El conflicto de Cachemira: un paraíso en
llamas
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Rubén Campos Palarea*
*
Rubén Campos Palarea es investigador y coordinador académico del Master de
Relaciones Internacionales y Comunicación de la Universidad Complutense de
Madrid.
rubencampos@wanadoo.es
Más de cincuenta años después de su
independencia, las relaciones entre India y Pakistán siguen estando
condicionadas por el conflicto de Cachemira. Esta región, situada en el
noroeste del subcontinente indio, es objeto de reivindicaciones territoriales por
parte de ambos estados, que cuentan con armamento nuclear. El equilibrio del
terror, paralelo al de la época de la Guerra Fría, se ha instalado en la zona,
pese a las presiones de la comunidad internacional para la distensión y la
búsqueda de una solución negociada al conflicto.
Las
raíces de las tensiones entre India y Pakistán se pueden encontrar en la última
época del dominio colonial británico en el subcontinente. El movimiento
nacionalista liderado por Mohandas K. Gandhi, con su política de la noviolencia,
había ido creciendo desde 1915 hasta convertirse en un elemento de presión
considerable para el Imperio Indio, también conocido como el Raj. En la década
de 1930, las expectativas de una cercana independencia propiciaron una lucha
política entre los candidatos a heredar el poder británico. Por una parte, se
encontraba el Partido del Congreso, que defendía una India unida y secular
donde tuvieran cabida todas las culturas y religiones del subcontinente, pero
cuyos principales líderes como Gandhi o Jawaharlal Nehru eran hindúes. Por otra
parte, la Liga Musulmana, liderada por M. A. Jinnah, comenzó a reivindicar un
estatus independiente para la zona norte del país, donde algunas regiones
contaban con mayoría de población musulmana. Jinnah fomentó el miedo a un
gobierno democrático de mayoría hindú, que impusiera sus prácticas y costumbres
a una minoría musulmana. La posible creación de Pakistán (que significa la Tierra
de los Puros) se convirtió en una formidable arma ideológica y propagandística.
El uso político de temas religiosos derivó en una creciente ola de
enfrentamiento y violencia entre las dos comunidades.
La
actitud ventajista del poder colonial británico, que intentó fomentar los
enfrentamientos entre las dos partes en vez de propiciar un consenso, así como
la incapacidad del Partido del Congreso para convencer a la mayoría de
musulmanes indios de las ventajas de una India unida, motivaron un clima de
creciente tensión y conflicto. Los postreros intentos del gobierno laborista de
Clement Attlee, que llegó al poder en Gran Bretaña después de la Segunda Guerra
Mundial, por mantener una India unida fracasaron. La postura de fuerza de la
Liga Musulmana y el apoyo mayoritario que obtuvo por parte de la población
musulmana, propiciaron en 1947 la Partición del subcontinente en dos nuevos
estados: India y Pakistán.
Las
consecuencias de la Partición fueron tremendas. Diversas fuentes (1) calculan
entre cinco y diez millones de desplazados y entre quinientos mil y un millón
de muertos en los enfrentamientos civiles del período inmediatamente posterior
a la independencia, que se produjeron en las zonas fronterizas. Sin embargo, el
efecto más negativo de la Partición fue el legado de odio y tensión que dejo
entre los dos nuevos estados. El conflicto abierto en esta misma época sobre la
región de Cachemira ha alimentado este legado de enfrentamiento.
El Estado Principesco de Cachemira
A
mediados del siglo XIX el gobierno británico realizó lo que por entonces se
consideró una brillante operación política y económica al vender al maharajá
Gulab Singh (2) el valle de Cachemira por 7,5 millones de rupias. La medida
entraba dentro de la estrategia de dominación británica del subcontinente: al
menos un tercio del territorio indio estaba bajo control indirecto del Imperio
a través de un sistema de acuerdos con gobernantes autocráticos, de origen
tanto hindú como musulmán. Dichos monarcas mantenían cierta autonomía de poder
local a cambio de observar lealtad al Raj y colaborar económica, política y
militarmente con los objetivos del Imperio. Eran los denominados Estados
Principescos.
Cachemira
era uno de los más grandes y también de los más deseados. La belleza natural
del valle donde se asienta ha sido loada por todos sus conquistadores: hindúes,
sijs, afganos, mongoles… La mayoría de sus pobladores eran de religión
musulmana (un 70%) y aproximadamente un tercio de religión hindú, con minorías
budistas y tribales.
En
el momento de la Partición existían más de quinientos Estados Principescos como
Cachemira. Todos ellos recibieron la opción de unirse a uno de los dos nuevos
estados. Pero el maharajá Hari Singh, heredero de Gulab Singh, no parecía
interesado en ninguna de las dos posibilidades. La situación fronteriza del
reino en medio de los dos nuevos estados complicaba el dilema. Como gobernante
autoritario de una región con mayoría musulmana no parecía tener mucho futuro
en la India democrática. Tampoco el nuevo estado islámico de Pakistán ofrecía
una perspectiva mejor para un maharajá de origen hindú. Mientras recibía las
presiones de todas las partes implicadas y coqueteaba con la idea de buscar la
independencia, el tiempo pasaba y semanas después de la independencia la
situación seguía sin resolverse.
La
invasión del territorio cachemir por parte de tribus musulmanas, apoyadas en
secreto por el ejército de Pakistán, en octubre de 1947 precipitó los
acontecimientos. Hari Singh solicitó de manera urgente el apoyo del ejército
indio y para lograrlo firmó el conocido Instrumento de Adhesión, por el que
Cachemira se integraba como un nuevo estado en la Unión Federal India. Pakistán
se tomó esta intervención como una declaración de guerra y así comenzó el
primero de los tres enfrentamientos bélicos entre ambos países. Un armisticio
patrocinado por Naciones Unidas en enero de 1948 puso fin a esta primera guerra,
pero no al conflicto. La línea del frente quedó legitimada como frontera
provisional en los acuerdos de alto el fuego y paso a conocerse como la Línea
de Control. Pese a todos los enfrentamientos y tensiones en la zona esta
frontera provisional no ha variado significativamente desde su establecimiento.
La
Línea de Control divide Cachemira en dos regiones diferenciadas: al este y al
sur se encuentra el estado indio de Jammu y Cachemira, con unos dos tercios del
total del territorio. Su capital es Srinagar, y cuenta con nueve millones de
habitantes, un sesenta por ciento de los cuales son de religión musulmana. Al
Norte se extiende la región montañosa dominada por Pakistán conocida como Azad
(Libre) Cachemira, con tres millones de habitantes y capital en Muzaffarabad.
China también controla una pequeña porción, que reivindica como parte de su
territorio.
Las
promesas del gobierno indio de autonomía para el nuevo estado y de celebración
de un plebiscito, apoyado por Naciones Unidas, para determinar su futuro nunca
se cumplieron. Pakistán se negó a retirar su ejército de la zona bajo su
control y el gobierno indio se basó en esta decisión para cerrar la opción del
referéndum. La autonomía política de Jammu y Cachemira ha sufrido también
muchas limitaciones a lo largo del tiempo. En 1953, el primer ministro
cachemir, Sheik Abdullah, fue detenido acusado de fomentar tendencias
autonomistas. Elecciones con sospechas de fraude, represión política con
detenciones de los líderes de la oposición, gobierno directo desde Nueva Delhi,
son otros ejemplos de las restricciones a la democracia en Cachemira.
Evolución del conflicto
El
conflicto sobre Cachemira se basa en una lucha ideológica y nacionalista,
teñida de religión. Si bien la riqueza agrícola de algunas partes del territorio
cachemir es considerable, no existen en él recursos naturales (como petróleo o
gas), que hagan de la región una prioridad estratégica en el ámbito económico.
Para Pakistán, Cachemira es simplemente un territorio de mayoría musulmana que
necesariamente tendría que haberse incluido desde un inicio en el nuevo estado
islámico. El gobierno de Nueva Delhi, por su parte, justifica con la presencia
de Cachemira en su seno, el único de los estados federados indios con mayoría
de población musulmana, su carácter secular y pluricultural.
El
problema se ha agravado por la desconfianza y animadversión mutua entre los dos
estados. Desde su origen, la clase dirigente de Pakistán, pronto dominada por
el estamento militar, ha condicionado su labor a la necesidad de salvaguardarse
de la amenaza de su vecino. Según los dirigentes paquistaníes, India nunca ha
aceptado su existencia y sólo espera un momento de debilidad para anexionarse
su territorio. Los paquistaníes afirman que la insistencia del gobierno de
Delhi en mantener bajo su dominio a Cachemira, población de mayoría musulmana,
es una prueba clara en este sentido.
Durante
la época de la Guerra Fría, Pakistán buscó alianzas militares con los actores
relevantes del sistema internacional para paliar su posición de debilidad comparativa
con la India, que por su tamaño y recursos pronto comenzó a jugar un papel de
potencia regional. En una política que parte desde la administración Truman
(3), Estados Unidos llegó a acuerdos de cooperación económica y militar con
Pakistán con el objetivo de lograr un aliado estratégico fronterizo con la
Unión Soviética. El régimen militar paquistaní olvidó pronto sus compromisos
geoestratégicos y aprovechando los recursos militares proporcionados por los
estadounidenses invadió Cachemira en agosto de 1965. Pakistán intentaba
aprovecharse de un supuesto momento de debilidad indio, con el gobierno en
crisis tras la derrota en la guerra con China de 1962, librada en las fronteras
del Himalaya, y la muerte del primer ministro Jawaharlal Nehru, que había
guiado los destinos del país desde la independencia. Pero las fuerzas indias
tomaron la iniciativa en el enfrentamiento y rechazaron el ataque. La presión
internacional motivó un nuevo alto el fuego y la vuelta al statu quo previo. La tercera guerra entre India y Pakistán en 1971,
librada en esta ocasión en torno a la secesión del Pakistán Oriental (posteriormente
Bangladesh), y apoyada por el gobierno indio de Indira Gandhi, no motivo ningún
cambio significativo en la situación de Cachemira. Los Acuerdos de Simla de
1972 establecieron la necesidad de buscar una solución bilateral al conflicto,
pero sin establecer vías efectivas para ello. Las pruebas de armamento nuclear
del gobierno de Indira Gandhi en 1974 actuaron como elemento disuasorio de
nuevas guerras convencionales entre ambos estados.
Terrorismo y represión
La
década de los 80 propició un cambio en la naturaleza del conflicto. La invasión
de Afganistán por parte de la Unión Soviética, favoreció de nuevo un acuerdo
estratégico entre Estados Unidos y Pakistán. En este país se formaron
ideológica, logística y militarmente las milicias talibanes que combatieron a
los soviéticos durante años por el control del territorio afgano. El ámbito de
acción de estos guerrilleros islamistas no quedo restringido a esta zona. A
partir de mediados de la década también comenzaron a actuar en Cachemira
utilizando tácticas de guerrilla y terrorismo. La respuesta del gobierno indio
fue una severa represión: las fuerzas militares en la zona se multiplicaron y
pasaron a comportarse como un ejército de ocupación. Las elecciones en el estado
de Jammu y Cachemira de 1987 ganadas por el partido oficialista, favorable al
entendimiento con el gobierno de Nueva Delhi, fueron declaradas como una farsa
por la oposición musulmana moderada y organismos internacionales criticaron
casos de corrupción y falta de transparencia. Este contexto de tensión
creciente, junto con el deterioro de las condiciones de vida y el clima de violencia
de la región, propició que muchos cachemires, que hasta el momento habían
sufrido los continuos enfrentamientos sin tomar un rol activo, se unieran a las
milicias islamistas. Las muertes en ambos bandos en esta guerra de baja
intensidad, que todavía continua, se cuentan por decenas de miles. Lo que
antaño fue un edén natural, un lugar privilegiado para el turismo, se fue
convirtiendo en un paraíso en llamas, sin vislumbres de una salida al
conflicto.
La disuasión nuclear y el 11-S
El
programa nuclear paquistaní, apoyado extraoficialmente por el gobierno chino,
consiguió un eco resonante en 1998 con la realización de sus primeras pruebas
de armamento. El gobierno indio respondió con nuevas pruebas ese mismo año,
estableciéndose el equilibrio de la disuasión. Definitivamente esto ha
provocado la imposibilidad de una nueva guerra
convencional, pero también el riesgo de que cualquier incidente
fronterizo en Cachemira pueda adquirir magnitudes muy preocupantes (4) Así
sucedió en 1999 cuando India acusó a Pakistán de haber infiltrado combatientes
más allá de la Línea de Control en la zona de Kargil e inició una campaña para
expulsarlos. Sólo el peso de los actores más significativos de la comunidad
internacional, especialmente Estados Unidos, que favorecieron la retirada
estratégica de las fuerzas paquistaníes, permitió que se rebajara la tensión.
Con
la llegada del 11-S y sus consecuencias geoestratégicas, el panorama de la
región ha entrado en una nueva etapa. Ambos países se apresuraron a declarar su
apoyo a Estados Unidos. Pakistán quedo en una situación comprometida por sus
conexiones con el régimen talibán y su vinculación con el terrorismo islamista
que actúa en la India. Pero nuevamente la necesidad de Estados Unidos de buscar
alianzas para su intervención en Afganistán permitió que su rol en Cachemira quedara
en segundo plano.
La
situación volvió a agravarse después de sendos ataques terroristas de grupos
islamistas al parlamento cachemir y al propio parlamento federal a finales de
2001. Nueva Delhi acusó de connivencia en los ataques al régimen del general
Pervef Musharraf y éste respondió prohibiendo varias organizaciones
fundamentalistas y encarcelando a algunos de sus dirigentes. La retórica del
gobierno indio habla del apoyo continuo al terrorismo islámico desde Pakistán. El
ministro de Defensa, George Fernandes, ha declarado recientemente que Pakistán
es un objetivo más realista para una guerra preventiva que el propio Irak de
Sadam Hussein. La solución que se propone desde Nueva Delhi para Cachemira es
la aceptación definitiva del statu quo
actual basado en la separación por la Línea de Control. Desde Pakistán se
compara la presencia india en Cachemira con la israelí en los Territorios
Ocupados y se reivindica el todavía no celebrado referéndum. El rol como
mediador de Estados Unidos es incierto, condicionado por sus deseos de
estabilidad en la zona y su política con el mundo islámico, que le impide al
mismo tiempo invadir Irak y presionar al gobierno paquistaní para no tensar
excesivamente la situación con la opinión pública musulmana.
Los planes de futuro de ambos estados pasan por una resolución de este conflicto. India se libraría de una pesada rémora en su ambición de convertirse en la potencia fundamental del continente asiático, en competencia con el gigante chino. Mientras Pakistán podría relajar su obsesión con India y trabajar en la reconstrucción de su identidad nacional y en un nuevo rol internacional dentro del mundo islámico. Para ello se requieren soluciones imaginativas, que rompan las posiciones antagónicas existentes hasta el momento y gobernantes con coraje para proponerlas y llevarlas a cabo.
Mientras el pueblo cachemir sigue siendo la víctima silenciada de este conflicto. La opción preferida por sus habitantes, la independencia de su tierra de estos dos grandes estados que la han arruinado, no se contempla entre los planes de India o Pakistán. Los resultados de las recientes elecciones en Jammu y Cachemira apuntan, sin embargo, en este sentido.
Notas documentales anexas
(1) HODSON, H.V. The Great Divide: Britain-India-Pakistan.
London, Hutchinson, 1969. 278. o BROWN, J. Modern
India. Oxford, OUP, 1994. 339.
(2) Maharajá es un título
honorífico que se otorgaba a los gobernantes hindúes y que en sánscrito, la
lengua sagrada del hinduismo, significa gran rey.
(3)
La influencia de la Guerra Fría en el subcontinente es estudiada en MAC MAHON,
R. The Cold War on the periphery. The United States, India and Pakistan. New York, Columbia
U. Press, 1994.
(4) Esta situación es
analizada por HAGERTY, D. The Consequences of Nuclear Proliferation.
Lessons from South Asia. Cambridge, The MIT Press, 1998.