblo de Israel, la primera palabra que dice es: "Escucha Israel, Dios es uno, El es el único"; pues la primera palabra que dice es: escucha. La fe viene por el oído. Todos necesitamos que nuestra fe crezca, que se vuelva más fuerte: sin fe no podemos convertirnos. Nuestra fe está en Dios– qué nadie ha visto nunca– y en su Hijo, Cristo crucificado: éste es nuestro anuncio, es el anuncio de la Iglesia al mundo.

La formación que recibí en la parroquia y en la escuela fue muy precaria, desde el punto de vista de la fe: no me servia, y dejé todo empezando una experiencia de ateísmo, es decir de separación de la Iglesia, con gran sufrimiento de mi madre que es muy católica y va a Misa todos los días. Entré en la universidad –un entorno realmente de izquierdas y ateo– conocí el teatro de Sartre y comencé ligeramente con Camus. Bien pronto  sobrevino la experiencia de un vacío, porque en mi ánimo hubo numerosas preguntas: ¿quién soy yo? ¿quién me ha creado? ¿qué es la vida? ¿qué sentido tiene la existencia? ¿porque vivo? No pude divertirme, no logré escapar de estas preguntas, fue como si Dios me hubiera clavado frente a la existencia, obligándome a tomar en la mano mí vida. Dios realmente ha combatido conmigo, como con Jacob, y me ha vencido. En aquellos momentos, en efecto, casi estuve a punto de matarme y la única respuesta que di a mis preguntas fue la absurdidad: creí tomar mi existencia en peso, tal como era, porque la vida es una absurdidad, todo es absurdo. La respuesta de la absurdidad, en el fondo es una respuesta.

Dios en este punto me ayudó, porque empezó a presentarse como posibilidad: en cierto momento, quise creer, pero esto no bastó, porque la fe no puedo dármela yo mismo. En esta situación Dios tuvo piedad de mí y mientras lo invocaba se dejó encontrar. Dentro de mí, en el alma, en el espíritu –palabras que, como demonio o infierno, se intentan borrar de nuestro diccionario–, mientras que lloraba recordando el último año transcurrido en un atroz sufrimiento interior, sentí la garantía del amor divino, la certeza que Dios existe, que es como un padre y que me quiere. Esta certeza nació en una zona más profunda que la razón y la intuición, en la parte más íntima de mi mismo, en el espíritu. Si en el primer momento  fui condenado a muerte porque Dios no existía, en un santiamén, por milagro, por voluntad de Dios, pasé a la certeza de que Dios existe. Esta certeza no me la pudo quitar nadie, ya que es la señal de la fe, un sello inborrable que sucesivamente el Bautismo confirmará.

En esta condición espiritual, fui a un cura y le dije que quería hacerme  cristiano: no que necesitara los sacramentos, visto que ya los recibí, pero quise una formación cristiana. Aquel cura me invitó a participar en un "cursillo de cristiandad", una especie de convivencia con laicos: este encuentro me ayudó porque me quitó los prejuicios qué tenía contra la Iglesia, heredados por la cultura de izquierdas. Posteriormente empecé a ser catequista y empecé una formación más seria, ante todo estudiando teología. Además como artista fundé un grupo de arte sagrado, intentando ejecutar con otros artistas trabajos y obras religiosas. Esto me llevó a una serie de estudios y de viajes que me hicieron encontrar en España al padre Voiyaunt, el fundador de los pequeños hermanos, sobre las huellas de Charles de Foucauld. La espiritualidad de Foucauld me ayudó, aunque no me haya hecho pequeño hermano, porque representó el encuentro con una novedad.

Otro encuentro significativo, otra señal de Dios que yo estaba esperando, ocurrió en casa de mis padres el día de Navidad. Mi padre y mi madre tuvieron a una criada que me contó uno historia increíble; vivía con su familia en las barracas y su marido alcoholizado le pegaba, mientras que el hijo estaba en cárcel. Así que decidí ayudarla, hablé con su marido y le llevé a los  cursillos. Aquella mujer a menudo me llamaba, y yendo allí, me encontraba con  aquel entorno particularmente sórdido y miserable, el problema del sufrimiento de los inocentes,  la presencia de Cristo crucificado y del pecado que Él toma consigo.

Después del servicio militar en África conocí a Carmen por su hermana, que trabajó en una obra  para ayudar a las prostitutas, permitiendo a las que quisieron salir, encontrar un trabajo y una inserción social. Ahora bien, esta mujer me contó que su hermana estaba más loca que ella. Carmen se estaba preparando para ir a Bolivia como misionera, para predicar el Evangelio a los mineros. Pero antes de irse quiso formar un grupo, y así yo también me fui a predicar el Evangelio en las barracas. Me di cuenta enseguida que los cursillos no servían para los gitanos analfabetos, no servian para la gente que vivia en la miseria total, y que después de cuatro palabras en abstracto nadie te escucha más... Dios nos ha llevado a un entorno donde nos ha obligado a desarrollar una síntesis teológico-catequética: Carmen no ha parado nunca de decirme la verdad, que fui un beato o que mi predicación no tuvo sentido.

El Camino Neocatecumenal ha nacido así, entre los pobres que han creido las primeras catequesis. Puesto que aquellas personas fueron todos ladrones, prostitutas, gitanos, no se defendieron frente a la palabra, que gracias al Espíritu Santo tuvo un eco en sus corazones, y así se ha formado un Koinonia, una comunión, y en los barracas ha aparecido la respuesta a la Palabra de Dios.

Después de algún tiempo la guardia civil con la ametralladora vino para derribar nuestras barracas, pero yo llamé, en un primer momento al Obispo, que conocí en la época de los cursillos, don Casimiro Morcillo, y luego arzobispo de Madrid: cuando la policía vio al arzobispo, ¡se fueron todos! El arzobispo pudo encontrarse con nuestra comunidad, y desde aquel día fue nuestro protector.

De esta experiencia de las barracas, también gracias a la ayuda y a la confirmación constante de los Obispos, ha nacido el Camino Neocatecumenal. El Camino –también en las parroquias en que se ha difundido– no es otro que el abrir  la iniciación cristiana a los pobres (que son tan pobres de siempre escuchar la misma catequesis) pero también a los burgueses, que no aceptan la idea de la conversión porque siempre se sientan en el mismo sitio. Hace falta hacer en todo lugar un camino de kenosis, de bajada, para descubrir qué es el Cristianismo. Si se quiere ser cristianos de verdad, hace falta desvestirse y descubrir el bautismo. Ésta es la idea de la iniciación cristiana que el Camino Neocatecumenal trata de actualizar en los parroquias, más allá de cada etiqueta. La única glorificación nuestra, apóstoles itinerantes, es encomendarse a Cristo, Cristo crucificado.

Nos encontramos hoy frente a un gran desafío: los sociólogos dicen que estamos frente a la aldea global, al empequeñecerse el mundo debido a la potencia de los medios de comunicación. Por el poder que tienen los medios, todos vestimos de la misma forma, vemos las mismas películas, comemos las mismas hamburguesas.  Frente a esto, como cristianos que poseemos el carisma profético del bautismo, tiene que reflejar sobre qué está  Dios diciéndonos con estos hechos. ¿Qué  antropología hay bajo las películas, los telenovelas de nuestro mundo? ¿Qué concepto de hombre? ¿A qué cultura nos quieren llevar, a qué civilización? Es una antropología que no es cristiana, que es más bien anti-cristiana, porque afirma –usamos una palabra tomada de la bioética– la autopoiesis, la pretensión que el hombre tiene de ser creador de él mismo. No hay más verdades porque cada uno tiene su verdad, y luego viene el relativismo total. Autopoiesis es una palabra nueva, moderna, que pero en el fondo no es otra que el primer engaño que el demonio le hizo a Eva cuando le dijo: "Tú serás como Dios, conocedora del bien del mal, podrás decidir sobre ti mismo el bien y el mal. Serás Dios."

Esto implica, aún más en profundidad, que se está destruyendo la familia. La revelación que ha venido a traer Jesucristo, es que Dios, es Padre, y que cada uno de nosotros ha sido creado para ser hijo de Dios. Dios es Padre, pero si Dios no existe, no existe ninguna unión, y todo es lícito. Es lícito el divorcio, es lícito tener a la mujer del hermano... Frente a todo esto la Iglesia debe de nuevo evangelizar, anunciar el Evangelio. ¿Qué quiere decir anunciar el Evangelio? Quiere decir anunciarles a todos los hombres que Dios nos ha creado para que fuesemos hijos de Dios y que Cristo ha dado la vida por nosotros, en una cruz. El hombre que se separa de Dios experimenta la muerte, porque Dios es la vida. Dios ha puesto el hombre en un paraíso maravilloso, dándole un solo límite: no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal, que Dios se ha reservado para si. En efecto, es Él, Dios, quien decide el bien y el mal. Éste es el único límite. Pero el demonio tomando ocasión del límite, nos ha seducido y nos ha matado. La muerte en efecto no es otra que el  no reconocer la dependencia de Dios: si las raíces de mi ser son cortadas, ontológicamente conozco la muerte, y a partir de este momento el sufrimiento humano del trabajo, de tener hijos, se convierten en una barrera. Quiero ser y mi ser está perdido. No soy nadie; quiero que alguien me quiera, pero para ser querido por alguien necesito dinero,  belleza, ser el primero, ser alguien...

¿Como podemos, pues, ser curados de esta muerte interna? El hombre en esta condición de muerte ontológica bajo el poder del demonio está sometido al miedo a la muerte, es condenado a vivir por si y el pecado le obliga a idolatrarlo todo: idolatra a las mujeres, la sexualidad, el trabajo... se convierte así en el centro de una nueva cosmogonía, porque él es  el creador del mundo, de la realidad. Pero esto en realidad es una condena, porque el hombre, creado a imagen de Dios, para estar plenamente libre tiene que amar como Él ama. Para querer así hace falta haber vencido la muerte. Amar hasta dar la vida para el enemigo. Amar al enemigo significa querer más allá de la muerte.

El Cristianismo no es otro que este: la victoria sobre la muerte. Cristo ha resucitado, para vivir en ti, y te aseguras la victoria sobre la muerte, que es la vida eterna, una vida que no mueres más. ¿Quieres esta vida? ¡Enséñamelo! Éste es el secreto del Camino Neocatecumenal: no creemos en la fe de nadie; quién tiene fe lo demuestra con obras. ¿Qué obras? No sólo el empeño social, sería como los ¡comunistas! ¿Rogar? ¡Los judíos, el Islam  ruegan mejor que nosotros! ¿Cuáles son obras  auténticas de un cristiano, que un marxista, un judío, un mahometano no pueden hacer? Los obras por las que hace falta haber recibido del cielo a la Gracia del Espíritu Santo. Cristo ha donado su vida al Padre ; en su testamento le ha dejado a cada uno de nosotros. Cristo no te ha juzgado y no te juzga, ha dado la vida por ti y te ha dejado en herencia su vida inmortal. ¿Cuándo recibo yo esta vida inmortal? ¡Ahora! Ahora, el propio Cristo está delante del Padre presentando en las manos las llagas gloriosas de sus clavos por ti. Ha muerto, ha recibido el castigo de tus pecados. Ha muerto por ti, para que tú no mueras jamás, para que tú puedas recibir una vida nueva que se llama vida eterna. Si tú tienes dentro esta vida eterna, aunque tu mujer no te quiera, tu puedes quererla. Nos basta la gracia del Espíritu Santo, ni siquiera el bautismo: el bautismo no es mágico, como un muerto, no actúa sin ti y sin la Gracia. A nuestro bautismo, arbolillo seco, tenemos que regarlo y hacerlo crecer. Tenemos que desarrollar la riqueza del bautismo: el bautismo en efecto nos devuelve a ser hijos de Dios, nos da una naturaleza divina.

Todo cambia en la vida cuando la vida es Cristo. Cristo ha roto las barreras que obligaron a ofrecer todo a si mismo, según la única medida del propio egoísmo. ¿Quien podría romper las cadenas y hacer que se viva uno para el otro? Una nueva realidad, la realidad de Cristo. Los cristianos tienen un nueva naturaleza, han recibido de Dios la naturaleza divina.

 

3ª Comunidad Neocatecumenal de la Parroquia de Ntra. Sra. de la Merced (Burriana - Castellón - España)