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      LAS POSTALES COMO FUENTE DOCUMENTAL PARA INTERPRETAR LA FORMACION DE PISOS

      ARQUEOLOGICOS (MENDOZA, 1861)

 

      Daniel Schávelzon

      CAU-CONICET-GCBA

 

      Después de su invento en 1860, y más concretamente entre 1880 y 1950, las

      postales fueron parte integrante de la vida cotidiana urbana; nada más

      común, nada más sencillo que enviar una postal a un amigo o amiga, a un o

      una amante o ante simples recuerdos, o muchas veces, para mostrarle a los

      demás que uno estuvo en algún lado. Pero una postal es, además de una

      fotografía, un verdadero documento que reúne tres factores cruciales para

      la arqueología del centro histórico de la ciudad de Mendoza, o para

      cualquier arqueología del siglo XIX: muestra un momento determinado de

      algún lugar, es tomada por alguien en particular y muestra su objeto desde

      un punto de vista y no de otro; es en esencia lo mismo que una fotografía

      –es eso básicamente- con la diferencia que su circulación masiva la hace

      fácilmente accesible. Todo esto las transforma en un método de registro

      altamente útil, y si le agregamos los mensajes que se han escrito sobre

      ellas, llegan a ser elementos muy útiles para el pasado de la ciudad.

      Quiero presentarles aquí los resultados de la utilización de una colección

      de postales adquirida para el Museo del Area Fundacional de Mendoza y que

      las hemos utilizado, entre otras cosas, para comprender la secuencia de

      pisos de ocupación de un sitio excavado (Schávelzon 1998, 1999).

 

 

      Las ciudad de Mendoza, asentamiento fundado en el siglo XVI en un sitio de

      ocupación indígena previa, fue destruida por un terremoto en 1861; por la

      magnitud del evento murió el 40% de los pobladores –cerca de 5000

      personas- y se destruyó la casi totalidad de la arquitectura de la ciudad.

      Tres años más tarde se fundó una ciudad nueva en las cercanías dejando la

      antigua en parcial abandono; con los años la ciudad nueva creció por

      encima de las ruinas antiguas, borrando prácticamente lo que fuera el

      asentamiento original a excepción de las ruinas de un par de iglesias.

      Desde 1989 estamos excavando ese centro histórico, con acciones de

      preservación, museología y mejoramiento de la calidad de vida de los

      pobladores del barrio. Las excavaciones del Cabildo han sido publicadas

      (Bárcena y Schávelzon 1991) y es conocido el Museo del Area Fundacional

      que se construyó encima de esos restos (Cicchitti y Schávelzon 1997);

      desde 1995 se está excavando lo que fuera el antiguo conjunto jesuítico

      conocido popularmente como Ruinas de San Francisco y se han hecho

      excavaciones menores en San Agustín y varios otros sitios cercanos donde

      continuamos trabajando junto con el Lic. Horacio Chiavazza y su equipo.

 

 

      En trabajos anteriores he presentado el complejo proceso posdeposicional

      que sufrieron estas ruinas después del terremoto (Schávelzon 1996) y lo

      complejo de su interpretación (Chiavazza y Cortegoso 1998), ya que la

      detenida lectura de los documentos históricos nos llevaba a vislumbrar una

      secuencia que incluía lo siguiente: derrumbe, excavaciones de rescate,

      pozos de saqueo, construcción de cabañas de supervivientes, entierros

      individuales y en fosas comunes, desmantelamiento de la construcción

      supérstite, robo de vigas, puertas y todo lo usable. Todo eso en los

      primeros días! Más tarde tenemos el inicio de la extracción de ladrillos y

      piedras para construir nuevas casas, invasión del predio y lotización, y

      para la década de 1880 hay fotos con el retiro sistemático de ladrillos

      con carros y mano de obra infantil organizada. En 1885 se produjo la

      demolición de lo que quedaba de la fachada, del atrio y la portería para

      ensanchar las calles, con la subsecuente retirada de ladrillos. En el

      interín el sitio fue caminado una y mil veces y las fotos muestran incluso

      caballos, fue visitada por curiosos y viajeros que llevaban “recuerdos” o

      escribían sus nombres en las paredes (Benchimol y otros, 1998), buscadores

      de tesoros y, en 1906 se inició la restauración y puesta en valor del

      sitio al transformarlo en monumento histórico. En ese momento se retiró

      todo el escombro, se fabricó un nuevo nivel de piso artificial y hasta se

      le agregó un lago! En 1941 nuevamente se le fabricó un nuevo piso al

      restaurarse todo el conjunto. Y no quiero citar aquí lo complejo de lo

      sucedido antes de 1861: fundada en el siglo XVI la iglesia inaugurada en

      1630 fue demolida y se construyó la cuyos restos estamos excavando, la que

      vivió varios cambios enormes y un par de grandes terremotos; en su

      interior se enterraron quizas miles de personas ya que sólo entre 1800 y

      1850 fueron 650 personas (Cremaschi 1997). Cada entierro se hizo

      removiendo anteriores una y otra vez y cada cambio en el edificio alteró

      nuevamente todo o partes. Sobre eso se produjo el terremoto.

 

 

      La historia pos-1861, obtenida a través del cruce de información entre

      documentos, historia ya escrita, fotografías y planos, fue precisa

      construirla. Y fue quizás parte de un esfuerzo tan o más grande que las

      excavaciones mismas ya que mientras nos contetábamos con leer la historia

      existente no pudimos entender realmente lo que le había sucedido al sitio.

      La historia “oficial” del siglo XIX había fabricado una mitología del

      terremoto, en la que triunfaban los buenos (los liberales-Unitarios

      obviamente) y los malos (los Federales) eran borrados por un movimiento

      popular surgido tras el terremoto, en que todos fueron hermanos que se

      ayudaban mutuamente, en especial los religiosos. Fue necesario buscar y

      leer la documentación existente, sin discriminaciones y a la búsqueda de

      la información que desde una visión arqueológica considerábamos

      importante, para construir otra historia del evento y de lo que luego

      sucedió. Y lo descubierto fue magnífico e incluyó las primeras y únicas

      fotos conocidas del terremoto (Alexander 1998) y una visión que en nada

      coincide con la tradicional. Quien lea nuestro libro sobre el Cabildo de

      Mendoza podrá observar que el terremoto fue sólo considerado como un

      evento negativo que destruyó nuestro objeto de estudio (Bárcena y

      Schávelzon 1991), en cambio quien lea las excavaciones de San Francisco

      verá que el terremoto es tema de estudio en sí mismo y su comprensión es

      objetivo arqueológico que puede ser estudiado (Schávelzon 1996, 1998,

      1999).

 

 

      La utilización de fuentes documentales fue un viejo tema de discución ya

      superado en la arqueología histórica, y en los últimos años mucho se ha

      avanzado en el tema, pero el uso de material iconográfico parece aún poco

      claro. No hay duda de su importancia, del rigor necesario en su lectura y

      de la especialidad de los conocimientos necesarios para su interpretación

      y manejo. Obviamente la fotografía no es lo mismo que la pintura, y una

      litografía de viajero no es lo mismo que un óleo de estudio; un plano no

      es un mapa, y no es igual un plano del siglo XIX que uno del XX, y la

      heurística de cada uno de ellos es tema de profesiones a veces muy

      diferentes. Lo importante es que para la arqueología histórica son fuentes

      documentales de enorme valor que, por lo alejadas que están de nuestro

      campo específico tal como tradicionalmente ha sido entendido, nos es muy

      difícil manejar. Este es uno de esos casos.

 

 

      Entre los materiales iconográficos que el Museo del Area Fundacional se ha

      propuesto compilar se encuentran las fotografías, planos, mapas y ahora

      postales antiguas de la ciudad. En base a ello hicimos una adquisición a

      coleccionistas y comerciantes de un centenar de postales anteriores a la

      década de 1940. Se incluyeron no sólo vistas similares pero tomadas por

      diferentes fotógrafos sinó tambien todas las ediciones de una misma

      postal. En algunos casos se adquirieron en función de los textos, del

      fotógrafo, de los personajes involucrados en los textos o por las fechas

      del sello postal. Qué nos muestran?: hasta ahora hay varios temas, las

      ruinas en sí mismas por una parte y algunas raras vistas generales o de

      otros puntos de la vieja ciudad: de las primeras la más fotografiada es

      San Francisco, en segundo lugar las ruinas de San Agustín, raramente las

      de Santo Domingo; y hay fotos del viejo puente del Matadero, algunas

      vistas generales desde la plaza y antiguos grabados hechos antes del

      terremoto de 1861. Porqué los fotógrafos eligieron éstos temas y porqué la

      gente los aceptó gustosa?, porqué no fotografiaron otras cosas de la

      ciudad antigua arruinada? Las postales en Mendoza se iniciaron en la

      década de 1870/80 cuando se conjugaron varios factores: el acceso a un

      sistema de correos barato y bien estructurado –nacional e internacional-,

      el que la fotografía se hizo más común y la falta de otros sistemas de

      comunicación al alcance de cualquiera; cuando el teléfono y la fotografía

      casera se hicieron habituales comenzaron a desaparecer las postales.

 

 

      Para la década de 1880, que es cuando tenemos las primeras postales del

      Area Fundacional, lo único curioso e incluso romántico que había eran las

      ruinas, restos destruidos del terremoto que mostraban desolación y la

      terrible desgracia colectiva. La distancia histórica estaba marcada por

      una sóla generación, la ciudad nueva ya había sido construida y la memoria

      colectiva dejaba atrás la imagen del lugar de la tragedia para

      transformarlo lentamente en una curiosidad visitable. Y eso mostraban: San

      Francisco, la más espectacular de las ruinas era vista desde adentro,

      desde el claustro o desde el fondo, con montañas de escombro, gente a

      caballo en lo que fuera la nave o incluso en carros; pero desde 1900 en

      que se había demolido la fachada y ampliado la calle Ituzaingo, las

      manzanas tomaron nuevamente forma urbana y las ruinas pasaron a ser

      mostradas casi indefectiblemente desde la esquina. Desde el inicio del

      siglo XX la gente pasó a estar fuera y no dentro, y hubo un muro bajo que

      separaba las ruinas de la calle. En realidad se estaban transformando en

      hechos históricos, del pasado, románticas, dignas de ser visitadas; había

      más distancia histórica que separaba al observador, incluso al turista

      llegado de distantes regiones, de lo que se observaba. Si Grecia y Roma

      tenían sus ruinas, Mendoza también las tenía.

 

 

      A partir de 1906 las ruinas de San Francisco pasaron a ser propiedad del

      Municipio que inició una tarea excelente de limpieza y se retiró el

      escombro, se hizo un lago, la construcción de un muro limitante con

      alambrados y se colocó un cuidador. Se la había transformado en un

      verdadero monumento histórico. Y la enorme mayoría de las postales muestra

      precisamente ese trabajo, el que sin duda impactó a la población, y que si

      bien fue inaugurado en 1907 significó polémicas en los diarios acerca de

      si era o no válido o necesario tener una ruina propia. Había que mostrar

      lo terrible que fue el terremoto de 1861?, o era mejor mostrar los logros

      de la ciudad nueva y sus palacios y paseos? Mucha tinta corrió en Mendoza

      alrededor de esto. A partir de esos años las postales repitieron siempre

      el mismo punto de vista, los mismos temas, salvo en curiosas

      oportunidades, a veces tratando de dar una imagen más romántica, a veces

      más patética con un atardecer de sol rasante desde el horizonte. Desde

      1900 en las fotos se colocan personas frente al muro de la calle: chicos

      jugando, paseantes, curiosos y hasta perros y caballos que nos sirven para

      comprender la vestimenta y costumbres de la época asociados a cada momento

      y cambio en el sitio: la gente modesta descalza, los chicos rapados y

      uniformados incluso con bombín, los hombres ricos con trajes de verano

      blancos y mirando hacia el cielo o las paredes anriguas, no al piso o a la

      extraña cámara.

 

 

      Lo que más nos llamó la atención al observar la secuencia completa de

      eventos que nos mostraban las postales, sumadas a las fotografías

      existentes, era la formación de pisos diferentes. Se veía no sólo como se

      los establecía sinó el proceso de cambio y su explicación. El caso de la

      iglesia de Santo Domingo es excelente ya que las vistas están tomadas

      desde cierta distancia y permiten ver cómo al caerse la iglesia se formó

      un piso muy compactado por encima del escombro el que para 1880 está tan

      gastado, definido y limpio como la calle misma, aunque sobre las lomas que

      encierran el derrumbe. No fue así en San Agustín y San Francisco y lo

      hemos interpretado en base a que fue la única iglesia que rápidamente se

      reedificó junto a la vieja. El retiro de parte de los ladrillos dejó un

      manto de polvo que fue apisonado por quienes transitaban desde la Plaza de

      Armas hacia la iglesia. Y desde esa fecha hasta finales del siglo el nivel

      de piso se fue desgastando y apisonando lentamente hasta que todo

      desapareció bajo una nueva y monumental construcción. En este caso gran

      parte de las postales fueron tomadas desde el mismo punto de vista ya que

      era la única vista amplia que había, lo que ayuda a observar cambios muy

      cercanos en el tiempo. En San Agustín el nivel por pisoteo también se

      produjo, pero por lo aislado de las ruinas este procesó tardo veinte años.

 

 

 

      En el caso de San Francisco la secuencia de eventos observada de

      transformación constante de su superficie –y que citamos antes como

      observable en las fotografías- sirvió para trabajar junto con el registro

      arqueológico y los resultados ya han sido publicados. Las otras ruinas

      vivieron cada una su propia historia: San Agustín fue destruida totalmente

      en 1953, de allí que si bien tuvo mucho tiempo para posar para los

      fotógrafos hoy presenta muchas dificultados su arqueología (Cortegozzo y

      Chiavazza 1997); en cambio nunca se fotografió el sitio de la Catedral, o

      del antiguo Cabildo ocupado desde 1877 por el Matadero, porque era

      considerado como un lugar bárbaro, salvaje, rural, desde que Echeverría

      escribió El matadero y Sarmiento los estigmatizó con su Facundo. Las otras

      ruinas que quedaron hasta finales del siglo XIX nunca fueron

      fotografiadas, o al menos si lo fueron no conocemos ninguna imagen.

 

 

      El otro aspecto que resulta original, aunque marginal al que aquí nos

      interesa, es ver los mensajes que se incluían en esas postales: cartas de

      amor sintéticas, poemas, afecto y recuerdos, y también recriminaciones,

      llantos y quejas. Y no puede faltar lo insólito como la nota de amor que

      un obispo le manda a una mujer en 1904, o la romántica simpleza de los

      siguientes párrafos:

      “Luisita: la negrura de éstas ruinas, con la imponente belleza de

los

      paisajes encantadores, es comparable con las tormentas, también muy

      negras, de mi alma enamorada y encantadoramente buena, que sabe guardar en

      silencio el desprecio tan doloroso a que la has condenado. Hasta cuando

      sufriré?”

      Esto, con la foto de las ruinas, le da el tono desesperado y a la vez

      desolador a la postal que fue parte de la visión romántica que tiñó la

      época, tema tan íntimamente ligado al nacimiento mismo de la arqueología.

 

 

      Esta conjunción de fotografía, textos cotidianos, calidad técnica de

      impresión y fotógrafos es una herramienta de estudio y de memoria,

      importante de ser conservada y de formar parte del legado cultural de la

      ciudad hacia el futuro. Y para la arqueología significan una fuente

      documental inesperada, altamente rica, de fácil acceso y costo, y para

      cuya lectura contamos en el país con especialistas en la historia de la

      fotografía, publicaciones especializadas, museos, archivos y congresos

      nacionales.

 

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