“Don de la ebriedad” 1953.
Siempre la claridad viene del cielo;
Es un don: no se halla entre las cosas
Sino muy por encima, y las ocupa
Haciendo de ello vida y labor propias.
Así amanece el día; así
la noche
Cierra el gran aposento de sus sombras.
Y esto es un don. ¿Quién hace menos
creados
Cada vez a los seres? ¿Qué alta
bóveda
Los contiene en su amor? ¡si ya nos llega
Y es pronto aún, ya llega a la redonda
A la manera de los vuelos tuyos
Y se cierne, y se aleja y, aún remota,
Nada hay tan claro como sus impulsos!
Oh, claridad sedienta de una forma,
De una materia para deslumbrarla
Quemándose a sí misma al cumplir
su obra.
Como yo, como todo lo que espera.
Si tú la luz te la has llevado toda,
¿cómo voy a esperar nada del alba?
Y, sin embargo - esto es un don -, mi boca
Espera, y mi alma espera, y tú me esperas,
Ebria persecución, claridad sola
Mortal como el abrazo de las hoces,
Pero abrazo hasta el fin que nunca afloja.
Como si nunca hubiera sido mía,
Dad al aire mi voz y que en el aire
Sea de todos y la sepan todos
Igual que una mañana o una tarde.
Ni a la rama tan sólo abril acude
Ni el agua espera sólo el estiaje.
¿Quién podría decir que
es suyo el viento,
suya la luz, el canto de las aves
en el que esplende la estación, más
cuando
llega la noche y en los chopos arde
tan peligrosamente retenida?
¡Que todo acabe aquí, que todo acabe
de una vez para siempre! La flor vive
tan bella porque vive poco tiempo
y, sin embargo, cómo se da, unánime,
dejando de ser flor y convirtiéndose
en ímpetu de entrega. Invierno, aunque
no esté detrás la primavera, saca
fuera de mí lo mío y hazme parte,
inútil polen que se pierde en tierra
pero ha sido de todos y de nadie.
Sobre el abierto páramo, el relente
Es pinar en el pino, aire en el aire,
Relente sólo para mi sequía.
Sobre la voz que va excavando un cauce
Qué sacrilegio este del cuerpo, este
De no poder ser hostia para darse.
(Sigue marzo)
Para Clara Miranda.
Todo es nuevo quizá para nosotros.
El sol claroluciente, el sol de puesta,
Muere; el que sale es más brillante y
alto
Cada vez, es distinto, es otra nueva
Forma de luz, de creación sentida.
Así cada mañana es la primera.
Para que la vivamos tú y yo solos,
Nada es igual ni se repite. Aquella
Curva, de almendros florecidos suave,
¿tenía flor ayer? El ave aquella,
¿no vuela acaso en más abiertos
círculos?
Después de haber nevado el cielo encuentra
Resplandores que antes eran nubes.
Todo es nuevo quizá. Si no lo fuera,
Si en medio de esta hora las imágenes
Cobraran vida en otras, y con ellas
Los recuerdos de un día ya pasado
Volvieran ocultando el de hoy, volvieran
Aclarándolo, sí, pero ocultando
Su claridad naciente, ¿qué sorpresa
Le daría a mi ser, qué devaneo,
Qué nueva luz o qué labores nuevas?
Agua de río, agua de mar; estrella
Fija o errante, estrella en el reposo
Nocturno. Qué verdad, qué limpia
escena
La del amor, que nunca ve en las cosas
La triste realidad de su apariencia.
Cómo veo los árboles ahora.
No con hojas caedizas, no con ramas
Sujetas a la voz del crecimiento.
Y hasta a la brisa que los quema a ráfagas
No la siento como algo de la tierra
Ni del cielo tampoco, sino falta
De ese color de vida con destino.
Y a los campos, al mar, a las montañas,
Muy por encima de su clara forma
Los veo. ¿Qué me han hecho en la
mirada?
¿Es que voy a morir? Decidme, ¿cómo
veis a los hombres, a sus obra, almas
inmortales? Sí, ebrio estoy sin duda.
La mañana no es tal, es una amplia
Llanura sin combate, casi eterna,
Casi desconocida porque en cada
lugar donde antes era sombra el tiempo,
ahora la luz espera ser creada.
No sólo el aire deja más su aliento:
No posee ni cántico ni nada;
Se lo dan, y él empieza a rodearle
Con fugaz esplendor de ritmo de ala
E intenta hacer un hueco suficiente
Para no seguir fuera. No, no sólo
Seguir fuera quizá, sino a distancia.
Pues bien: el aire de hoy tiene su cántico.
¡Si lo oyeseis! Y el sol, el fuego, el
agua,
cómo dan posesión a estos mis ojos.
¿Es que voy a vivir? ¿Tan pronto
acaba
la ebriedad? Ay, y cómo veo ahora
los árboles, qué pocos días
faltan...