La museología
enfrentada a las tradiciones en filosofía de la ciencia profundamente hostiles
a su tarea, procura apropiarse de categorias para definir su objeto de estudio,
re-evaluar su campo que le permita una mejor comprensión del mismo.
Tal como lo plantea
Bourdieu un “campo simbólico”, de producción cultural se define por las luchas
subversivas y de reproducción que en él se procesan. Se adquiere un capital a
partir de luchas anteriores que se resitúan con nuevas estrategias en nuevas
luchas.
"Campo simbólico" hace
referencia entonces a un espacio constituido por un conjunto de instancias
objetivas, de instituciones que trascienden a las personas que las transitan y
cuyas relaciones pueden ser analizadas independientemente de los sujetos que en
un momento determinado ocupan esas posiciones.
Si pensamos en el campo
simbólico de la museología, encontramos por un parte que en él que no existe un
mercado unificado de producción y circulación de saberes científicos acerca de
ella. Hay tal variedad de productores, de situaciones problemáticas y lenguajes
que dificultan la posibilidad de comunicación. Al no existir un mercado
unificado, no hay un conjunto de logros, de adquisiciones de capital simbólico,
es decir un conjunto de saberes
comunes, de metodologías y técnicas, cuyo conocimiento sea necesario
para formar parte del mismo y ser reconocido en él, entrar a trabajar, a producir e interactuar en él.
En el concierto de las
ciencias, como mapa general del saber, la museología se encuentra con un nivel
de desestructuración y autonomía baja, es decir que tiene una incapacidad de
definir su objeto de estudio como también las estrategias, técnicas y criterios
de evaluación de lo que se produce. Es probable que esta situación se deba en
parte a la definición que habitualmente circula de museología como
"ciencia del museo". El genitivo "del" marca una
dependencia, una reducción de sus posibilidades, y de esta manera se la confina
a los mínimos espacios de la gestión en
la institución.
La museología, se ubicó
en una situación de inferioridad respecto al conjunto ciencias que interactúan
con ella en el museo, y se subordinó a sus diversos discursos, ya sea que se
trate del arte, la historia, la arqueología, las ciencias naturales, las
ciencias exactas. Si continuamos
pensando que el objeto de estudio es la institución museo, se corre el riesgo
de seguir como hasta ahora, observando, estudiando y metodizandolo desde
cualquiera de las aristas de la misma (educativa, expositiva, administrativa),
desarticulándolo en partes y perdiendo el concepto de estructura. A su vez el museólogo formado
académicamente, manifiesta idénticas dificultades para definir su campo
profesional.
Desde el conflicto
mythos-logos, la constitución de la Razón Occidental en la
Grecia Clásica, enlazó tres figuras , Ser, Verdad y Episteme que en un juego de
mutua invocación definieron un espacio en el cual, la operación propia de la
Episteme era nombrar el único y
verdadero ser.
El saber científico tiene por esencia intervenir desde el
pensamiento en lo real para legitimar, normalizar y normativizar.
La lógica propia de la
operación epistemológica es delinear el ámbito donde la ciencia sea realmente
ciencia, donde se pueda separar, el ser de la apariencia, la verdad de la
ilusión, lo científico de lo pseudo-cientÍfico. Con esta lógica de la división,
la epistemología demarca entre las ciencias particulares, múltiples,
contingentes, por sus objetos,
relativas por sus métodos y resultados, incapaces de auto-fundarse, de
determinar el suelo donde devenir
“verdaderas” y la Ciencia de las ciencias, una, absoluta, y autofundada, necesaria para todas las
demás. Esto lleva a demarcar el saber
entre mythos/logos, creencia/ciencia, opinión/ciencia.
La modernidad, más que
un concepto problemático, es un haz que
remite a otros haces:
CIENCIA-PROGRESO-CRITICA-SUJETO-ESTADO-LIBERTAD-HISTORIA.
Pero sin dudas la ciencia moderna inaugura una nueva manera de estar del hombre
en el mundo.
Al descubrir leyes que rigen los
fenómenos naturales y el creciente proceso de matematización de la naturaleza
se sentaron las bases para el advenimiento de la sociedad científica,
industrial y tecnocrática. El poder del hombre por medio del desarrollo
cientifico y técnico determinó un tipo de racionalidad, la instrumental basada en el cálculo y el
control. En este sentido la “mirada epistemológica”, aunque iniciada en la
filosofía griega, se consolida en la
razón moderna.
El museo fue la expresión de este
modelo moderno. Y fue en el gran debate de los años '60 donde se puso de
manifiesto la crisis de los mismos. Pero si hacemos una lectura retrospectiva,
si bien la museología puso la situación en debate, fue el museo el que logró
reformularse y dar un salto cualitativo, no así la museología.
La epistemología
reconoce la conflictiva relación entre los contextos de descubrimiento, de
justificación (legitimación o validación) y de aplicación de una teoría
científica, por eso a lo largo de la
historia de la filosofía de la ciencia, sus esfuerzos se concentraron en afirmar
su especificidad en el contexto de justificación.
Entre la razón y la
locura, el programa filosófico comteano afirma el conocimiento controlado por
la experiencia, alcanzado metódicamente y convertible en previsiones
técnicamente utilizables. Se consuma el ideal de la modernidad de convertir al
hombre en “amo y señor” de la naturaleza. Para ello es necesario dotarlo al
hombre de un sistema del mundo y del saber unitario. El metodologismo comteano
pone en acto tres momentos de las teorías: ver (certeza sensible) - relacionar
(establecer conexiones constantes entre los fenómenos) para prever. El
totalismo metodológico significa que los problemas están resueltos antes de
plantearlos, y a su vez implica que el conocimiento científico se muestra bajo
el modelo de leyes.
Bajo la exposición normativa de la
ciencia biológica, se taxonomiza jerárquicamente cada ciencia.
Esta normativización organiza el
trabajo científico en Astronomía, Física, Química, Biología y Sociología.
La ley de la exclusión ha sabido imponerse
quedan como relatos y no como ciencia los fenómenos políticos y sociales. Para que la sociedad progrese se
necesita del orden, y la armonía de todos conflictos.
Michel Foucault en su célebre Cap. X
de “Las Palabras y las cosas”, trata de situar la emergencia de un nuevo modo
de saber: el propio de las ciencias humanas, y
determinar en qué condiciones de produjo esta emergencia.
El triedro del saber
configurado por las ciencias matemáticas y físicas, por las ciencias empíricas
(Biología, Economía y Lingüística) y por la Filosofía, las ciencias humanas se
ubicaron conflictivamente en los intersticios de ellas, rompiendo el orden que entre estas ciencias imperaba.
La constitución de las ciencias
humanas se produce conjuntamente con el surgimiento de una sociedad panóptica,
sociedad estatal que comporta una arquitectura de la vigilancia, de control
acerca de lo que “se es o de lo que se puede hacer”.
El concepto de
normalización opera en doble sentido: descriptivo-evaluativo. En su aspecto
descriptivo se legitima toda práctica que torne normal lo patológico, que
vuelva a la regla lo que se escapa de ella. En su aspecto evaluativo se define
como tecnología destinada a la corrección, como exigencia de racionalización política y económica y como práctica que implicará la fijación del poder sobre
los cuerpos.
La ciencia social positiva se
presenta en unidad con las ciencias naturales, para organizar la vida humana,
para poner un orden que garantice el
progreso indefinido.
Si todo discurso es una práctica
discursiva, qué efectos de sentido tuvo para el museo y el desarrollo de su
ciencia: la museología.
Por una parte los
procesos modernizadores de los países latinomericanos tuvieron como sustento
teórico el positivismo. El discurso civilizatorio, aquel que proponía a
Inglaterra y Francia como la matriz posibilitadora de la regeneración de la
tierra con su sangre y con la producción de objetos culturales, operó con una
lógica expansiva. En primer lugar se debía erigir un Estado coercitivo y
reconocido en todo el territorio para lo cual se debía crear un ejército
nacional, montar un aparato ideológico canalizado a través de la educación
obligatoria y la prensa.
El binomio
civilización/barbarie implantó una política de límites y exclusiones, que en el
plano filosófico implicó describir las
“taras” o “males” constitutivos que nos aquejaban.
La colonización española, la Iglesia
católica en el caso de los románticos del ‘37 o la raza indígena para los
positivistas y prescribir los valores de la "civilidad" para
remediarlos.
Los museos fueron una herramienta
del modelo positivista, donde hasta la organización taxonómica de los museos de
ciencias naturales respondían a este esquema.
Todos los que
intentaron pensar la americanidad, lo hicieron prospectivamente, la historia
como dimensión básica a partir de la memoria y la construcción de la identidad
social y cultural queda suprimida, hay que pensar en el futuro, en el progreso
y el optimismo. Esto se plasma casi de una forma groseramente evidente en los
museos de historia, el único discurso histórico que se muestra es el de las
gestas fundacionales y una pedagogía de próceres, héroes y estatuas.
La racionalidad latinoamericana surgente no logró la combinación entre las
formas originarias y la matriz
modernizadora y se destinó a la
marginalidad.
La exigencia de legitimación continuó su
derrotero en la historia de la razón occidental con diferentes estrategias pero
con un mismo sentido, someter a examen toda proposición para que los fantasmas de
irracionalidad o los simulacros de
ciencia sean eliminados.
De esta manera, el nacimiento de la “teoría de la ciencia”
está acompañado por la convicción de la unidad y homogeneidad del método como
garantía de cientificidad.
En la década del ‘30,
los filósofos de la ciencia, seducidos por la promesa de rigor del positivismo
lógico consideraron que el método de análisis conceptual era suficiente para
una adecuada comprensión de la empresa científica. El análisis lógico desplaza
la investigación histórica y se buscan los fundamentos metodológicos de la
actividad científica. Todo conocimiento para ser científico debe representar a
través de su forma lógica una situación de hecho.
Karl Popper frente al
verificacionismo como criterio entre ciencia y metafísica postula: la refutabilidad
del sistema teórico de la ciencia. Aún para las ciencias sociales, propone un
racionalismo crítico, es decir una lógica deductiva no inductiva, “la ciencia comienza con problemas no con hechos”.
Situado en el contexto de
justificación meta-teórica de las teorías y en desarrollo de una metodología
que defina la lógica de la investigación científica, lógica que da cuenta de
dicha investigación científica desde un punto de vista internalista, excluyendo
toda referencia a la conciencia subjetiva, pues el mundo objetivo de los
problemas, las teorías y los métodos, debe proceder a suspender toda
contaminación del mundo histórico y/o subjetivo si quiere continuar
garantizando la verdad.
La racionalidad instrumental unifica
metodológicamente a las ciencias sociales con las ciencias físicas (monismo
epistemológico), comprende la historia como progresiva eliminación del error,
por lo tanto bajo el signo de la evolución.
La discusión sobre la
explicación y la comprensión atraviesa toda la historia de las ciencias
humanas. Para la ciencia social positivista lo propio de éstas es descubrir las
regularidades o constantes que garanticen la elaboración de una ley. Para otros
el objeto de las ciencias humanas está dado por el ámbito de las
significaciones, que se obtiene sólo por comprensión.
La polémica Popper-Adorno nos
presenta el estado de la cuestión, a propósito de la lógica de las ciencias
sociales tema del Congreso convocado por la Sociedad Alemana de Sociología en
1961, tal como se entendía en la segunda mitad de nuestro siglo.
Para Popper la objetividad de las
ciencias sociales es difícil de alcanzar en tanto objetividad implica
neutralidad valorativa, sólo la explicación causal permite aproximarnos a la
verdad.
Por su parte Adorno entiende que la
explicación a la manera matemática o de las ciencias naturales fracasa en tanto
el objeto de la sociedad es reacio a entregarse a una formalización categorial,
con unanimidad y sencillez.
De una manera provocativa y en franca ruptura con la tradición positivista, Gastón Bachelard inicia en Francia una epistemología polémica, Surge al calor de las revoluciones que se dieron en las ciencias, el desarrollo de las geometrías no euclideanas, la teoría de la relatividad, el comienzo de la microfísica. Sus primeras obras son reflexiones sobre esta novedad radical, testigos de una ruptura en la historia efectiva de las ciencias.Es imposible que desde la filosofía y su razón inmutable y cosificadora se diseñe un perfil epistemológico, que clausure espacios, y que se erija en tribunal de justificación de las ciencias. La tarea de la epistemología es una NO-epistemología, asir la pluralidad dialéctica de la razón en la historia. Urge una epistemología que piense los procesos de adquisición de nuevas ideas, los acontecimientos de la razón, la emergencia y la inseguridad de nuevas verdades, “la verdad científica es verdad con devenir”.
Obstáculo y ruptura epistemológica
son categorías que describen el movimiento histórico del conocimiento
científico. La historia no es progreso a la luz de la razón sino recurrencia,
lucha contra los errores tenaces que se demuelen, persisten, reaparecen. La
historia de las ciencias es historia juzgada, el juicio se entabla desde la
actualidad de las ciencias.
La razón deja de ser pura
para entramarse en las condiciones de
su producción y la ciencia ya no representa es acto. Con esta práctica se
demuele la visión del sentido común y de los mismos científicos de pensar la
ciencia como fotografía de la realidad. La epistemología no se ubica de manera
excluyente en el contexto de justificación, sino que pergeña con lod contextos
de descubrimiento, de justificación y de aplicación un equilibrio inestable. En
ese sentido es revolución de la razón, es “herida de la inteligencia”
Desde esta herida, los
museologos podemos darnos la tarea silenciosa y desolada, a la
par que ineludible e impostergable de re-estructuración del campo simbólico.
Sin dejarnos intimidar por la mirada epistemológica, que a lo largo de la
historia ha cosificado todos los saberes y los ha jerarquizado, subordinándolos
a una instancia de poder.
En esta encrucijada, con una razón imaginante y creadora, en permanente tensión entre teoría/praxis, acaso encontremos para la museología , su propio decir, su espacio singular, diferente y abierto.
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