Estas crisis se viven por el paciente como una señal de muerte inminente, la intensidad de sufrimiento es equivalente a la de alguien que nota que lo van a matar. Se acompaña de síntomas corporales de pánico: taquicardia, palpitaciones, respiración acelerada, sensación de ahogo o falta de aliento, náuseas o molestias abdominales, mareo, desmayo o aturdimiento, palidez, manos y pies fríos, sensación de opresión precordial que en ocasiones llega a ser dolor precordial, sudoración, parestesias (sensación de entumecimiento u hormigueo), miedo a perder el control o "volverse loco" y miedo a morir. La crisis suele durar unos minutos, pero puede persistir durante horas. Es tan viva la sensación de peligro para la vida durante la crisis (sobre todo por el dolor precordial), que el paciente acude a varios médicos no quedando tranquilo si se le afirma que no tiene nada del corazón, pues no le parece posible que síntomas tan alarmantes como los suyos no tengan una causa orgánica grave.
Para el diagnóstico de este trastorno lo primero que se debe observar es que el sujeto haya estado padeciendo la mayoría de los días, por no menos de seis meses, de una ansiedad excesiva y sobrepreocupación en relación a una amplia gama de situaciones y actividades. A su vez, el individuo tiene que haber tenido dificultades para controlar ese estado de constante preocupación y aprehensión, acompañados de al menos otros tres síntomas tales como inquietud, fatiga prematura, desconcentración, irritabilidad, tensión muscular y trastornos en el sueño.
Son respuestas ansiosas superiores a lo normal frente a un estímulo concreto: viajar en avión, estar en lugares cerrados, etc. aquí se encuentran las agorafobias, las fobias simples y las fobias sociales.
Existen personas que se enfrentan a experiencias traumáticas muy graves que no presentan este tipo de trastorno y algunas personas que experimentan sucesos menos catastróficos pero debido al significado subjetivo del acontecimiento, sufren de un trastorno por estrés postraumático. Este trastorno posee un comienzo agudo. Puede aparecer a cualquier edad, incluso durante la infancia. Se diagnostica cuando una persona desarrolla determinada sintomatología, después de haber experimentado una situación que podría ser categorizada como traumática. La respuesta sintomatológica al evento traumático es la reexperimentación intensa del mismo a través de recuerdos, pesadillas y malestar psicológico intenso al exponerse a estímulos parecidos o asociados. Puede aparecer una incapacidad para recordar aspectos importantes del trauma, reducción del interés en actividades antes placenteras, desapego, sensación de un futuro de desolación y restricción de la vida afectiva. Un criterio para el diagnóstico de este trastorno es la duración de estos síntomas, ya que debe prolongarse por más de un mes, de lo contrario se trataría de un trastorno por estrés agudo.
Los síntomas más comunes son la reducción de la expresión de los sentimientos, la reducción de la conciencia, desrealización (sensación de que el entorno es irreal o extraño), despersonalización (sensación de irrealidad o falta de familiaridad consigo mismo) y amnesia disociativa (incapacidad de recordar el evento traumático). Para hacer el diagnóstico las alteraciones deben durar entre dos días como mínimo y no más de cuatro semanas. Las personas con este trastorno pueden tener sentimientos de desesperación, muchos se sienten culpables por haber sobrevivido al evento, o por no haber prestado la suficiente ayuda a otros que estuvieron allí. A veces hasta llegan a sentirse responsables de las consecuencias de lo que sucedió. Existe un alto grado de probabilidad que sujetos con este trastorno, sufran un trastorno por estrés postraumático. El tratamiento de este
trastorno es similar al utilizado para el estrés postraumático, pero a su vez se debe
tratar los síntomas disociativos. Generalmente se ofrece una combinación entre la
psicofármacoterapia, la psicoterapia y la psicoeducación. Los grupos de apoyo para el
paciente como para la familia sirven para poder identificarse con otros que pasaron por la
misma situación y para no sentirse aislados, además de recibir un apoyo adicional.
Dependiendo de la naturaleza de la sustancia, puede incluir crisis de angustia, fobias, obsesiones y/o compulsiones, tanto durante la intoxicación como en los períodos de abstinencia. Los síntomas han de persistir más de un mes después del período agudo de abstinencia o intoxicación para diagnosticar este trastorno, o que han de ser claramente excesivos en función al tipo y la cantidad de sustancia ingerida. La sintomatología ansiosa producida por la abstinencia o la intoxicación de las sustancias suele ser transitoria y remite después de ser metabolizada la sustancia, reestableciendose el equilibrio fisiológico del organismo. Las sustancias más comunes que producen la aparición de un trastorno de ansiedad son: alcohol, anfetaminas y derivados, alucinógenos, cafeína, cannabis, cocaína, fenciclidina y derivados, inhalantes, y otras sustancias desconocidas. En el caso de la abstinencia, las sustancias que pueden desarrollar un cuadro similar son el alcohol, cocaína, sedantes, hipnóticos y ansiolíticos. También se incñuirían las sustancias volátiles como la gasolina, las pinturas, insecticidas, etc.
Las obsesiones son pensamientos, ideas, sensaciones o sentimientos recurrentes que provocan gran ansiedad, son intrusivos y las personas los califican como ajenos a su control, aunque saben que son producto de su mente. Las compulsiones son conductas o actos mentales de carácter recurrente, conscientes y estereotipadas, que se llevan a cabo con el fin de calmar o prevenir la ansiedad, nunca por placer o gratificación. Cuando el individuo se resiste a realizar la compulsión su ansiedad se intensifica. Las compulsiones más comunes son las relacionadas con tareas de lavado o limpieza, comprobaciones, exigencias de certeza, el orden de los objetos y actos repetitivos. Este trastorno puede llegar a ser muy perturbador, debido a la gran cantidad de tiempo que las obsesiones pueden y las compulsiones pueden provocar en las rutinas normales del sujeto, en su trabajo o sus relaciones sociales. Por ello suelen ocasionar un deterioro de sus actividades cognoscitivas en donde necesitan del empleo de la concentración, como son la lectura o el cálculo. Algunos sujetos acaban evitando o alejándose de objetos o situaciones que les provocan obsesiones y compulsiones, pudiéndose generalizar este comportamiento evitativo, limitando seriamente la actividad global del individuo. Las preocupaciones hipocondríacas son frecuentes y se revelan en las repetidas visitas médicas. Tratamiento Durante las crisis de angustia se pueden administrar medicamentos ansiolíticos o tranquilizantes para proporcionar alivio sintomático al paciente. Posteriormente el tratamiento ha de ser psicoterapéutico con técnicas cognitivo-conductuales como la relajación, la exposición a estímulos angustiantes la desensibillización sistemática, el biofeedback, entrenamiento asertivo, etc. Las técnicas de relajación y el entrenamiento en respiración son fundamentales para el alivio ante las crisis, el miedo y la ansiedad anticipatoria. Igualmente se recomienda la terapia familiar y terapia de grupo para ayudar a las personas afectadas y a sus familiares a adaptarse a las dificultades psicosociales que trae aparejado este trastorno. La combinación de estos tipos de tratamientos ayuda del 70 al 90% de las personas afectadas. Se puede apreciar una mejoría significativa de 6 a 8 semanas después de iniciarse el tratamiento. Bibliografía: Belloch, A., Sandín, B. (1996): Manual de psicopatología. McGraw-Hill Interamericana. España. CIE 10, Trastornos mentales y del comportamiento. Descripciones clínicas y pautas para el diagnóstico. (1992) Organización Mundial de la Salud. Madrid. Mediator. DSM-IV, Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. (1997). Barcelona. Masson. Vila, J., Fernández, M. (1990): Activación y conducta. Madrid. Alhambra. |