Al igual que las ballenas, los delfines respiran a través de un único orificio situado encima de la cabeza, el espiráculo. Salen a la superficie aproximadamente cada dos minutos, y después de realizar una corta pero explosiva espiración, toman aire antes de sumergirse otra vez.

La aleta horizontal de la cola, similar a la de otros mamíferos acuáticos (como es el caso del manatí), se mueve en sentido vertical y permite la propulsión del animal hacia delante; las aletas situadas a ambos lados del cuerpo actúan como estabilizadores. La forma de los delfines, perfectamente hidrodinámica, les capacita para mantener velocidades de 30 km/h, con picos de velocidad máximos de 40 km/h.

Tienen unos pulmones muy bien adaptados para solventar problemas derivados de los cambios de presión y pueden descender hasta profundidades de más de 300 metros.