TRATADO DE TRIANON

Nuevo aniversario de una larga tragedia

3 de junio de 2000
Peter Kiss - Délamerikai Magyar Hírlap

En virtud de este tratado, firmado el 4 de junio de 1920, luego de la Primera Guerra Mundial, los Aliados victoriosos distribuyeron a su antojo los territorios de Hungría (además de las colonias y otras posesiones alemanas). El caos que siguió a la disolución del Imperio Austro-Húngaro (monarquía dual desaparecida en 1918) retrasó la firma del tratado con los Aliados (excepto con Rusia y con los Estados Unidos). Firmado en el Palacio del Gran Trianón de Versalles, Francia, redujo el territorio y la población de Hungría a aproximadamente un tercio del original, quitándole casi todas las áreas donde la población no era 100% húngara. Rumania recibió Transilvania, parte de la Gran Llanura adyacente y parte del Banato, incluyendo la ciudad de Temesvar (Timisoara). Se formó Checoslovaquia, uniendo Bohemia y Moravia con los territorios montañosos del norte, parcialmente habitados por eslovacos y rutenos. Yugoslavia (en ese entonces reino unido de serbios, croatas y eslovenos) obtuvo, además de Croacia y Eslavonia, la sección occidental del Banato. Austria anexó Burgenland (la franja occidental del Transdanubio con su larga colección de fortalezas y castillos); de esta zona devolvieron la ciudad de Sopron, luego de un plebiscito en 1921 (el único que se celebró).

Como los judíos no olvidaron su tierra perdida, los húngaros tampoco lo olvidan. Este tratado trazó una nueva frontera, exenta de toda consideración geopolítica razonable, dejando poblaciones aisladas de sus fuentes de agua, de sus comunicaciones, etc., por el único dictado de la codicia de los estados que recibieron esas tierras.

La semilla del nazismo se originó en Versalles, como también todos los conflictos de los Balcanes (que aún no han terminado con Bosnia y Kosovo). Los estados "artificiales" de Yugoslavia y Checoslovaquia tardaron casi 80 años en derrumbarse, y Rumania también se tambalea bajo sus problemas internos irresueltos (tal vez insolubles), habiendo anexado un territorio culturalmente extraño a ellos, mayor que el país original.

Las nuevas fronteras no fueron trazadas en base al tan mentado "principio de autodeterminación" enunciado por el presidente Wilson. El desmembramiento de un imperio de 48 millones de habitantes creó 16 millones de minorías étnicas. Estas minorías no son emigrantes, sino que se convirtieron en extranjeros en su tierra ancestral. Así, un tercio de los húngaros, en sus asentamientos milenarios, quedaron fuera de su patria de un día a otro, durante el período de "todo vale" de la posguerra. Hasta Austria obtuvo una tajada de Hungría. El presidente Wilson hubiera preferido una Confederación Danubiana, y quiso trazar las fronteras en base a plebiscitos locales, pero su palabra fue desoída. En marzo de 1919 calificó como "absurdo" el desmembramiento de Hungría, pero los franceses se impusieron en contra de su voluntad. Como consecuencia, el Congreso de los Estados Unidos rechazó el Tratado de Trianón, y firmó un tratado de paz con Hungría por separado. Las protestas de las mismas comunidades étnicas preexistentes en Hungría fueron desoídas.

La prueba ácida de la civilización de cualquier sociedad es su nivel de tolerancia o de aceptación de los derechos de las minorías. Los estados sucesores confirmaron las palabras de Tácito: "Odiamos a los que herimos". Intentaron resolver sus problemas con las minorías mediante la asimilación forzada, la represión, la limpieza étnica, las deportaciones, la dispersión, y de otros métodos de desarraigo. Los húngaros debieron elegir entre su nacionalidad y sus posesiones. A consecuencia de la coacción y las intimidaciones, unos 350.000 húngaros dejaron todo atrás para refugiarse en la Hungría restante. Les quitaron sus posesiones comunitarias. Solamente en Rumania perdieron 1665 escuelas y otras casas de estudios, incluyendo la mundialmente famosa Universidad János Bólyai, que hasta la fecha no fue devuelta.

Luego de la Revolución de 1956 en Hungría, cuando 2700 húngaros murieron en defensa de su libertad, desenmascarando la verdadera naturaleza del comunismo soviético, los estados con minorías étnicas húngaras utilizaron ese pretexto para forzar aún más su asimilación, quitando las autonomías de Vojvodina en Yugoslavia y de las regiones de mayoría húngara de Transilvania en Rumania. Aunque dichas autonomías estaban garantizadas por el Tratado de Trianón, luego por el Tratado de París en 1945, y luego reafirmadas por el Art. 11 de la Recomendación 1201 del Parlamento Europeo en 1993, hoy más de 3 millones de húngaros carecen de ese derecho fundamental.

Hubo un breve período de esperanza después de 1989. El obispo húngaro László Tökés (quien encabezó una revolución exitosa contra el dictador Ceausescu, y fue nominado al Premio Nobel de la Paz) fue por un tiempo héroe nacional en Rumania, y László Duray, político húngaro quien encabezó el movimiento democrático Charta 77 fue liberado de la cárcel en Eslovaquia. Fue un intervalo breve de luz, casi un destello.

Para 1991 los dirigentes ex-comunistas de los estados sucesores (Meciar en Eslovaquia, Milosevic en Yugoslavia, Iliescu en Rumania) reiniciaron la propaganda antihúngara para distraer la atención del pueblo de los problemas socioeconómicos. De estos personajes queda solo Milosevic en el poder. Fue forzado por la NATO a aceptar la autonomía de Kosovo, pero Vojvodina sigue subyugada, la limpieza étnica continúa. Uno se pone a pensar, hasta donde llega la paciencia de la minoría más numerosa de Europa, y que pasará, cuando se les acabe. Los problemas no se resuelven por accidente, y las bombas de la NATO tampoco son la solución. La única solución viable permanente para Europa Central, para un futuro estable y próspero, es la autonomía cultural y el gobierno local propio para TODAS las minorías étnicas de la región. Estas pueden formar eventualmente una federación por voluntad propia. Esta federación sería económicamente viable y políticamente estable, y llenaría el vacío de poder que ni la NATO, ni la Unión Europea, ni los Estados Unidos pueden llenar a largo plazo. La Historia nos enseña, que los Balcanes siempre se vuelven inestables, cuando hay un vacío de poder en la Cuenca de los Cárpatos. Un poder fuerte en esa cuenca siempre trajo la prosperidad y la paz a la región, beneficiando toda Europa.

Los inteligentes aprenden de los errores del pasado. Solo los burócratas obtusos defienden el "statu quo". Todos los demás sabemos, que si algo se rompió, hay que repararlo. Una sólida Federación Danubiana, consolidada alrededor del núcleo formado por Hungría, Eslovaquia, Vojvodina, Eslovenia y Croacia, que pueda incorporar luego a Rumania, Bosnia-Herzegovina, la parte subcarpatiana de Ucrania, eventualmente a Austria, Polonia y la República Checa, sería la solución lógica y óptima para la situación conflictiva actual. Esta Federación, como el grupo Benelux, podría autogobernarse, y ser además una parte vital de una Unión Europea más integrada. Esta sería la mejor demostración de que aprendimos algo positivo de una tragedia que ya duró 80 años.

+++